Los seres humanos tendemos a arrojar palabras y vocablos hacia nuestros interlocutores a sabiendas de su inmenso poder. Nos sentimos eufóricos con ellas pues, al escogerlas, sabemos de antemano que lograrán exactamente el efecto que queremos. Somos especialmente dados a valorar las apariencias de los demás, a juzgarlos basándonos en una dudosa escala de valores, a un discutible canon de belleza que se sustenta en una rancia normatividad de los cuerpos. Pero no somos capaces de medir la magnitud del daño que pueden llegar a provocar una vez que impactan en el objetivo. Y quizá menos en etapas especialmente complicadas, como son la preadolescencia y adolescencia, en las que no contamos con el bagaje necesario para calibrar nuestras acciones. Porque, ¿qué sucede cuando bien de forma inocente o intencionada se hace constante referencia a tu talla? ¿Qué pasa cuando esas palabras que los demás te dirigen te abren los ojos a una realidad de la que nunca habías sido consciente? ¿Cuál es el impacto de saberse al otro lado de esa imperceptible e ininteligible línea que te convierte en objeto de señalamiento o, en el peor de los casos, de burla? ¿Existen elementos fiables a los que poder asirse en medio del naufragio? ¿Es posible salir indemne de esos ataques?
La historietista e ilustradora noruega Jenny Jordahl lanza una interesante propuesta con este cómic a modo de respuesta a esas cuestiones, que pasa por acercar a sus potenciales lectoras y lectores la cotidianidad de una niña llamada Janne, de la que su abuela dice que no es delgada como sus padres y hermano, de quien sus padres opinan que come mucho y a quien sus compañeros de clase se refieren despectivamente con un «gorda». Lo que Jordahl hace no es precisamente sencillo; no obstante, sale airosa y con nota —el reconocimiento en forma de premios y presencia en listas no deja de ser un indicativo de ello— plasmando en un cómic para una audiencia que podríamos etiquetar como middle grade cuestiones tan delicadas como el bullying, los trastornos alimenticios, la ansiedad, el cuidado de la salud mental, el poder del grupo frente a los comportamientos individuales o ese enrevesado transitar hacia la adolescencia. Y lo hace sirviéndose de su estilo sencillo, fresco, efectivo y de extraordinaria expresividad, desde una narrativa carente de moralinas, rica en matices, con un buen ritmo, potente en composiciones de página y luminosa, que brilla más si cabe en medio de las tinieblas a las que nos asomamos. Podríamos estar ante un coming-of-age en toda regla si atendemos a cómo va cambiando la relación de Janne con sus padres, su mejor amiga o sus compañeros de clase, o a la forma en que sus aficiones acompañan a la evolución de la trama —le fascinan los animales, muy especialmente los conejos, y se le da muy bien jugar al Zelda—. Sin embargo, hay cuestiones que acercan más el relato a un cuento de terror. Ello hace destacable el equilibrio con el que Jordahl maneja los argumentos más espinosos de la trama, vistiéndolos muy acertadamente de metáforas visuales, utilizándolos sin caer en el dramatismo exacerbado e integrándolos en las rutinas y ese lidiar con la realidad del día a día. Así, mantiene un tono inocente con un punto de positividad, sin esconder nada y cargado de intencionalidad.
Este cómic, que nos llega en una cuidada edición por parte de Liana editorial (cosa habitual en sus publicaciones, por otra parte), está impregnado del mismo compromiso y vocación ilustrativa que se atisba en el conjunto de las publicaciones de la ilustradora noruega que hasta el momento han llegado a nuestro país y en las que ha participado, bien como dibujante o como responsable única. El lápiz es el acero que Jordahl ha decidido blandir, es su forma de aportar su granito de arena para provocar una reflexión en quien se acerca a sus títulos, independientemente de cuál sea su trasfondo, pues en ellos encontramos argumentos como el feminismo, la ecología o la diversidad de los cuerpos.
Bienvenidos sean los tebeos que rompen tabús, hablando sin rodeos de lo que sucede en el mundo real, que lo hacen directamente a quienes son susceptibles de convertirse en sujeto o complemento directo en la conjugación de un verbo desagradable, que dotan de referentes y que proponen un diálogo. Debemos darnos cuenta de que silenciar y guardarnos bien adentro cuitas y preocupaciones ni da solución ni erradica el problema: simplemente genera un profundo sentimiento de soledad, el primer paso de un largo calvario del que es difícil salir. Debemos buscar el apoyo, la confianza y la complicidad en nuestro entorno. Y disponemos de los medios para ello. Las palabras son poderosas y la literatura —y los tebeos— nos harán más fuertes.