En el mercado del comic-book norteamericano actual, la producción de las dos grandes compañías superheroicas, Marvel y DC, convive desde hace años con una avalancha de títulos que emanan de otras editoras, algunas de larga trayectoria, como Image o Dark Horse, otras de aparición más reciente. Series y miniseries, en su mayor parte propiedad de sus creadores, que se dirigen al sector mainstream del mercado ofreciéndoles productos fácilmente clasificables por géneros (ciencia ficción, terror, noir, fantasía, etc.) y que aspiran a hacerse con un hueco en el mercado o, en el mejor de los casos, a convertirse en franquicias tan exitosas como The Walking Dead o Hellboy. Como es obvio, solo unas pocas lo consiguen y no siempre es fácil determinar los factores que conducen al éxito.
A finales de 2019, el escritor James Tynion IV, junto al dibujante Werther Dell’Edera y el colorista Miquel Muerto, lanzaban al mercado Hay algo matando niños. Concebida inicialmente como serie limitada de cinco números, su éxito fue instantáneo. El volumen de pedidos en librerías condujo a su confirmación como serie regular antes incluso de salir a la venta. Con apenas un puñado de números publicados, el título sería nominado al Eisner a la Mejor Nueva Serie y pocos meses más tarde aparecía un spin-off: The House of Slaughter. Desde el verano de 2021 se trabaja ya en una adaptación audiovisual que será emitida por el canal Netflix. Todos los indicadores objetivos del éxito están ahí, así que la pregunta pasa a ser: ¿cuáles son las causas que lo explican?
Hay algo matando niños se abre con el brutal asesinato de un grupo de adolescentes en la pequeña comunidad de Archer’s Peak. En los meses anteriores, varios niños y niñas de la localidad habían desaparecido sin que las autoridades hubieran sido capaces de encontrar pistas acerca de su paradero. Es entonces cuando llega al pueblo Erica Slaughter, una joven de aspecto misterioso que no solo parece saber qué es lo que está pasando, sino que se muestra dispuesta a poner fin a las muertes y desapariciones. Tras ponerse en contacto con el único superviviente de la matanza, ambos comienzan a recabar pistas para intentar localizar y eliminar a los responsables de los trágicos acontecimientos. Al final del primer arco queda sucinta- mente desvelado qué es lo que está pasando en el pueblo y el misterio se desvía hacia la propia figura de la protagonista: quién es, de dónde viene, por qué sabe lo que sabe y cómo se ha convertido en una cazadora de monstruos.
En los primeros pasos de la cabecera encontramos numerosos lugares comunes del género, desde el protagonismo adolescente y la experiencia del terror como rito de paso a la edad adulta, hasta la elección de una insignificante localidad rural como el escenario en el que se representa una lucha entre fuerzas muy superiores. Tynion no parece demasiado interesado en resultar original, sino más bien en ofrecer al lector un producto reconocible que le proporcione exactamente aquello que espera, tomando como referente éxitos recientes de las narrativas terroríficas, como Stranger Things. Tras años trabajando para distintas cabeceras de la franquicia Batman, el escritor llega a este proyecto con un largo rodaje en el carril central del cómic comercial norteamericano, con todo lo que ello implica en cuanto al dominio de la narración serial y a su capacidad para satisfacer las expectativas del gran público. El escritor dosifica correctamente la información, domina los cliffhangers y consigue plantear unas incógnitas lo suficientemente atractivas para animar al lector a seguir leyendo. Sin embargo, no po- demos obviar como uno de los principales ar- gumentos en favor de la cabecera un desarrollo gráfico en el que brilla con luz propia el diseño del personaje de Erica Slaughter. Definida por rasgos altamente icónicos (ojos grandes, coleta blanca, pañuelo negro, machete en mano), su figura consigue evocar fragilidad y dureza a par- tes iguales. Merece por tanto destacarse la contribución de un Werther Dell’Edera que acierta en la definición visual de la serie y no pierde el pulso en su desarrollo narrativo. No menos importante resulta el trabajo del barcelonés Miquel Muerto, cuyos colores resultan esenciales tanto para retratar la insignificancia del día a día en Archer’s Peak como para insuflar un halo alucinógeno a las escenas sobrenaturales.
Por el momento han aparecido en nuestro país dos tomos que recogen los diez primeros capítulos de la cabecera. Las piezas están sobre el tablero y todavía queda mucho por desvelar. La serie goza de buena salud en Estados Unidos y es de esperar que experimente un impulso cuando se estrene su adaptación televisiva. Ante los autores se abre uno de los mayores desafíos que debe afrontar este tipo de productos: han sido capaces de llamar nuestra atención y ahora deben mantenerla.