Durante más de cuatro décadas, Gallardo ha consolidado un estilo que atraviesa sucesivas y cambiantes etapas, pero lo hace de manera orgánica y coherente. Primero fue Makoki (con el genial Mediavilla), ese icono del underground que representó a toda una generación y una forma de entender el cómic. Después frecuentaría otros caminos expresivos, con personajes que satirizaban la actualidad, como Pepito Magefesa o el reportero Perico Carambola, mientras se interesaba tímidamente por el uso del color. Hasta desembocar en ese despliegue de cromatismo encarnado en las aventuras de Perro Nick, un homenaje al pulp y al hard boiled cargado de punzante ironía. Y que, prácticamente, le abrió las puertas al mundo de la ilustración, como demuestra su progresiva colaboración en prestigiosas publicaciones nacionales y foráneas, incluyendo el mítico The New Yorker. Aunque no tardó mucho en regresar la inquietud del Gallardo dibujante ni su adicción al veneno de las viñetas. Por ello, comienza a publicar a finales de los noventa fragmentos del libro que se convertiría en Un largo silencio, donde narra en blanco y negro los recuerdos reprimidos de su padre sobre la Guerra Civil. En él se reinventa y planta la semilla del que será su título más mediático hasta la fecha, María y yo (2007), centrado en la convivencia con su hija autista mediante un estilo didáctico, divertido y espontáneo.
Gallardo reserva la exuberancia del color para sus ilustraciones, pero aquí prima la contención y la síntesis: la fuerza de la pura línea sin restricciones narrativas. Su formato, contenido e impacto le convierte en uno de los pioneros de la novela gráfica en España, pero también contiene el germen que desemboca en la obra que nos ocupa. Porque no deja de participar en numerosos proyectos colectivos, pero con intermitencia regresa a este tipo de trabajos personalísimos y definitorios, como los libros Tres viajes y Turista accidental, en 2006 y 2016, realizados con el mismo estilo informal y cada vez más cercano al apunte, donde vuelca sus impresiones sin ningún filtro ni elaboración. Por no mencionar María cumple 20 años, en 2015, en el que retoma la relación con su hija convertida en adulta. Algo extraño me pasó camino de casa es, por tanto, el último y más brillante ejemplo en esta línea de trabajo que define la esencia del mejor Gallardo, tal como se entiende al autor hoy en día.
El autor reflexiona con humor y lucidez sobre la aparición de un tumor en su cerebro
Sin salir de la esfera de lo personal, el libro resulta excepcional no solo por la gravedad de los hechos que describe sino porque el autor se encuentra en pleno estado de gracia. La premisa argumental es nada menos que la operación de un tumor cerebral y sus secuelas, la aventura más estrambótica que pudiera imaginar y que Gallardo vive justo el año en que se desencadena la pandemia. Con naturalidad y asombro, cuenta en primera persona todo el proceso: síntomas, diagnóstico, hospitalización e intervención quirúrgica. Después vienen las consecuencias y asumir el alcance del problema, es decir, cuestionar sus facultades, ahuyentar la paranoia y acostumbrarse a su propia «nueva normalidad». A lo que cabe sumar el apocalipsis coronavírico, por lo que no se priva de ironizar también sobre el confinamiento. Sin perder su sentido del humor, pergeña un diario trufado de reflexiones más profundas de lo que aparenta su desenfado, repleto de originales observaciones e incisivos comentarios sobre todo lo que percibe y lo que se le escapa, llegando al extremo de conversar con su propio tumor en un diálogo que roza lo metafísico.
Gallardo se dirige al espectador con desparpajo, empleando un dibujo que sigue manteniendo una soltura absoluta, porque su función esencial es narrar, adaptándose a los parámetros del cómic cuando quiere, introduciendo textos donde le conviene y manipulando todos los elementos a su alcance para conseguir la reacción necesaria del lector en cada momento, lo cual incluye ingeniosas referencias culturales, metáforas visuales y todo tipo de filigranas expresivas. Pero, especialmente, es la extrañeza que subraya el título lo que preside toda la historia, como si se tratara de una loca fantasía surrealista o un cuento de ciencia ficción que el autor no termina de creerse. Donde también está presente el miedo, cómo no, y las inevitables incógnitas, pero en la que predomina un claro componente de optimismo y, sobre todo, de esperanza en el futuro. A nivel individual y colectivo.