Las varamillas

Paréntesis de realidad

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Vivimos en un mundo de demasiadas contradicciones, de hechos mutuamente excluyentes batallando unos con otros con uñas y dientes.

Olga Tokarczuk

El viaje se constituye en un eje fundamental del arte. Expresión cenicienta del alma humana que refleja distintos matices a lo largo de una sucesión preclara de etapas: el mero escapismo no siempre lúdico (el personaje casi siempre huye de sus problemas), la exploración de lugares remotos que permiten sincrónicamente la exploración interior, hasta culminar, por supuesto, en el ansiado retorno cargado de nuevas experiencias y aprendizajes. Paisajes reales del presente o tiempos pretéritos se compaginan con imágenes futuristas fruto de utopías o distopías encarnadas. Pero no es el único espacio que descubrir. El mundo de la imaginación, del inconsciente humano, también necesita aventureros avezados que tracen los mapas de sus contornos. Reinos de espada y brujería, bosques encantados, grutas oníricas… estos emplazamientos fantásticos se plantean como realidades alternativas en las que el protagonista irrumpe por accidente (a través de una madriguera, un armario o un tornado, por ejemplo) encontrando refugio. Y es en esta excelsa y extensa tradición donde hemos de enmarcar esta obra de Camille Jourdy (Chenôve, 1979).

Ciñéndonos al campo de la historieta, sus reminiscencias a clásicos inmortales como Little Nemo (la fantasía como expresión genuina de la belleza por medio de páginas luminosas y detallistas), Krazy Kat (el ingenio y diversión que impregnan las desventuras de los habitantes de Coconino los convierten en seres ajenos a la moral) o Philémon (los seres imposibles que conoce son un derroche surrealista de libertad creativa), en los que el concepto del viaje se erige en una odisea particular de sus autores, hacen de Las varamillas de Jourdy un perfecto entramado en el que sus piezas brillan siguiendo el tópico previo: una protagonista, Jo en este caso, que se aleja de una dura realidad que la obliga a madurar (no acepta cómo su padre ha reconstruido su vida con una nueva pareja tras su divorcio); su entrada al nuevo universo de forma natural (en este caso se pierde en un bosque y sigue a unos «duendes» a caballo que cruzan un túnel ferroviario abandonado); su encuentro con un variado conglomerado de seres ¿irreales? de diversa condición (como el grueso zorro Maurice, el pequeño Nouk y su tierna madre, el coqueto y misterioso perro Pompón, el nihilista emperador Minino y su ejército de pollos desplumados, y, sobre todo, las cándidas varamillas); su enfrentamiento a diversos peligros y enemigos (el castillo del tirano, la llanura del olvido, la casa de las brujas, las ratas del pantano); su lucha contra el mal que asola estos territorios ficticios (liberar a las varamillas y al pueblo que la ha acogido de los caprichos y deseos de Minino) se convierte en la resolución de su propio conflicto interno. De este modo, responde a una audiencia dual que la convierte en una historieta de difícil clasificación. Por un lado, su apariencia liviana (para Jo todo es tan solo un juego o una simple aventura) la hace apta para un público infantil, y por otro, el reflejo paródico de nuestra sociedad aburguesada (el emperador Minino responde a no pocos dirigentes de hoy en día, y la indiferencia y dudas de parte del pueblo personifican nuestra complacencia), la acerca a la fábula satírica adulta. Una compleja sencillez que la hacen ejemplar y enteramente original a pesar de sus reminiscencias «clásicas».

La naturalidad con la que Jourdy elabora su mensaje dota al conjunto de una sensibilidad inusitada. Una suerte de episodios costumbristas que entrelazan los momentos más folletinescos. La escena en la casa abandonada donde Jo, Maurice y Pompón, antes de conciliar el sueño, hablan de los ratas del pantano como de seres terroríficos inexistentes, el cuento con el que la madre de Nouk consuela a su hijo en la celda, el continuo refunfuñar del emperador Minino, que solo quiere tener un cumpleaños a su altura, los divertidos cruces dialécticos entre el matrimonio de duendes a caballo… suponen el reflejo de una visión tierna y desdramatizada que asume los problemas que lastran al ser humano como una parte inherente que no debe ser rechazada, sino asumida. Su estilo recoge el reto elaborando unos personajes creíbles (aún siendo imaginarios) y complejos, dotados de vida propia. Los diálogos son interpolaciones de un estilo cómico sosegado que define unas conciencias humanas que se añaden y superponen en una relación íntima, cercana, familiar. Al mismo tiempo, las delicadas líneas de su trazo los configuran como seres cercanos y plausibles, esenciales y exquisitos, dotados de coloridos tonos que redondean su personalidad. En definitiva, Jourdy nos conduce por una elegante travesía a través del inconsciente, revelando junto a nuestras pequeñas intimidades el glosario de maravillas y monstruos que lo pueblan y nos vuelven errantes.

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