Creo que la persona que fabrica en serie, dentro de una cadena de montaje infernal, productos Walt Disney no es capaz de hacer otras cosas. Y si lo es, acaba liberándose.
Enric Sió, «El actual cómic de vanguardia en España», Camp de l’arpa, n.ºs 79-80
Desde 1977, con la irrupción de la revista Totem, hasta mediados de los ochenta, el tebeo español vive una de sus páginas doradas: el llamado boom del cómic adulto. Una nueva generación de autores, curtidos en las competitivas agencias editoriales, incorporarán las innovaciones de publicaciones como Metal Hurlant o Linus que revolucionaban la historieta europea: libertad compositiva, contenidos alejados del mainstream y afán por crear una obra trascendente. Así, los Giménez, Beà, García, Sió, Ortiz, Segura, Fernández, González, Sommer, Usero, Maroto o Font de turno, aúnan calidad artística y éxito de ventas, convirtiendo los 1984, El Víbora, Comix Internacional, Creepy, Cimoc, Cairo, Rambla, Makoki o Metropol, en los que publican sus obras de forma fragmentada, en verdaderos clásicos modernos. Un movimiento que, sin embargo, encuentra al poco tiempo su canto del cisne en la breve pero intensa obra de ciencia ficción concebida por Auraleón y recopilada en el presente volumen.
El barcelonés Rafael Aura León, más conocido por Auraleón, inicia su carrera en 1959 en la agencia Selecciones Ilustradas. Pero no será hasta la década del 70 cuando se labre una intachable reputación como dibujante solvente y dinámico tras curtirse en un sinfín de historietas de terror para el mercado norteamericano de la mano de Warren Publishing. En ellas se constata la influencia de autores dispares como Alberto Breccia, Dino Battaglia o Sergio Toppi, e incluso de compañeros como Luis García, Luis Bermejo y, sobre todo, Josep Maria Beà. Será este último quién le anime a asumir nuevos retos que le lleven a alcanzar un estilo personal y maduro: dejar a un lado el terror, en el que es un consumado especialista, por la ciencia ficción. Auraleón, artista autodidacta y autoexigente, tomará así como marco de referencia la reconocida Historias de taberna galáctica. Su estilo desenfadado a medias entre el surrealismo y el absurdo, su visión ácida de los tópicos de la ciencia ficción y su carácter innovador, le embriagan e inspiran. Por fin, tras décadas de aprendizaje artesanal, ha llegado el momento, su momento, para revolucionar la historieta y sentirse por primera vez artista de pleno derecho.
Auraleón plantea la génesis de una obra definitiva, digna hija de su tiempo. Creados para el formato revista, plasma quince relatos de gran belleza y carácter efímero por autoconclusivos e interdependientes. Para alguien hastiado de guiones de sindicación vacuos e inexpresivos, asumir las riendas totales de su creación era liberarse de los rígidos cánones de la aventura más comercial, del destino del héroe serializado. No dejarán de ser cuentos sustentados en el clásico remate final sorpresivo si bien manifiestan una intención crítica cercano a la parábola. Nuestra existencia gira en torno a obsesiones enfermizas (ingenieros capaces de crear la belleza perfecta) o búsquedas infructuosas de la felicidad (Chaumette y su recorrido de la capital), en sociedades altamente tecnificadas pero no por ellos menos alienantes (la odisea de Zacarías B contra Padre) y propensas a la autodestrucción (los hombres del futuro que emigran al pasado) que en la actualidad. Sin embargo, la originalidad que encumbra a Auraleón entre el sinfín de historietas de este periodo estriba en su marcado lirismo catártico. Más allá de su convulsa tendencia a la depresión, hablamos de un autor capaz de transmitir el sinsentido kafkiano de la existencia con una sutileza y profundidad admirables. Cada viñeta desprende la autenticidad de su sufrimiento por un mundo que se condena a sí mismo. Ni siquiera la acción de una resolutiva ironía consigue ocultarlo.
Si las historias son sólidas en su concepción, donde sin duda alguna se constata la maestría de Auraleón es en su grafismo. Su uso del blanco y negro, poseedor de un gran poder expresivo, se metamorfosea dependiendo de la condición natural de los protagonistas trastornados y pusilánimes, alocados y crueles. Un auténtico desfile de formas dispares y grotescas donde se entremezclan realismo y formas oníricas a partes iguales. La composición de página potenciará este clima expresionista. Cada vez más dinámica y experimental a medida que pasa el tiempo, diluye si es preciso los contornos de las viñetas en favor de la agilidad narrativa de unos relatos contenidos y barrocos, llenos de contrastes. Un esteticismo sobresaliente con gran alternancia de recursos, destinado a la búsqueda de la intensificación emocional sin caer en el desvarío o el desinterés.
Aunque Auraleón se siente satisfecho de su trabajo y alcanza la condición de artista de pleno derecho, el éxito no parece acompañar las excelencias de este tebeo. La respuesta del público de 1984 es tibia; la de los propios profesionales del medio, casi inexistente. Nuestro artista pasa con más pena que gloria. Su afán renovador queda en agua de borrajas. Y así, un Auraleón cada vez más desengañado del mundo de la historieta, la abandonará definitivamente tras su colaboración con Carlos Echevarría en Viaje al infierno. Ni siquiera su retorno al género terrorífico en el que cosechó tantos éxitos, lo sacia. Jamás volverá a retornar al cómic. Su depresión crónica, agravada con la separación de su esposa, derivará en tragedia con su suicidio en 1993. Atrás queda un artista en toda regla engullido por las exigencias de un mercado voraz e insaciable. El mismo que pocos años después llevará a la industria de la historieta española hasta su mayor crisis.