Finalmente, la pasada edición del Festival de Angulema tuvo que celebrarse a puerta cerra- da y retransmitirse por internet a causa de la pandemia. Por lo general, tales condiciones sue- len deslucir cualquier acontecimiento cultural o gran evento en el que todas las miradas —o parte de ellas, tampoco vayamos a exagerar— se dirigen en un momento concreto.
No fue el caso en esta ocasión. No por lo deslucido de la ceremonia, sino por la excelente calidad de los títulos seleccionados en la mayor parte de sus categorías. Podríamos hablar de Kent State, de Derf Backderf —publicado por Astiberri y por Editorial Finestres en catalán—, Piel de hombre, de Hubert (Hubert Boulard, fallecido en 2020) y Zanzim (Frédéric Leutelier) —editado por Norma— y esta amarga y al mismo tiempo esperanzadora novela gráfica que firman el escritor David L. Carlson y el dibujante Landis Blair, L’accident de caça. Una història real de crims i poesia. Y si destacamos su edición en catalán es porque fue la primera en llegar a nuestro país en 2021, meses antes de que Planeta Cómic haya puesto en circulación la traducción al castellano, El accidente de caza. Una historia real de delincuencia y poesía, anticipándonos ya la valía de una obra que me- rece, como sus contrincantes en la posición, esa Fauve D’Or que se llevó en Angulema. Aclarado esto, centrémonos en el magnífico trabajo de Carlson y Blair.
Publicado originalmente en Estados Unidos en 2017, los cuatro años transcurridos desde entonces no restan para nada valor a una obra de espíritu totalmente atemporal. Atemporal porque no atiende a temas marcados por la dictadura de la actualidad; atemporal porque su narración tiene mucho de clásica y atemporal porque el dibujo de Blair huye de las modas y, por tanto, del tiempo como compartimento estanco. Es evidente que la principal motivación de este último era reflejar del mejor modo posible las emociones que Carlson nos intenta transmitir a través de los personajes principales del cómic. Y lo consigue. Las viñetas de Blair casan a la perfección con lo que se nos está contando. En blanco y negro, tupidas, rayadas, oscuras, algunas veces pausadas, otras crispadas, algunas poéticas, otras cargadas de desconcierto. Como las vidas de sus protagonistas, personas que han cometido gra- ves errores y sobreviven a ellos —aunque quizás no quisieran o no lo pretendiesen—, tomando las decisiones correctas por lo menos una vez en sus vidas. El paso del tiempo y la experiencia les va mostrando el camino, aunque sus ojos no les permitan verlo. Uno por motivos físicos (Matt Rizzo), otro por haberse bajado del mundo tras cometer un atroz asesinato en compañía del hombre al que amaba y que le traicionó (Nathan Leopold) y un tercero por estar todavía descubriendo la vida y sus entresijos (Charlie Rizzo). Sumemos a eso la literatura como forma de redención a través del interés de Nathan por Dante y Platón y la forma en la que transmite todo lo que aprende de ellos a un Matt que solamente piensa en acabar con su vida.
Podríamos hablar largo y tendido de esa redención, de cómo Nathan se convierte en un asidero a la vida para Matt y a la inversa, o del sufrimiento que pueden conllevar las mentiras piadosas cuando se descubre que son precisa- mente eso, mentiras para eludir la verdad, mucho más dolorosa, sí, pero también más honesta. Incluso podría extenderme apuntando que el asesinato cometido por Leopold y su compañero Loeb en 1924 inspiró películas como La soga (Alfred Hitchcock, 1948) o Impulso criminal (Richard Fleischer, 1959), pero nada de ello debe privarnos de sumergirnos vírgenes en el viaje emocional que supone leerse del tirón las cuatrocientas y pico páginas de L’accident de caça e intentar entender a cada uno de los personajes, sus decisiones y los errores que cometieron. Un viaje emocional que se nos narra en presente (la conversación entre Matt y su hijo Charlie) y en pasado (la amistad que acaba naciendo en la cárcel entre Nathan y Matt, dos hombres de espaldas al mundo por motivos bien distintos).
Al acabar el cómic, tras tomar aire en esas dos últimas páginas en color y leer el epílogo firmado por Carlson, no queda más que emocionarse con la complejidad de la mente humana y de un mundo que deberíamos dejar de medir en kilómetros para hacerlo a través de las circunvoluciones de nuestros cerebros.