Las grandes divinidades clásicas, que conocemos tanto por sus acepciones griegas como romanas, no solo han trascendido el paso de los siglos, sino que parecen representar las únicas advocaciones religiosas de las gentes que poblaron los campos y ciudades de la Hélade y de la antigua Roma. ¿Quién no ha oído hablar de Zeus (Júpiter), de Afrodita (Venus), de Ares (Marte), y de tantos otros dioses?
Pero además de los seres olímpicos, existieron otros sistemas creenciales quizás más populares, menos dogmáticos, aunque siempre teñidos de misterio, que hundían sus raíces en un oscuro pasado. Temidos por muchos, eran seguidos por una gran parte de la población, a pesar del silencio, cuando no la persecución y el rechazo, de quienes se atribuían el designio de lo político y religiosamente correcto.
Esta marginación ha llevado a nuestros contemporáneos a tener una visión, sino irreal, al menos parcial, de lo que aquellas gentes sentían y pensaban. O si no, preguntémonos nosotros mismos, a modo de ejemplo, qué o quiénes eran la lamia, Veyovis o Tácita Muta.
Sorprende pues gratamente hallar en un cómic una puerta abierta a la aparición de aquellos seres, en su mayoría provenientes del inframundo, y a sus seguidores, a los cultos a ellos debidos, a las ceremonias mágicas que se realizaban, y a los alucinógenos con que a veces acompañaban sus prácticas, sin caer ni en lo excesivo ni en lo estrambótico, entendiéndolo como algo frecuente en aquellos tiempos. Pues habitual, aunque perseguido, era para los griegos y romanos de entonces.
Nos estamos refiriendo a la serie Britannia, del sello Valiant, publicado en nuestro país por Medusa Comics, y muy especialmente a su segundo recopilatorio: Los que van a morir, aunque también podríamos decir algo parecido del primero, que da nombre a la saga, y en el que las vírgenes vestales adquieren un papel protagónico.
En esta obra del tándem formado por Peter Milligan (guion) y Juan José Ryp (dibujo), con el impagable apoyo de Frankie D’Amata en el color, sus autores nos ofrecen un combinado de novela negra con ambientación histórica que intenta ir más allá de lo habitual en el género, siguiendo la estela de otras dos obras muy recomendables, aunque más historicistas: el Murena (1997), de Dufaux y Delaby, y el Alix Senator (2012), de Bajram, Mangin y Démarez.
Sin embargo, el cómic que nos ocupa contiene un toque, digamos… más actual que aquellos, sin por ello renunciar al respeto debido, aunque de una obra de ficción se trate, a la realidad histórica del periodo elegido para ubicar las andanzas del centurión Antonius Axa, que de lejos recuerda al Marco Didio Falco de la novelista británica Lin-dsay Davis, aunque con una personalidad más escéptica y atormentada.
Antonius Axa es, pues, un deshacedor de entuertos avant la lettre con toques de cinismo, como los personajes de un Dashiell Hammett, que se dedica —los tiempos son otros— bien a erradicar el culto a una antigua y sangrienta divinidad etrusca, bien a descubrir el porqué de una plaga de suicidios y asesinatos que aquejan a la élite romana. Y que, si bien se declara un descreído, no deja nunca de invocar al dios Mitra, tan querido en las legiones romanas.
Con todo, y a pesar de la presencia de algunos tópicos algo excesivos, así la figura de un Nerón venal, lúbrico y sanguinario, Britannia nos ofrece también, gracias al expresivo dibujo de Ryp, una imagen bastante real de Roma y de su imperio, que no se contenta con las agradecidas arquitecturas, sino que se entretiene en el detalle, como el del aseo corporal del protagonista con su aceite y su estrígilo.
Buen complemento a una obra que busca, amén de entretener y hacer pensar, introducir al lector, sin por ello lastrar el guion, en lo intangible, en lo que realmente pensaban y creían aquellas gentes, siguiendo el camino que para el mundo de la historieta inició el maestro Hermann en Las Torres de Bois-Maury (1984).
Esperemos, en beneficio del apasionado de la historieta, que no sea sino el comienzo de una larga saga.