Sería bastante cómodo decir que Blacksad es lo que ocurriría si a Disney le brotase pelo en la entrepierna, decidiera calzarse un buen sombrero, regalarse un memorable copazo en algún antro de pianistas virtuosos arropados por fatales mujeres y en general optase por saltar de cabeza a la piscina del género negro. Sería bastante cómodo, pero también sería quedarse bastante corto. En el fondo, esto no es Disney.
Raymond Chandler, Dashiell Hammet o Elmore Leonard pavimentaron calles con sangre de crimen utilizando máquinas de escribir para dar forma a detectives que parecían gatos nocturnos, a policías que ejercían labores de sabueso y a personajes que actuaban como ratas o eran listos como zorros. Juan Díaz Canales y Juanjo Guarnido van un paso más allá: en su obra los gatos son detectives, la policía es canina y tanto las ratas como los zorros son personajes ante los que el propio instinto advierte que hay que andarse con cuidado. Lo fascinante es que esta transformación hacía el zoo antropomórfico se atreve a exprimir la idea hasta la última de las consecuencias: en el mundo de Blacksad las gatas son sensuales seductoras, los gorilas son boxeadores salvajes, los lagartos ofician de sicarios sigilosos, los camellos tendrán labores propias de otro tipo de camello y los titiriteros malvados visten escamas de reptiles que sacan provecho a su sangre fría. Es una perversión de uñas, pelaje, dientes y garras que en lugar de desmarcarse del género al que admira consigue abrazarlo con mucha más fuerza.
Un lugar entre las sombras servía de espectacular introducción al universo animal que habitaba John Blacksad en la América detectivesca de los cincuenta y dibujaba la silueta de un Bogart felino en una historia fiel al arquetipo. Artic nation era la secuela bien entendida, elevaba el ecosistema creado siguiendo la norma de más grande, más glorioso y más espectacular. Y utilizaba la ingeniosa propuesta de introducir el conflicto racial entre los pelajes blancos y los negros logrando un resultado tan redondo que a día de hoy es posiblemente la mejor de las entregas de la serie. Alma roja jugueteaba con las palabras de su título tanto por separado (Alma era el nombre de un interés romántico condenado al fracaso por la naturaleza del género y el color insinuaba el elemento comunista) como en conjunto con ese olor al alma roja de la bomba atómica en una época donde se contagiaba con alegría el pánico nuclear. El infierno, el silencio decidía moverse a Nueva Orleans salpicando el periplo de Blacksad de colores de Mardi Gras, brujería vudú y cediéndole más protagonismo a la música (uno de los personajes afirma que el infierno es, sin ningún tipo de duda, un lugar en silencio) y a los desgraciados músicos que la hacían posible. El último álbum hasta la fecha, Amarillo, se lanzaba a la carretera en una road movie, tras los pasos de un desesperado escritor en horas bajas y con muchos errores a sus espaldas.
Canales y Guarnido demostraron ser auténticos virtuosos a la hora de crear imágenes que se grabarían a fuego en la memoria: lo terrorífico de un cadáver ahorcado en plena calle, lo estremecedor de la mirada rota de una mujer abandonada en las cataratas del Niágara, lo frío de un paisaje nevado en un clima de tensión racial, lo redentor del cuerpo de un pájaro ciego e incapaz de volar sentado en un avión en llamas, lo cinematográfico en general. Porque Blacksad es carne de cine, casi toda la obra parece vivir en movimiento, nacer en la pantalla, saber engañar al espectador hasta hacerle creer que está en una butaca. Hay viñetas para enmarcar y cubrir paredes, hay líneas del guion para tatuarse. Hay una percepción romántica e inteligente de lo que se está contando y un respeto reverencial por lo clásico. Guarnido deslumbra a los lápices y remata con unas acuarelas capaces de crear, a través de un uso sobresaliente del color, unas atmósferas que se pueden masticar. Ambientes amparados en una composición de escena demencial, maniática, estudiada, milimétrica y sin fisuras. Todas estas virtudes serían confirmadas con una lluvia de premios (incluyendo los sonadísimos Eisner) y un éxito de lo más vistoso, sobre todo en Francia donde los autores tuvieron que irse a publicar porque aquí somos muy de exportar talentos.
Hasta dónde tienen pensado llegar Canales y Guarnido solo lo saben ellos, pero hasta dónde han llegado afortunadamente es algo que ya sabe más gente: a pegarle un zarpazo a un género en el que creíamos haberlo visto todo. Y a nosotros solo nos queda agradecer a quién toque que esto no sea Disney.
«—Al final va a resultar que eres supersticioso. —¿Qué otra cosa puede hacer un pobre gato negro como yo?»