En diciembre de 1992 una explosión arrasó el centro de Tokyo y fue el origen de la tercera guerra mundial, con la destrucción de muchas ciudades en todo el mundo. Treinta y dos años después, una banda juvenil atraviesa con sus motos a toda velocidad las carreteras prohibidas en torno al epicentro de la primera explosión. En una de sus carreras uno de los motoristas atropella a un extraño niño. Y ahí empiezan las vicisitudes para el líder de la banda, que se verá mezclado en batallas con otras bandas de motoristas, implicado en actividades terroristas por grupos contrarios al Gobierno, y huyendo del ejército, que tiene su propia agenda. Esto solo para empezar, y es que Neo-Tokyo está a punto de explotar.
En diciembre de 1982 aparecen en la Weekly Young Magazine, una revista semanal de la editorial Kodansha, las veintiséis primeras páginas de una aventura que iba a cambiar la historia del manga. Durante ocho años Katsuhiro Otomo desarrolló lo que el tiempo ha convertido en un clásico cyberpunk y que conquistó tanto Oriente como Occidente. Akira es sin duda la obra que abrió la brecha para la inundación del manga que vendría después. Aquí llegó por primera vez en 1990 en una primera edición por Ediciones B, dentro de un consorcio de editoriales europeas, que siguió la adaptación hecha para el mercado norteamericano; las páginas se voltearon para adaptarse al sistema de lectura occidental y venían coloreadas por Steve Oliff, que utilizó técnicas informáticas pioneras en un excelente trabajo supervisado por el propio Otomo, aunque esta adaptación sufrió algún retoque que otro en viñetas y textos. Y la primera traducción, realizada por Enrique Sánchez Abulí, no era directa del japonés. Años después la misma Ediciones B sacaría la versión en tomos y con el blanco y negro original, pero manteniendo el sentido de lectura occidental y la traducción. La edición en seis tomos a color tuvo que esperar a Norma, que en esta ocasión contó con una traducción directa del japonés por María Ferrer, pero la edición japonesa en color venía de la edición americana retraducida. La nueva edición de Norma, la quinta que se hace de Akira en nuestro país, es seguramente la más fidedigna a la obra originalmente publicada; mantiene el sentido de lectura original, en blanco y negro y sin el retoque de viñetas, y la traducción, obra de Marc Bernabé, parte también del original japonés. Hasta los bordes del tomo recuperan el color con el que salieron recopilados en Japón.
Una edición perfecta para adentrarse en la historia de Kaneda, Tetsuo, Kai y el resto de personajes de este gran relato postapocalíptico en un futuro que estamos alcanzando y que quizás no sea tan diferente al que Otomo dibujó. Akira se mantiene igual de fresca que entonces, cualidad inherente a los clásicos de cualquier medio. Otomo fue ambicioso en una obra que tocaba muchos temas y bebía de muchas fuentes destiladas en lo que es un gran thriller lleno de acción, sorpresas y subtramas, tantas como para poder prescindir del supuesto protagonista principal durante algún tomo. Temas locales, como las revoluciones estudiantiles de los sesenta en Japón, la omnipresente sombra de la catástrofe nuclear que asoló Hiroshima y Nagasaki, el control de la población por parte de las élites, la religión, o el nacionalismo están presentes en la historia. Pero Akira es sobre todo una historia sobre la amistad, un tema universal que Otomo supo convertir en un evento de consecuencias apocalípticas. No solo la historia te deja atrapado; los diseños y el dibujo que hicieron volar la cabeza a sus lectores se mantienen brillantes. La moto de Kaneda es todo un icono todavía no superado que sigue influyendo en el diseño de cualquier moto futurista, como el resto de aparatos tecnológicos: coches, tanques, helicópteros, otras máquinas voladoras, el fusil láser. Otomo se lo inventó todo cuando la novedad en nuestras carreteras era el Renault 9. Y la ciudad, la arquitectura de Neo-Tokyo que diseña, es prácticamente otro personaje de Akira. Otro aspecto que no deja de sorprender son todos los recursos del cómic que desarrolló Otomo; capaz de utilizar muestras de los grabados de El Quijote de Gustave Doré para crear nuevas tramas impresionantes, el uso de las líneas cinéticas que no se había visto en Occidente, las estelas de las luces de los coches para dar sensación de velocidad, la elección de planos, y sus transiciones que marcan la acción y de repente esa capacidad de parar el tiempo en una viñeta, utilizando la cámara lenta para acentuar el impacto. Todo en Akira funciona para crear una lectura trepidante.
Diciembre de 1982, apenas unos meses tras el estreno de Blade Runner, meses antes de que Bruce Bethke utilizase el término cyberpunk por primera vez, y dos años antes de que saliera Neuromante de William Gibson. Desde Japón, Otomo puso su piedra para crear lo que sería un nuevo género de ciencia ficción como el cyberpunk. Revolucionó el mundo del manga, y después todo el mundo del cómic occidental. Una historia de magna influencia que no puede faltar en ninguna estantería. Y entremedias también se dedicó a revolucionar el mundo del cine de animación, pero esa es otra historia, o quizás no.