Epílogo

Empezar por el final

muestraPortadaN

Decía un investigador de la memoria cuyo nombre he olvidado (ah, qué ironía tan poco sutil) que un recuerdo no es más que la reconstrucción imprecisa de lo que en su momento ya fue una construcción imprecisa de la realidad por parte de nuestra percepción. En resumen: vivimos una gran mentira que cambia a medida que la contamos una y otra vez. En cada ocasión que rememoramos el pasado nos engañamos con la versión más adecuada para ese momento. Manipulamos acontecimientos pretéritos a discreción para construir relatos que nos expliquen quiénes somos y cómo hemos llegado hasta aquí. Y así nos va.

Si hablamos de memoria y versiones contradictorias en el imaginario colectivo, en este país tenemos una enorme tradición de volver una y otra vez sobre unos acontecimientos concretos que fueron los que fueron pero que, dependiendo de la época en los que los rescatamos o del bando de la persona que los trae al presente, cuentan una cosa o justo la contraria. El franquismo partió España en dos, y los herederos de sus supervivientes nos vimos expuestos a una intoxicación informativa que nos impide ver a través del velo de los prejuicios y sesgos con que se apuntalan los relatos.

Rodrigo Mendoza es una de esas personas. En su mente está grabada la siniestra figura de su padre, José Mendoza, censor del régimen franquista. El protagonista de Epílogo tiene claro —o cree tener claro— que su progenitor estuvo en el bando de los malvados y que, como tal, no merece ni una lágrima durante su entierro. Pero un descubrimiento fortuito años después en una exposición fotográfica le llevará a dudar de si tanta bilis acumulada no le hizo obviar algún detalle escondido que le explicara justo lo contrario: que su padre pudo haber sido un ser humano que tal vez ayudó a más personas de las que condenó.

A partir de ese momento arranca una investigación llena de secretos y dobles intenciones. Rodrigo es periodista cultural y sabe muy bien dónde buscar la información, pero se enfrentará a innumerables interrogantes. ¿En quién podrá confiar cuando el pasado solo puede construirse a base de versiones y testimonios sesgados? Ante todas esas vicisitudes, Pablo Velarde demuestra un preciso control del avance de la trama a lo largo de más de doscientas páginas que vuelan en nuestras manos mientras corremos a descubrir qué hay de cierto en el relato que se va construyendo. Ayuda al dinamismo del conjunto un estilo de trazo sencillo, blancos y negros (y un gris muy revelador) y composiciones clásicas que siempre están al servicio de la trama, nunca al revés. Epílogo nos obliga a seguir el ritmo endiablado que va cobrando conforme las medias verdades se van revelando para llevarnos hasta el final de una búsqueda que no es nada sin un epílogo pensado para destruir toda asunción o suposición sobre la Verdad.

Con Epílogo tenemos no solo la primera novela gráfica de Pablo Velarde —firma habitual en El Jueves—, sino también el arranque de una nueva editorial en el panorama nacional, que siempre es una buena noticia. Nuevo Nueve se suma de esta forma a los y las valientes que se atreven a seguir peleando por que el cómic tenga un hueco —o por qué no pensar en grande: un papel protagonista— en nuestras estanterías y nuestra cultura. Capitaneada por Ricardo Esteban (antiguo editor de Dibbuks), esta empresa polifacética —ya que también será librería ilustrada y galería artística donde disfrutar con mayor grado de detalle de la obra de sus autores— se propone trabajar en el área de la mencionada novela gráfica, el cómic infantil y juvenil y otras obras «de impacto». A juzgar por el resultado de Epílogo, no podrían haber tenido un mejor inicio. O final. O lo que sea.

Deja un comentario