Las dimensiones alternativas son uno de los temas más recurrentes e interesantes de la ciencia ficción. El campo de posibilidades que se abre al utilizarlas como eje argumental es casi infinito. Del copo de nieve a la cebolla, la estructura fractal de infinitos universos superpuestos te permite hacer lo que quieras: apaches conquistando la Europa medieval, convertir a Hitler en el travestido estrella de un burdel de El Cairo, una sociedad de magnates de la bolsa que evolucionó a partir de los batracios o un mundo en el que las mujeres han conseguido una igualdad real con respecto a los hombres. Cualquier cosa es posible. Es un trasunto del viaje galáctico a planetas ignotos que, además, juega con la Historia y crea ucronías libres en las que la imaginación es el límite.
Rick Remender lo sabe porque es un guionista inteligente. Es capaz de manejar con pericia los argumentos para darle al público justo lo que está buscando. Podría parecer una manera clara de hacer trampas, digna del mejor de los charlatanes, pero sus cómics tienen ese algo magnético, manifestado en forma de diálogos brillantes, grandes personajes y cuestiones clásicas recubiertas de un envoltorio espectacular. No inventa la pólvora, pero en cada uno de sus trabajos es capaz de convencerte de que merece el Premio Nobel de Física. Incluso sus obras menores son entretenimientos sin complejos llenos de cultura popular triturada y procesada.
Su Ciencia Oscura es como una versión repleta de mala leche de aquella serie de televisión de la década de los sesenta que oscilaba entre lo irreal y el ridículo más absoluto llamada Perdidos en el espacio. Mezclando elementos que van desde John Carter de Marte hasta las películas que emite Antena 3 en la sobremesa, narra las aventuras de un distópico grupo plagado de elementos divergentes. El genio rebelde, sus hijos confundidos, su amante amargada, el militar heroico, el discípulo modélico, la directiva enamorada y el empresario maquiavélico. Arquetipos de sobra conocidos que se mueven por las simas dimensionales visitando mundos aleatorios, hostiles y a cada cual más delirante y brutal. Sobre todo brutal. Nadie está a salvo de la guillotina que Remender tiene en su procesador de textos. Todos pueden morir sin importar su grado de protagonismo en la saga. Aquí, si alguien tiene que palmar, palma. Varias veces, incluso. Ya sea a manos de un Imperio romano moribundo e hipertecnificado o bajo la garra mental telepática de una sociedad de ciempiés gigantes.
Pero Ciencia Oscura es mucho más. Es obvio que para que un cómic forme parte recalcitrante de las listas de lo mejor del año tiene que ofrecer un amplio repertorio de argumentos. Más allá de las excursiones por mundos alternativos y la acción espectacular, este tebeo habla de la deontología científica y sus límites, del remordimiento, de la culpa y de la desesperada búsqueda de redención. Grant McKay, héroe y protagonista, es una especie de Tyler Durden sublime, alérgico a las normas, los títulos académicos y las leyes establecidas. Reniega de cualquier barrera moral que coarte el avance de la tecnología y supedita los medios a la consecución de un fin. Su vida está centrada en la creación de El Pilar, un aparato que le permitirá traspasar el velo de realidad que contiene nuestro mundo y viajar por el espacio dimensional en busca de tecnología que haga avanzar a la raza humana de manera definitiva.
Padre ausente y adúltero, rebelde integral, el ¿doctor? McKay es el ejemplo perfecto de egoísmo, egolatría y anarquismo. O eso quieren hacernos creer. Porque Remender es un tahúr consumado en el arte del farol. Toda esa amargura inicial, ese nihilismo de laboratorio con el que los actores de este drama quieren cambiar el mundo, acaba por convertirse en un decálogo de amor familiar y contrición ante el pecado. Como un Ulises que anhela volver al hogar, el transgresor supremo acaba convertido en padre concienciado, que reniega de su aventura extramatrimonial, dedicado en cuerpo y alma a rehacer su maltrecho clan.
Como Pablo camino a Damasco, la sucesión de escenarios hostiles hace que el velo caiga de sus ojos, una revelación que le mostrará lo mala persona que ha sido y lo peligrosos que son los avances científicos sin la contención de unas normas éticas básicas. Moralina impartida entre explosiones, rayos de partículas, homenajes a Indiana Jones y periplos por un mundo-mente digno del mejor de los ácidos. Diversión pura y dura. Caos controlado con moraleja incorporada.
Sería muy injusto acabar este artículo sin mencionar a la segunda columna en la que se basa el éxito de este cómic: el artista italiano Matteo Scalera. Con una mezcla perfecta de estilos entre la mítica Métal hurlant, el pulp y el género superheroico, su trazo afilado produce escenarios orgánicos, plausibles y funcionales, por muy descabellada que sea la idea en la que se basan. Bien con los colores de Dean White o con la paleta de Moreno Dinisio, el arte de Ciencia Oscura es una deliciosa oda a la imaginación desatada y a la acción más trepidante. Todo un éxodo lisérgico que te atrapa sin remisión en una incesante espiral de continuarás. Fantasía de la buena. Palabra de Remender.