Raymond Briggs recibió en 1999 el premio al mejor libro ilustrado de los British Book Awards por una obra en la que recreaba la vida de sus padres, desde su noviazgo hasta su fallecimiento. Ernest es un lechero que saluda todos los días desde su bicicleta a Ethel, una dama de compañía que le aguarda desde la ventana de la casa en la que sirve. No tardarán en casarse para mudarse juntos a una casa de tres habitaciones en Wimbledon Park, Londres, donde vivirán juntos y construirán su propia historia durante 41 años. Para entonces, el autor londinense ya había creado obras de notable éxito, como el relato navideño Papá Noel, y trabajos más largos, como Gentleman Jim y Cuando el viento sopla, un magnífico relato sobre dos jubilados y su esperanza de sobrevivir a una guerra nuclear, un tema que tangencialmente también se trata en el cómic del que hablamos aquí.
Ethel y Ernest es un cómic conmovedor, un completo y detallado repaso por la vida cotidiana y anónima de una pareja inglesa a lo largo de algo más de cuatro décadas, desde 1928 hasta 1971, narrada de un modo cercano y con un dibujo fascinante. Raymond Briggs rinde un precioso homenaje a sus padres en esta historia que podríamos definir como autobiográfica, en la que pinta un fantástico retrato de la clase obrera inglesa que vivió tantos momentos de desarrollo como de dificultades a lo largo de ese periodo antes citado.
Con una narración totalmente lineal, Briggs irá desarrollando la vida de los tres protagonistas. El propio Raymond no tardará en aparecer, y vamos asistiendo al día a día de los personajes. Y todo de un modo preciso, histórico y realista, con una amplia variedad de recursos narrativos. Bien sea desde las páginas del Daily Herald que Ernst, laborista confeso, lee a diario, o a través de los noticiarios de la BBC en la primera radio que llega al hogar y posteriormente con la televisión. De este modo, asistiremos a la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, o la llegada del hombre a la Luna. Briggs utiliza magistralmente todas esas herramientas para irnos mostrando la evolución del contexto histórico en el que vivieron los protagonistas, que fueron además viendo cómo llegaban todos esos objetos que significaban el estado de bienestar: nevera, televisión, automóvil… Una realidad que traerá emparejada sus correspondientes procesos de adaptación, que casi nunca serán iguales para los dos protagonistas.
Y es que, a pesar del carácter totalmente personal de la obra, Briggs consigue que esta trascienda más allá de las cuatro paredes de la casa familiar, con su día a día y su cotidianeidad, llevándonos hasta lo más universal. Ethel y Ernest no serán ajenos a todos los sucesos que irán aconteciendo en el mundo y a unos cambios que suceden a gran velocidad.
Además, a pesar del carácter elogioso a sus padres del que están impregnadas todas las páginas, Briggs no se centrará solo en los aspectos positivos de estos, ya que en ningún momento pretende idealizarlos (¿quién tiene, acaso, unos padres perfectos?) ni caer en el buenismo, pese a la admiración que en todo momento muestra sentir por ellos. Ambos aparecen como tremen- damente humanos y cercanos, sin ocultar sus aspectos menos loables y las diferencias que mantienen. Nunca hay dobleces ni falsedades, los veremos tal y como son: tiernos y derrochadores de cariño, pero testarudos y cabezotas en ocasiones, discutiendo, empecinados en sus ideas o mostrando sus temores ante el futuro que les deparará un país en plena Guerra Mundial. Así, descubriremos todos los claroscuros de su vida, lo cual es muy de agradecer. Son gente humilde, trabajadora, con una gran conciencia de clase y que viven sin abandonar sus sueños y esperanzas, que no siempre verán cumplidos.
Otro de los aspectos que maneja estupendamente el autor es el de su propio personaje y la relación con los otros dos. Raymond no será un mero espectador e, igualmente, le iremos viendo a lo largo de su vida en toda su dualidad, con sus momentos de felicidad y con aquellos en los que, como todo hijo que se precie, decepcionó o no cumplió las expectativas que habían depositado en él.
Gráficamente, el cómic es un derroche de colorido, con un dibujo fácilmente reconocible. Briggs domina a la perfección la composición de las páginas y de las viñetas, describiendo con maestría tanto los interiores, siempre llenos de objetos y de pequeños detalles, pero en los que nunca sobra nada, como los exteriores, que evocan en muchas ocasiones a los paisajistas ingleses del siglo XIX.
Ethel y Ernest es un relato generacional que no solo resulta interesante para quienes vivieron esa época y que emociona desde el inicio, con ciertas pinceladas de humor, invitándonos a compartir la vida de los protagonistas y a quererlos para siempre, sintiendo como si algo de nosotros, de nuestra familia y de nuestra historia, estuviera también reflejado en sus páginas. Es un cómic que te devuelve al hogar familiar, al día en el que llegó una televisión a color, al primer coche que se compraron tus padres y que heredaste, al día en que empezaste en la universidad la carrera que ellos no querían, pero en la que te apoyaron. Y es que las cosas no han cambiado mucho.