Rorschach

¿Quién es Rorschach?

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En Watchmen (1986), la obra original de Alan Moore y Dave Gibbons, Walter Kovacs no es nadie. Un tipo anodino, gris, triste, que pasea con una pancarta anunciando el fin. No se identificaba ni con su cara, hasta el punto de ser el personaje elegido por los autores para hacer una reflexión sobre la identidad; no solo la doble, entre él y su álter ego vigilante, sino incluso de la propia. En un punto de la historia, cuando le quitan su sempiterna máscara blanquinegra, en perpetuo movimiento, exclama con agonía: «¡No!, ¡mi cara!».

La máscara es importante porque es su identidad. Su identidad secreta es su identidad real. Bajo la máscara es quien es. Algo que
también se vio en Antes de Watchmen. Rorschach (2013), de Brian
Azzarello y Lee Bermejo. En este caso parece que el hábito sí hace al monje. Sobre quién está debajo de la máscara se detienen Geoff Johns y Gary Frank en El reloj del juicio final (2019), jugando al despiste con los lectores hasta revelar al personaje que había cogido el testigo. Ahora, en este nuevo acercamiento al universo de Watchmen, la identidad toma un nuevo objetivo, acercándose a la dualidad moral de los extremos y las supuestas causas justas de los neofascismos disfrazadas con máscaras… pero de las de otro tipo.

La historia comienza cuando han pasado ya 35 años desde que el hombre conocido como Ozymandias provocó una catástrofe interdimensional en la ciudad de Nueva York, con la llegada de los calamares (que siguen presentes de alguna forma) matando a miles de personas y destruyendo la confianza que la sociedad tenía en sus héroes. De hecho, los vigilantes desaparecieron entonces y nadie sabe a ciencia cierta qué ocurrió con ellos. Las hipótesis son mu- chas, pero ninguna cercana a la cruda realidad. El contexto de ahora se asemeja mucho al de la serie televisiva de Watchmen, creada por Damon Lindelof en 2019, en lo que podría ser un mismo universo compartido.

Desde entonces, desde la catástrofe, una figura con máscara, sombrero y gabardina se ha convertido en un icono amado y odiado a partes iguales. Un vigilante imitador del original es el principal sospechoso del intento de asesinato del candidato a la Casa Blanca, el gobernador Turley (que tiene presidiendo su despacho un gran cuadro con un smiley al más puro estilo «comediante», al que admira), que se presenta contra el presidente Redford. Pero ya desde el primer número, las expectativas de los lectores son subvertidas, alejándose de forma deliberada de lo superheroico, en general, y de la obra de Moore y Gibbons, en lo particular.

Tom King (Mr. Milagro, La Visión, Strange Adventures) va dirigiendo la función a través de la investigación posterior hacia un desenlace que se cocina a fuego lento, número a número, con pistas que, cual muñecas rusas, encajan a la perfección. El antiguo agente de la CIA demuestra en estas páginas que ha depurado su estilo al máximo para narrar una historia pro- funda, de reflexión, basada en su experiencia, con un envoltorio tradicional, pero un resultado sorprendente. Porque, ¿quién vigila a los vigilantes?

Será un detective anodino, gris, triste… un don nadie quien tenga que meterse de lleno en la mente de los terroristas que habían planeado el ataque. Y por el camino, mientras realiza sus pesquisas, también se acercará a la realidad de conocer quién es Rorschach y por qué actúa de esa manera (la relación entre el «viejo» Will y Laura, la «chica», es muy emocionante y requiere de varias lecturas para entenderla del todo).

La respuesta la tienen Tom King, por supuesto, y su socio en esta empresa, el dibujante Jorge Fornés (Batman, Hot Lunch Special), que desarrolla una narrativa heredera también de la rejilla de nueve viñetas de Gibbons (aunque el 3 × 3 no predomina, siempre está presente, con un profundo respeto hacia la referencia artística original), pero con una plasticidad enorme y siempre buscando una perfecta simetría. Algo complicadísimo, porque parecen haber mirado a la cara del abismo, que este les haya devuelto la mirada y haber salido más que bien parados.

El estilo de Fornés, muy de línea clara, sintético, sobrio, le viene de lujo a una historia tan de corte noir como la que plantea King (con quien ya había coincidido en Batman). En estos números nada es lo que parece, y se desprenden aristas del cariño y el homenaje metaconstante al mundillo del cómic (ojo a los «homenajes» a Steve Ditko o Frank Miller, por ejemplo, que son de nota). El redondeo hacia lo sobresaliente viene del color de Dave Stewart, con una paleta variada, a la par que contenida, capaz de marcar muy bien las diferencias temporales y ficcionales de las viñetas en función de la trama.

«Lo más triste es que la mayoría de los males son obra de gente que nunca llegó a decidirse sobre ser buena o mala. U obras bien o mal», dice uno de los protagonistas en una de las viñetas. Un bocadillo que bien podría esconder el secreto de esta maxiserie Rorschach, publicada bajo el amparo del sello DC Black Label, que amplía la mitología de Watchmen y que trata sobre temas universales, como la venganza, la rabia profunda, la esperanza de tener un objetivo, el anhelo de la compañía, la realidad y la ficción, el destino manifiesto y la búsqueda de la verdad para poder hacer justicia. Suele decirse que la justicia es ciega y que lleva una venda en los ojos, aunque eso puede no ser cierto; quizá tan solo lleve una máscara. Hurm.

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