Corto Maltés

Más allá del horizonte

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El controvertido debate que a menudo cuestiona si una creación debe sobrevivir a su creador no parece demasiado grave en Europa, a tenor de las nuevas etapas de personajes tan emblemáticos como Lucky Luke, Blake y Mortimer, Bruno Brazil o el mismísimo Astérix. Lo que, en ocasiones, por cierto, ha permitido salvar algún título de la progresiva decadencia dictada por la desaparición del guionista original o los presupuestos que motivaron su origen.

Sin embargo, creadores del calibre de Hergé o Hugo Pratt, por ejemplo, parecen insustituibles. ¿O quizás no tanto? Porque, mientras que las Éditions Moulinsart controlan férreamente la integridad del pequeño reportero, los herederos de Pratt no han tenido reparos en prolongar la existencia de su más famosa criatura, el aventurero Corto Maltés. Aunque no haya sido fácil encontrar a los autores capaces de afrontar una empresa de tal envergadura.

Para cualquier guionista es imposible atesorar la personalidad arrolladoramente irrepetible de Pratt, basada en las vivencias que moldearon su talante personal y creativo. Pero sí puede ser capaz de rastrear sus intereses y emular su forma de contemplar el mundo y entender la aventura, con el fin de aportar algo nuevo sin exceder los parámetros que lo definen. Ardua labor, en definitiva, en la que triunfa y convence Juan Díaz Canales.

En cuanto al dibujo, es forzosamente la elección más difícil. Porque la impronta visual define al personaje a la vez que reclama la atención del público y los medios. Si ya no existe el maestro, se espera que el producto se diferencie del original en la menor medida posible, aunque tampoco debe ser una copia sin alma. Hay que asumir el espíritu de la serie sin perder la personalidad autoral en el empeño. Y, en este sentido, Rubén Pellejero demuestra ser una elección perfecta, casi natural, ya que su línea sintética y elegante se amolda a la estética de Pratt sin traicionar su propia esencia, mientras que, en cuanto a contenidos, baste decir que Dieter Lumpen es un heredero confeso de Corto.

Con tan acertado equipo se publica en 2015 Bajo el sol de medianoche, una historia que sitúa al protagonista en el Gran Norte y sirve para tomar el pulso al personaje. De forma que su aceptación propicia, dos años después la aparición de Equatoria, el segundo título de esta renovada etapa, donde los autores españoles avanzan muchos pasos en la tarea de hacer suyo al navegante de Malta.

El viaje vuelve a ser aquí el motor del argumento, y la excusa, un objeto fabuloso que perseguir, donde importa menos la consecución del tesoro que el disfrute del propio trayecto. Dicha búsqueda permite visitar Alejandría, Zanzíbar, Mombasa, el mar Rojo y el lago Victoria, además de la mágica y recurrente Venecia, en un escenario geopolítico marcado por el colonialismo y poblado por numerosos y ricos personajes cuya intervención permite avanzar al relato. Son personajes muy bien definidos por el guionista, que observa la sobriedad característica de Pratt a la hora de plantear situaciones y diálogos. Alguno se inspira lejanamente en hombres y mujeres auténticos pero unos pocos, como ya es habitual, están arrancados del flujo de la propia historia. En este álbum son Hamed el Marjebi, Constantino Kavafis y Winston Churchill, aunque los dos últimos aparezcan antes de convertirse en relevantes figuras del siglo xx. En cuanto al marino protagonista, sus peripecias mantienen el ensoñador concepto de aventura que las caracteriza, mientras Corto Maltés conserva su melancolía y su instinto rebelde ante la autoridad y ante cualquier tipo de prepotencia, sea por motivos políticos, raciales o de género.

¿Qué decir del grafismo? El arte de Pellejero se asimila aquí a la mejor etapa de Pratt en la serie; la de La balada del mar salado y Corto Maltés en Siberia, o los episodios ambientados en el Caribe, África y Europa. Aquella que ofrecía un trazo sintético pero vivaz, tan enérgico como elegante, antes de que el gusto por la sencillez o el mero cansancio condujeran a una excesiva simplificación de la viñeta. Pellejero fusiona con naturalidad su propio estilo con el de Pratt, ejercitando el mismo juego de línea y mancha que el italiano (algo que se aprecia mejor en la edición en blanco y negro) e incluso se muestra capaz de paliar algunos de sus defectos. Ya que, si bien asume la misma estructura de página y su sentido del movimiento, resulta ser mejor narrador en imágenes que el maestro, a la vez que aporta una mayor riqueza en el capítulo de la ambientación física.

Y el trayecto no ha hecho sino comenzar…

Una afortunada maniobra comercial permite así volver a disfrutar de un mito del noveno arte tan vigente como imprescindible. Porque en esta era descreída y aséptica resulta más necesaria que nunca la aventura. Y, sobre todo, la existencia de un Corto Maltés que con su ironía seductora cuestione todo cuanto le rodea.

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