Mono de trapo. Antología

Un perturbador regreso a la infancia

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Tony Millionaire (Boston, 1956) es un autor esquivo. Heredero del underground, forma parte de la cara B del cómic adulto estadounidense, junto con autores como Kaz o Jim Woodring, todos de la misma generación y gente que no encaja exactamente en la novela gráfica convencional y los géneros que suelen asociarse con esta, y que se mueve mejor en lo oculto, lo onírico o lo liminal. De Millionaire habíamos leído en España Billy Avellanas (La Cúpula, 2018), pero de su obra grande, Sock Monkey, solo habíamos catado un recopilatorio de las primeras historias, Las aventuras de Sock Monkey (Rossell, 2008). Por eso es muy buena noticia que Barrett, una casa sin mucha trayectoria en la publicación de tebeos, haya lanzado una edición completa y de excelente factura —basada en la original Sock Monkey Treasury—, con cuidada traducción de Esther Cruz Santaella, y que incluye tanto las miniseries originales como los libros posteriores.

El nombre escogido por Barrett, Mono de trapo, resulta una adecuada traducción del original, que hace referencia a un juguete tradicional americano, equiparable al Teddy Bear, aunque de aspecto un tanto más inquietante, lo que anticipa un gusto por lo extraño por parte de Millionaire que impregna todas las piezas contenidas en el volumen, de un modo u otro. Con una sólida formación académica que plasma en espectaculares planchas, el autor abreva en aguas antiguas: toda la rica y extensa tradición de literatura infantil victoriana e inmediatamente posterior, en la época en la que el mismo concepto de infancia se configuraba y la industria editorial producía maravillosos libros ilustrados para niños y niñas. Antes de que Disney lo fagocitara todo, había espacio para lo perturbador y lo inquietante, no exento de moralismo, tal vez, pero articulado de modos muy ajenos a nuestra sensibilidad. Millionaire toma todo eso como punto de partida formal —incluso plantea algunas historias como relatos ilustrados; por ejemplo, «El pomo de cristal»—, pero también temático: los juguetes que cobran vida de Mono de trapo pertenecen a la misma estirpe que los libros de Winnie the Pooh (1926-1928) de A. A. Milne, cuyas ilustraciones originales, obra de E. H. Shepard, son una influencia confesa para Millionaire. Pero también podríamos llegar en esta genealogía de muñecos animados a Dentro del laberinto (Jim Henson, 1986) o, incluso la saga de Toy Story (varios directores, 1995-2019).

Las aventuras del Tío Gabby, el monete de trapo, y Don Cuervo, su mejor amigo, comienzan en una mansión de estilo colonial en medio del campo, en la costa este estadounidense, pero pueden acabar en cualquier otro lugar, porque fluyen con la lógica de los juegos infantiles. Los personajes se relacionarán con hormigas y murciélagos, pero también con piratas, capitanes de barco y hasta una cabeza reducida parlante. Descubren el mundo a cada instante, y su capacidad de asombro es la misma ante lo ordinario y lo extraordinario porque, filtrados por su mirada ingenua, ambos son una sola cosa. La imaginación de Millionaire, dirigida por una búsqueda que emana del subconsciente, se sustenta sin embargo en una verdad personal que suele ser imprescindible para que una obra trascienda: la mansión que sirve de hogar a estos juguetes es la de una de las abuelas del autor, y el mono de trapo existe realmente. Es un regalo de su hermana, que evoca otro que Millionaire tuvo con dos años.

Casi diez años de trayectoria permiten que la serie —publicada originalmente por Dark Horse— evolucione y Millionaire introduzca interesantes variaciones de estilo, mediante el uso del color o el carboncillo en lugar del habitual blanco y negro a tinta. Sin embargo, hay una serie de constantes en Mono de trapo que centran nuestra atención: la sensación de que nunca sabes qué puede pasar, a dónde puede llevarnos la imaginación del autor o hasta qué punto será capaz de retorcer lo cotidiano. Encaja como un guante con lo que expresa Mark Fisher en su ensayo Lo raro y lo espeluznante (Alpha Decay, 2016; trad. de Núria Molines): «La perspectiva de lo espeluznante nos puede dar acceso a las fuerzas que rigen la realidad mundana, pero que suelen estar escondidas, del mismo modo que nos pueden abrir las puertas de espacios que están más allá de la realidad mundana».

Esas sensaciones son las que nos revelan que tras el velo de la aventura hay algo, que tiene que ver con nuestra infancia, pero también con el inexorable paso del tiempo, algo especialmente claro en el crepuscular final de la saga de Tío Gabby y Don Cuervo. Tony Millionaire es uno de esos autores que son capaces de pulsar ciertas cuerdas y removernos por dentro. Es un clásico moderno, o un moderno clásico, como se prefiera. La publicación de Mono de trapo viene a reparar la ausencia en el mercado español de una obra que, esperamos, se valore ahora con justicia.

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