La presente novela gráfica de Frederik Peeters es fruto de un largo y coherente proceso que se inicia con el cambio de siglo y con el despegue artístico de este autor que contribuyó a poner de moda el género autobiográfico. Y también a revitalizar el panorama suizo del cómic, históricamente anodino hasta esa fecha, aunque el pionero Rodolphe Töpffer prácticamente sentara las bases del medio doscientos años antes.
Al cabo de diferentes experiencias con los sellos independientes de su país, nuestro autor se consagró narrando en Píldoras azules la compleja convivencia con su novia y su hijo, ambos seropositivos. Una mezcla de sinceridad, desenfado y reflexión que conquistó al público en 2001, fecha desde la cual ha ampliado el universo de sus intereses incidiendo en diversas temáticas, con guiones ajenos o propios. Con autores como Ibn Al Rabin, Pierre Wazem, Pierre-Oscar Lévy, Loo Hui Phang o Serge Lehman, se ha internado en la comedia, el cómic infantil, el policiaco, el wéstern, el thriller psicológico y lo sobrenatural, aunque siempre adaptando cada género a sus particulares preocupaciones éticas y estéticas. Algo que, por supuesto, se manifiesta con mayor intensidad cuando concibe de principio a fin sus propias obras. Hablamos de títulos como Constellation, Lupus, Aama o Paquidermo, por no mencionar el experimento conceptual y visual que supone Saqueo, ya que en todos ellos la ciencia ficción y la fantasía van un paso más allá de lo previsible para permitirle proyectar gran parte de su personalidad y su visión de la existencia.
En un par de décadas, sin embargo, nunca ha vuelto a practicar la autobiografía de una forma explícita. Si acaso, se acercó en 2004 con Onomatopées, una colección de bocetos y textos realizados para una edición limitada de lujo, en la que se cuestionaba su inminente paternidad y las responsabilidades que implica. No es hasta 2020, por tanto, cuando reincide en dicho género con la novela gráfica Oleg, considerada con toda propiedad como una secuela extraoficial de Píldoras azules.
La conexión es evidente. Todas las coordenadas vitales se corresponden con la continuidad argumental: el protagonista tiene 45 años, su hija ya es una adolescente (la de Peeters nació cuando realizaba Lupus), su carrera como dibujante coincide con la trayectoria real, el amor de su mujer permanece… Y físicamente tiene el mismo aspecto, aunque con las arrugas que denotan los veinte años transcurridos. Por otra parte, es cierto que aquí ya no se identifica tan directamente consigo mismo. Cambia de nombre y no utiliza la primera persona. Es decir, marca un tanto las distancias, el lector duda un poco más de aquella ingenua honestidad exhibida en Píldoras azules. También ha variado el estilo, obviamente: el dibujo es más elaborado, menos tosco, pero también menos espontáneo. Aunque no renuncie a visualizar sus divagaciones mentales mediante imágenes pintorescas; quizá más comedido pero siempre eficaz y cercano al absurdo.
A nivel argumental, esta vez sus conflictos no son graves. Cierto bloqueo creativo, algún sobresalto médico y una progresiva desconexión con la vida actual y sus nuevas tecnologías; también con la superficialidad del ciudadano medio, incluidos los lectores de cómic. Pero, sobre todo, muestra cada vez más su perplejidad ante la existencia y sus intentos de comprender un mundo que se le escapa entre los de- dos. El trasunto de papel de Peeters ahora lleva una vida más tranquila, cada vez más cerca de la naturaleza. Pasando del inconformismo a la resignación. Está claro que percibe el paso del tiempo con cierta melancolía y algo de hastío existencial. «El pasado pasó y eso es triste», afirma el personaje. Incluso se cuestiona la conveniencia de recuperar este tono autobiográfico que le consagró en su día ¿Es exhibicionismo o necesidad vital? Quizá mostrar su vida en papel impreso solo sea ya un ejercicio obsoleto, sobre todo en los tiempos de Instagram y Facebook. Sea como fuere, de nuevo se dedica a plasmar la vida diaria, ahora con un grado mayor de contemplación y reflexión. Casi se diría que en tiempo real.
Dentro de ese afán de buscar la veracidad, y mediante una original pirueta metalingüística, en Oleg se describe dibujando algunas obras que llegarían a publicarse (como Saqueo) y hasta interrelaciona sus argumentos con el mundo en el que vive, de forma que la realidad traspasa la fina membrana que la separa de las viñetas. Incluso se prefigura en estas páginas la gestación del propio libro que el lector tiene entre las ma- nos, conformando así un desconcertante bucle.
A diferencia de Píldoras azules, sin embargo, aquí se muestra más abierto al resto del mundo, menos absorto en su problemática personal, creando una ventana a la sociedad actual que el público observa mediante su percepción de la cotidianidad. Nada más y nada menos. Con absoluta naturalidad, pues, con honestidad y descaro, Peeters consigue de nuevo hacer de la vida real una aventura fascinante.