Nightwing

Vuelve el auténtico culo de América

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Permítanme, más que un comentario, una reflexión. Crear un buen cómic de superhéroes es muy, muy difícil. Es difícil incluso para equipos creativos jóvenes y con ideas frescas. Esto se debe a que los superhéroes de las mayores franquicias ya llevan casi un siglo de aventuras acumuladas a sus espaldas y a que estos personajes están adscritos, en su gran mayoría, a un modelo de producción editorial que los asfixia. Por culpa del primer motivo es complicado crear algo realmente fresco o nuevo. Pero el segundo motivo es el realmente destructivo, ya que desde la década de los ochenta la cadena de montaje de la industria superheroica estadounidense ha exprimido hasta la última gota de sangre, sudor y lágrimas de 1) sus personajes, sobrecargándolos de cabeceras y número de publicaciones por mes; y 2) a sus artistas. La producción no puede parar. Hay que vender aunque no haya nada que contar. Hay que publicar cada mes, aunque sea físicamente imposible que un artista cumpla una fecha de entrega. En resumidas cuentas: los superhéroes, la epítome de la imaginación, no son libres. El superheroismo puro no admite mucha experimentación, y los más laureados títulos superheroicos de los últimos tiempos son habitualmente mezclas de géneros en series limitadas o maxiseries a las que se les permiten escapar levemente de este yugo. Superhéroes y terror. Superhéroes y noir. Super- héroes y space opera.

¿Se puede, entonces, hacer un buen cómic de capas en una grapa mensual? ¿Uno en el que no se recurra al genérico atraco en el callejón? ¿En el que el plato fuerte del día no sea el vigesimoquinto encuentro con el supervillano malvado de siempre? Se puede. Y la clave, como han demostrado Taylor, Redondo y Lucas, es el cariño. Es saber que tu título no consiste en contar una aventura, un enfrentamiento o una crisis. Eso son formas, pero la clave está en conseguir un fondo en el que la psicología del personaje titular esté viva, se enriquezca y adquiera matices. Al igual que el Peter Parker de Straczynski y Romita Jr. o los mutantes de Claremont, esta etapa de Nightwing es memorable porque nos habla de Dick Grayson desde la proximidad. Nos habla de cómo está, qué quiere, cómo se encuentra Dick Grayson. De cuán frustrado se siente tras combatir incesantemente el crimen sin con- seguir un cambio real en el tejido social de Blüdhaven. El personaje se plantea algo de lo que se ha acusado a Bruce Wayne en múltiples ocasiones: ¿y si reinvirtiera mi dinero en la sociedad, y no en una costosa y pintoresca guerra contra el crimen? Esta humanidad, esta preocupación social, es puro Tom Taylor. El australiano se ha desmarcado del resto de producciones superheroicas por el obvio amor que profesa hacia todos y cada uno de los superhéroes y superheroínas que escribe. Todas sus escenas, incluso las de muerte y sufrimiento, son un ejercicio de empatía, desarrollo y crecimiento para con sus personajes.

Esta nueva etapa (que en su edición estadounidense no necesitó valerse de una rimbombante renumeración para hacerse notar entre el público, sino que empezó en un prosaico número 78, tan potente que ECC Ediciones se ha arriesgado a reintentar el salto a la grapa tras 14 años sin que el personaje viviera en este formato en España) comienza con una carta de un mentor fallecido, con flashbacks que conectan y apuntalan la conexión de la etapa con otras obras centrales del personaje y, paradójicamente, con una «escena del callejón» en la que el juego del gato y el ratón entre héroe y maleantes resignifica la esencia de este tipo de escenas. No es el atraco lo que importa, sino lo que Grayson bromea durante el mismo. Es una exposición de la ética y motivaciones del héroe.

Nada de esto tendría sentido sin un dibujante con las preocupaciones de Bruno Redondo. Nada más necesario para transmitir verosimilitud en un intento de acercamiento a lo personal que saber cuándo alejarse del plano de acción, de las viñetas explosivas, superpuestas, caóticas. Redondo trabaja el primer plano de expresiones tiernas y un registro de muecas humanas sencillamente espectacular. Define la página con una calma y simplicidad de corte tradicional y sosegada, repleta además de guiños y referencias lúdicas que, una vez más, humanizan. El resultado es una composición pulcra y ordenada con una planificación previa que consigue que reine el orden pero no

haya dos páginas iguales, diseminando imaginativas genialidades visuales con cuentagotas (las secuencias IKEA, el gag físico, los juegos de secuencialidad a página completa, la coreografía de la acción, el sutil toque de trama) que confieren al título una línea visual compacta y distintiva, rematando el cuadro Adriano Lucas y sus cálidos colores crepusculares. En la afortunada complicidad entre ambos, que ya demostraron en su Escuadrón Suicida, confluyen el diseño artístico y lo secuencial, confirmando, una vez más, que una etapa ha de tener cohesión cromática para tener presencia y ser memorable e incluso «de culto».

Nightwing ha sido tradicionalmente considerado «el Spiderman de DC» (restándole varias toneladas de culpa y autoflagelación), pero llevaba años sumido en una oscuridad inane a la que a veces se relega a los miembros de la batfamilia. Con la etapa de Taylor, Redondo y Lucas, Dick Grayson vuelve a volar, convirtiéndose por derecho pro- pio en uno de los recorridos básicos, definitorios, accesibles e imprescindibles del personaje. Pese a que este lleve ya 82 años realizando acrobacias.

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