La virulencia de la pandemia causada por la covid-19 obligó a un temporal pero forzado confinamiento domiciliario durante el 2020, aciaga y novedosa circunstancia que sirvió para exasperar a gran parte de la población pero también estimuló el ingenio de numerosos artistas. En concreto, los autores de cómic encontraron el tiempo y la concentración necesarios para dar rienda suelta a su frustración, preocupaciones y enfado mediante las viñetas; también para reflexionar sobre la situación en diferentes registros e incluso para burlarse amargamente de su triste suerte, globalmente compartida. Distintos blogs, Facebook, Instagram y otras redes sociales fueron cómplices imprescindibles, si bien hubo autores que acumularon sus páginas durante el encierro para pasar a la imprenta directamente cuando las circunstancias y el coronavirus permitieron ampliar la libertad de movimientos.
Sea como fuere, unos y otros han terminado en su mayor parte convertidos en papel impreso por diversas vías: campañas de crowdfunding, fanzines, autoedición o editoriales de diverso alcance lo han hecho posible, como demuestran iniciativas en diversos formatos firmadas por nombres tan dispares como Max, Víctor Coyote, Miki Montlló, David Ramírez, Mercrominah, ByMartínez o el propio Álvaro Ortiz. Con excepción de este último, sin embargo, todos se han circunscrito a la vida diaria, tomando como base sus propias experiencias, las de sus allegados y las del ciudadano medio para construir un diario: una crónica (literal o distorsionada) del fenómeno, sin excluir el comentario social o el boceto intimista. Por ello sorprende en primer lugar la atrevida propuesta de Ortiz, que en El Murciélago sale a por birras opta por desmarcarse de la corriente generalizada para sumergirse en el género de superhéroes, la metaficción y el absurdo sin obviar un tipo de humor decididamente gamberro, cuando no directamente provocador. Y todo ello sin perder de vista la problemática ni la premisa esencial que motiva al resto de los autores mencionados.
No es fácil obtener este resultado, pretendidamente o no, aunque se trate de un ejercicio de expresividad con afán lúdico, quizá sin demasiadas pretensiones pero, precisamente por ello, también carente de límites o convencionalismos. El guion es muy fácil de resumir: Batman se salta la cuarentena para salir en busca de unas cervezas y se ve involucrado en la investigación de una serie de atroces asesinatos cometidos en Gotham.
Una salvaje parodia del universo de Batman con la pandemia como telón de fondo
En activo desde los inicios del nuevo siglo, tras el paso por prestigiosos certámenes, proyectos colectivos, historietas digitales e interesantes monográficos ya con acusados rasgos definitorios, Álvaro Ortiz encontró su voz propia y definitiva tras la publicación de Cenizas en 2012. Novela gráfica a la que seguirían Murderabilia, Rituales y Dos holandeses en Nápoles, como pilares principales de un estilo basado en el horror al tópico, la originalidad de los planteamientos y la fuerza de los diálogos. Siempre con un dibujo minimalista y expresivo, de colores suaves, al servicio de un eficaz sentido del montaje para narrar historias donde abundan los viajes, la ironía, los personajes insólitos y las vueltas de tuerca argumentales. Y algo de todo ello persiste en la obra que motiva estas líneas.
Creado como un desenfrenado divertimento, quizá con intenciones catárticas, el protagonista es un humorístico trasunto de Batman cuyas aventuras incluyen distorsionadas versiones de Robin, el comisario Gordon, Catwoman, Superman y Wonder Woman, sin que falten unas irónicas dosis de incorrección política. También aparece toda su galería de villanos, así como hilarantes alusiones al estoico Alfred, a la emblemática batseñal o al manicomio de Arkham. E incluso hay un cameo del Ozymandias de Watchmen. Ya que, bajo el espíritu burlesco y desmitificador, el autor no oculta su conocimiento del universo DC ni su cariño por el icónico personaje nocturno, incluyendo poco velados homenajes a Miller, Moore o Tim Burton. Con un formato cuadrado, pequeño y manejable, el libro prescinde del color y presenta un trazo menos trabajado y más grueso que, acorde con el contenido, acentúa el tono caricaturesco del dibujo. Lo cual otorga al autor una mayor inmediatez y una desenvoltura total, sin tomarse demasiado en serio ni a sí mismo ni a la angustiosa coyuntura mundial que describe. El personaje (re)creado por Ortiz es un Batman castizo, un superhéroe pasado por el filtro de la cotidianidad, a quien trivializa hasta la vulgaridad pero sin renunciar a su esencia. En las avenidas oscuras y desiertas repletas de criminales insólitos reside gente que hace pan, aplaude a las ocho y se dedica a comer, beber y fornicar como si no hubiera un mañana.
Con rastros del underground y de la escuela Bruguera, El Murciélago sale a por birras ofrece una esperpéntica aventura repleta de acción, violencia gratuita y algo de sexo, que incluso desvela el origen secreto del coronavirus. Pero consigue hacerlo mezclando los tópicos del personaje con situaciones vistas o vividas durante el estado de alarma, fruto del hastío, la ignorancia, la estupidez y los trastornos mentales que aquejaron a gran parte de la población aquellos días. Porque las andanzas del Señor de la Noche no son incompatibles con el ansia de botellón, el afán de vigilar a los vecinos desde el balcón o la costumbre de culpar del desastre universal al Gobierno.
En otras palabras, Ortiz demuestra que Gotham asolada por el covid puede ser igual de absurda que España, Londres o Pekín en cuanto al irracional comportamiento de sus habitantes.