Desde pequeño siempre he tenido la creencia de que dibujar es una cualidad innata y que, si bien se necesita experiencia y aprendizaje para hacerlo con maestría, sin ciertas condiciones naturales es imposible hacerlo correctamente. A raíz de los avances en neurociencia y los fascinantes descubrimientos sobre la laterización cerebral de las habilidades y los procesos implicados, llegué hasta Aprender a dibujar con el lado derecho del cerebro, un manual que prometía ser el remedio para mi incapacidad manifiesta de hacer viñetas. En mitad de la revelación descubrí a Frédéric Boilet, un dibujante de comic que trabaja sobre fotografías y cuya técnica me hizo desterrar el manual y descubrir que hasta para calcar fotos hay que ser un artista.
Frédéric Boilet es el fundador de lo que se ha dado en llamar la nouvelle manga, un movimiento creativo de narrativa gráfica que combina estilos de dos de las escuelas más importantes del noveno arte, la historieta franco-belga y el manga japonés. El primero en mencionar el término manga nouvelle vague —rápidamente reducido a nouvelle manga—, en 1999, fue Kiyoshi Kusumi, antiguo director de la revista mensual de arte Bijutsu Techô, y lo hizo refiriéndose al francés Frédéric Boilet, el cual adoptó el término para sí y alentó a otros artistas a utilizarlo.
El dibujo de Boilet tiene un estilo hiperrealista muy original y es que acostumbra a grabar en vídeo o fotografiar los storyboards de lo que será su arte final. Como sus relatos son autobiográficos e intimistas, con el uso del objetivo consigue capturar en sus viñetas pequeños detalles que cargan de intensidad el rostro y los gestos de sus protagonistas.
El caso es que Boilet, además de ser francés y un seductor, o al menos así se muestra en la parte autobiográfica de su obra —básicamente, toda— tiene una habilidad especial para las relaciones sociales franconipófilas y así consiguió embarcar a algunos paisanos suyos, como Étienne Davodeau, Joann Sfar o François Schuiten y otros hasta ocho, junto con otros tantos autores japoneses, en un libro de historietas muy original en el que los autores europeos viajan a Japón para mostrarnos en ocho relatos sus impresiones en el país del sol naciente y a los que los dibujantes japoneses responden con otras ocho historias en las que nos enseñan su tierra con sus leyendas y su modernidad. Pero esta obra además de ser una propuesta novedosa en la que se entrecruzan miradas tan diferentes, le sirve a Boilet para entrelazar amistades, en especial con Aurita, relación fruto de la cual la autora japonesa realizará su autobiografía sexual Fresa y Chocolate.
El primer cómic que Boilet publica en España es Tokio es mi jardín, con guion de Benoît Peeters, también autor del texto de la fantástica saga de Las ciudades oscuras de Schuiten y con la colaboración de Jiro Taniguchi. Tokio es mi jardín narra la historia de un representante de vinos franceses enviado por su empresa a Japón para abrir mercado y que tras una breve estancia queda inesperadamente encantado por el país. Los números del negocio de representación no acaban de salir, por lo que David (que así se llama el protagonista) empieza a tener sudores fríos ante la perspectiva de tener que abandonar Japón y para colmo de males se enamora. Toda la historia está impregnada de la fascinación de David por los ideogramas y la caligrafía kanji, y le vemos explorar las reglas nemotécnicas que se utilizan para aprenderlos. Tras Tokio es mi jardín Boilet publica La espinaca de Yukiko, en el que nos cuenta el breve idilio que tuvo con Yukiko Hashimoto. La relación amorosa entre ambos está repleta de ternura y de instantes hermosos. Como se reseña en la solapa (y es que yo no lo podría decir mejor), las formas en que Boilet retrata a la mujer que ama transforman la propia creación del cómic en perpetuar en la página el acto de hacer el amor con ella. La primera edición de La espinaca de Yukiko se agotó, tal como pasó con Mariko parade, de la que hablaremos a continuación. La obra más reciente de Boilet publicada en España es Ellas, donde el autor se recrea en las relaciones amorosas y sexuales con las protagonistas de sus anteriores trabajos, alcanzando el momento de máximo realismo visual de todas sus historietas.
De toda la obra de Frédéric Boilet, sin duda alguna Mariko parade es la que más me gusta. Está realizada a cuatro manos con Kan Takahama. Ambos se conocieron a raíz de un email que Takahama le envió a Boilet, quedaron a tomar unas copas en el Café Relations Humaines —no me digan que no es un nombre bonito—. Ella era admiradora del francés y supongo que tenía ganas de fiesta, ya que el mismo día que quedaron, tal y como cuenta ella, tras amanecer embrutecidos por tanto alcohol se dijeron: «¡Tenemos que hacer algo juntos!». Ese «algo juntos» bullía de forma insconciente en la cabeza de Takahama que, fascinada con La espinaca de Yukiko, y tras comentarlo con Boilet, propuso volver a sumergirse en el universo sutil de los amantes para continuar de algún modo la historia. A partir de las fotografías y vídeos de Mariko, la modelo que usó Boilet en La espinaca de Yukiko, Takahama construyó una historia preciosa.
Mariko parade comienza con una sucesión de viñetas en las que se ve a la protagonista leyendo el libro de La espinaca de Yukiko mientras viaja en el tren con el propio Boilet. Ambos discuten sobre si la narración del manga es una historieta o un documental autobiográfico y entre las páginas se intercalan las láminas de Las doce quimeras del zodiaco que Boilet había preparado para otro proyecto. «Cuando estás en el paisaje es como si mi dibujo, mis historias, echaran a andar por su cuenta».
El dibujo de Takahama es simplemente magnífico, realizado con lápiz y carboncillo y después retocado digitalmente, cada viñeta es una bella ilustración. Con esta misma técnica, Takahama ha publicado en España otros dos albumnes, Kinderbook, que es una recopilación de relatos cortos publicados en revistas manga japonesas, y Awabi, obra más madura en la que el protagonista es el amor — tema recurrente de la nouvelle manga—, pero desde una perspectiva mucho más pesimista que la de Boilet, impregnada de esa atmósfera de fatalidad en lo emocional propia de la cultura clásica japonesa.