Hay que reconocer que ya desde el título y la imagen que ilustra su portada, Basura va al grano y expone rotunda de qué va la cosa, así que nada mejor que tomar ejemplo y empezar con ánimo tajante: es una de las novelas gráficas indispensables de la cosecha 2016. No hay entusiasmo descontrolado en la afirmación porque la apuesta es segura, no solo por tratarse de una lectura muy entretenida e interesante, sino también por ir más allá de su anunciada temática, sin apartarse de ella, y desplegar con soltura una generosa amplitud de perspectivas. Contundente retrato costumbrista de la América rural a partir de sus desechos a la par que crónica cotidiana de un oficio carente de todo prestigio, Basura también es una comedia coral de humor gamberro, y obligado mal gusto, que se permite ser instructiva cuando explica cómo funciona la gestión de residuos y sutil en lo sociológico, al describir el paisaje white trash que ha dado la victoria a Donald Trump. Su autor, Derf Backderf (1959), ocupó un año de paréntesis universitario ejerciendo de basurero en la pequeña ciudad de Ohio donde creció, así que sabe bien de lo que habla, se ha curtido en el asunto, le ha salpicado bazofia maloliente. Dicho esto, es hora de dar un pequeño rodeo.
En la película de Francis Ford Coppola Legítima defensa (1997), la primera lección que el veterano abogado interpretado por Danny DeVitto imparte a su novato ayudante (Matt Damon) es la importancia de escarbar en la basura de aquel contra quien se va a pleitear. Idéntica imagen, la del investigador revolviendo contenedores, aparece con frecuencia en thrillers y relatos detectivescos porque vivimos en la creencia de que el cubo de la basura es el final de nuestros despojos, ignorando que nada nos define mejor que la porquería que dejamos atrás.
En las antípodas del género policial, y en un cómic de igual título al que nos ocupa, los argentinos Carlos Trillo y Juan Giménez describían en Basura (1989) un futuro distópico donde la civilización sobrevive literalmente sepultada por toneladas de residuos acumulados durante siglos. En realidad no es necesario acudir a la ciencia ficción pues, en cierto modo, ya habitamos un mundo similar sin saberlo. Reportaje periodístico con forma de novela gráfica firmado por Jorge Carrión y Sagar Forniés, Barcelona. Los vagabundos de la chatarra (2015) investiga una figura urbana hoy cotidiana: las personas que recorren las calles con un carro de supermercado, recolectando despojos. Al final, los autores descubren un turbio submundo donde la chatarra parte rumbo al tercer mundo porque allí nuestra mierda vale su peso en oro.
Este breve periplo por obras muy diferentes a Basura, pero de un modo u otro afines a su temática, también busca resaltar lo curioso de nuestro comportamiento colectivo. De manera inconsciente, aunque al mismo tiempo voluntaria, parece que hayamos decidido ignorar qué sucede con nuestros desechos tras arrojarlos fuera de nuestro hábitat doméstico. Sugerente asunto este, pues están llenos de información sobre nosotros, tienen un valor económico nada despreciable y suponen uno de los grandes problemas de nuestra sociedad. Esta inopia cultural quizá explique por qué la gestión de residuos fuera el negocio al que, legalmente, se dedicaba el clan familiar protagonista de Los Soprano.
También es una de las razones que hacen de Basura una lectura tan recomendable. Derf Backderf es un autor relativamente afamado en su tierra tras dedicar más de dos décadas (1990-2012) a The City, tira de humor publicada en un centenar de publicaciones (algunas de gran tirada, como The Village Voice o The Chicago Reader), y a la caricatura política, faceta por la que en 2006 fue distinguido con el Premio John Fitzgerald Kennedy de Periodismo. Pese a tan notable trayectoria, para nosotros se trataba de un absoluto desconocido hasta la aparición de Mi amigo Dahmer (Astiberri, 2014), impresionante novela gráfica autobiográfica alrededor de una experiencia poco habitual: en sus años de instituto tuvo como compañero de clase a Jeffrey Dahmer, el sangriento psicópata hoy conocido como el Carnicero de Milwaukee.
Backderf ya había tratado esa historia en un cómic autoeditado de 24 páginas que, salta a la vista, daba para mucho más. La época que pasó trabajando de basurero en su pueblo también fue objeto de un tebeo similar, ahora también reciclado (nunca mejor dicho) pero no como relato autobiográfico sino desde la ficción costumbrista de un joven estudiante en similar situación. A partir de ahí construye una sátira cotidiana poblada de una impagable fauna de trabajadores municipales, lugareños pintorescos, tejemanejes políticos, desgana laboral y un sinfín de anécdotas generosas en escatología e inmundicia. Nada más adecuado a su dibujo de raíz underground y vitamina punk, abigarrado y feísta pero de trazo diáfano y nada confuso, dejando la cosa clara y tan visible como el rastro de porquería que dejamos a nuestro paso pues eso, y no la inteligencia, es lo que nos hace asquerosamente humanos.