Catarsis

Manga de formación

Ediciones Tomodo Catarsis

Autora de shôjo manga inédita en España hasta la edición en 2016 del clásico de ciencia ficción ¿Quién es el 11.º pasajero?, así como del recopilatorio de historias cortas que nos ocupa, Catarsis (2018) —ambas por la editorial Tomodomo—, Moto Hagio (1949) responde al paradigma de autora de largo recorrido que, tras casi cincuenta años de carrera y una impresionante colección de títulos donde la fantasía, el terror y la ciencia ficción son determinantes —Poe no Ichizoku (1972-76), Thomas no Shinzô (1974-75), Marginal (1985-87), Barbara Ikai (2002-05) o U wa Uchūsen no U (2016)— ha comenzado a ver reconocidos sus méritos artísticos en esta segunda década del siglo xxi. Estamos hablando de la primera mangaka en recibir la Medalla de Honor con distintivo púrpura del gobierno japonés (2012), así como el prestigioso Premio Asahi, galardón otorgado por el periódico del mismo nombre desde 1929 que «honra a personas que hayan contribuido a los avances en la cultura y la sociedad japonesa».

A ello hay sumarle la labor de recuperación de material clásico para el público anglosajón de la mano de Fantagraphics. En nuestro país, esa tarea la está llevando a cabo, como apuntábamos, la editorial Tomodomo, cuyo cuidado trabajo de contextualización histórica se suma a la reciente actividad editorial al respecto de otras casas, como Milky Way —con la recuperación de La balada del viento y los árboles, de la contemporánea (y amiga) de Hagio, Keiko Takemiya (1950)—, o Satori, editorial literaria especializada en cultura japonesa, que ha comenzado a publicar manga este pasado 2018, rescatando de la historia del medio al influyente Shôtarô Ishinomori (1938-1998) con su obra Mi vida sexual y otros relatos eróticos; autor que, junto a Osamu Tezuka (1928-1989) y Masako Watanabe (1929), entre otros, influyeron en el llamado Grupo del 24, que reunía a aquellas mujeres nacidas en torno al año 24 del periodo Showa, es decir, 1949.

Moto Hagio, junto a Keiko Takemiya, fueron punta de lanza en la década de los setenta de toda una generación de autoras —Yasuko Aoike (1948), Riyoko Ikeda (1947), Toshie Kihara (1948), Minori Kimura (1949), Yumiko Oshima (1947), Nanaeko Sasaya (1950) y Ryoko Yamagishi (1947)— conocidas en la ensayística anglosajona como The Magnificent Forty-Niners. Además de ser las responsables de haber tejido una importante red de apoyo mutuo entre autoras, el trabajo artístico de esta generación se caracterizó por reapropiarse del shôjo manga en términos creativos —podríamos decir que, incluso, políticos—. Desde este género orientado a las adolescentes, las autoras se permitieron experimentar con forma y fondo, innovando desde la falta de prejuicios la manera de abordar la psique de los personajes y la codificación de las relaciones. En sus pinceles, los límites del shôjo manga se difuminaron con los de la fantasía, la aventura y la ciencia ficción, logrando una frescura que también propició la llegada de subgéneros propios del fanfiction como el shônen-ai/yaoi —historias de amor homosexual entre chicos— al mainstream.

Encontramos estas características en la compilación de doce historias cortas que componen el volumen Catarsis, una selección que permite hacerse una idea del trabajo que Moto Hagio llevó a cabo para revistas como Seventeen, Petit Flower o Big Gold entre 1971 y 1998, y que, ya sea desde el costumbrismo, la fantasía gótica o la ficción especulativa, problematiza las relaciones madre e hija (La niña iguana, Sayo se cose un yukata), los mandatos de género (Amigo K) o las tensiones entre expectativas familiares y realización personal (Catarsis). Asimismo, Hagio hace suyo el campo de batalla de las relaciones para afrontar temas complejos y profundos, como la (im)posibilidad de conocer al otro (Al sol de la tarde) o a uno mismo (Mitad); así como problemáticas con déficit de representación tales como el aborto (Camuflaje de ángel). Pero, si hay una cuestión que atraviesa gran parte de las historias cortas recogidas en Catarsis, y que es sintomática de la sociedad japonesa desde la II Guerra Mundial, es el proceso de asimilación de un sistema que pide total sumisión del proyecto de adulto a la autoridad, sea esta familiar, formativa o laboral. Proceso contra el que se rebelaron en la ficción, y en el mundo real, las autoras del Grupo del 24 que, como Hagio, hicieron crítica desde sus obras a las políticas educativas de un país que había volcado sus esperanzas desarrollistas en la obediencia de las nuevas generaciones. Como bien le espeta a su familia uno de sus personajes, «al menos quiero intentar no ser un robot».

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