«La residencia tiene dos pisos. En el que estamos los válidos y el piso de los asistidos. Allí arriba van a parar los que ya no pueden valerse por sí mismos. Los que han perdido la razón, los que tienen algún tipo de demencia, como Alzheimer… no me gustaría acabar ahí».
Miguel
Tal vez sea demasiado atrevido decir que el cómic en España estuvo en segundo plano hasta la llegada de este trabajo de Paco Roca, pero la verdad es que su target (minoritario por entonces) estaba segmentado casi al 50% entre los amantes de los comic books norteamericanos y los chistes, o historietas de humor. Vamos, que los que no estaban familiarizados con la diversidad de temáticas que pueden abordar los cómics, consideraban que estos eran cosa de críos: «leen mortadelos y supermanes, qué inmaduros». No obstante, un ínfimo porcentaje se repartía en otro tipo de historias, podríamos decir más personales, bastante desconocidas para el gran público a no ser que tuvieran adaptación cinematográfica. Hasta que, en 2007, Roca publica Arrugas (en una editorial francesa, eso sí), rompe el mercado nacional y abre espacios en las grandes superficies para los cómics con una temática y protagonistas poco habituales.
Tras los atentados del 11S, se dijo que el gobierno norteamericano había convocado a reconocidos guionistas de películas semiapocalípticas con explosiones ensordecedoras, de esas con malos-malísimos con ansias de hegemonía mundial o, en resumen, de filmes que trataran del posible desmoronamiento de la civilización occidental, para poner en común posibles escenarios de ataques terroristas y así estar preparados para tal contingencia, ya que en el pasado habían sido realmente buenos plasmando en la ficción lo que podía pasar en la realidad. En cierto modo, algo así le sucedió a Roca tras la publicación (y éxito arrollador) de Arrugas: le han llamado continuamente para participar en charlas sobre alzhéimer, en ocasiones hasta compartiendo micrófono con prestigiosos especialistas. Ni los guionistas antes citados tenían formación militar ni Roca tiene conocimientos revolucionarios en medicina, pero ha sido su capacidad narrativa lo que les ha valido el reconocimiento. Arrugas es, como podrán imaginar, una emotiva crónica sobre el deterioro físico y mental que conlleva el alzhéimer en particular, aunque se podría extender a la vejez en general. En principio, nada parece más alejado de las temáticas habituales del cómic que una historia bastante triste protagonizada por ancianos, cuando casi todos relacionan las historietas con el humor o con superhéroes hipermusculados. Pero Roca aprovecha todas las ventajas del medio para potenciar un muy bien hilvanado guion, mezclando tanto la narración literaria con la puesta en escena cinematográfica o explotando ciertas virtudes del formato cómic, como el desdibujamiento (literal) de las caras o un fundido en blanco de varias páginas hacia la nada más absoluta que en cualquier otra forma de expresión artística (incluso en la película de animación homónima, que es muy fiel al original) perderían la fuerza que se consigue en Arrugas.
La mayor parte de la historia fue construida a partir de testimonios directos de su entorno (por ejemplo, Emilio, el personaje —aparentemente— principal, está inspirado en el padre de un amigo) o a través de las visitas que realizó a residencias y asilos para documentarse. Así, Roca vivió en primera persona situaciones que plasma en Arrugas, como las colas de ancianos que se formaban esperando a que los auxiliares les acostaran o las horas interminables que pasaban sesteando en sillas, entre comida y comida, donde lo único que se movían era la luz del sol o las manecillas del reloj. Es muy difícil transmitir (sin aburrir) que todos los días son iguales, monótonos y aburridos, para los ancianos recluidos en estas instituciones, aunque sea salpimentándolo con anécdotas, pequeños detalles que nos recuerdan las manías de los viejos: una señora guardando sobrecitos de mantequilla para dárselos a su nieto o un señor contando por enésima vez sus hazañas deportivas de la juventud, de cuando Franco era cabo, o casi. Pero Roca lo consigue, manteniendo la equidistancia precisa entre el humor y el drama para que nos lo tomemos en serio lo suficiente pero que no acabemos con las existencias de pañuelos de papel en los supermercados de los alrededores. Paradójicamente, el episodio de la fuga en el coche (que personalmente me recordó una escena análoga de Alguien voló sobre el nido del cuco) que es la anécdota más, digamos, trepidante puede que sea la que peor funciona y es precisamente la idea de la que partió Roca para comenzar Arrugas, cuando tenía en mente algo parecido a una banda de atracadores de bancos formada por ancianos.
Otro de los aciertos de este cómic es la evolución de los personajes. Hemos comentado que Emilio era el personaje aparentemente principal, puesto que es el que vertebra la historia. Pero a medida que el alzhéimer va minando su razón, su compañero de cuarto Miguel va cobrando protagonismo. De ese pícaro listillo que cae francamente mal, que habla con soberbia de su independencia y que estafa a otros ancianos, llegamos a un hombre que ayuda a los demás desinteresadamente y realiza el mayor sacrificio posible de su mundo por la amistad: acompaña a Emilio a la planta de los asistidos aun a sabiendas de que todos sus esfuerzos por ayudarle solo se verán recompensados, si acaso, con una fugaz sonrisa de reconocimiento antes de volver a sumirse en el olvido.
La verdad es que es difícil concebir una temática más arriesgada para un cómic: los viejos, la soledad y el aburrimiento, que para algunos podría ser una triple redundancia. Ese (la pésima opinión que se suele tener sobre la tercera edad) fue por cierto uno de los detonantes que empujó a Roca a emprender este proyecto, ya que durante un trabajo publicitario le indicaron que borrara a un par de ancianos porque eso no vendía. Pues vaya si vende. Y, además, como toda buena ficción, te hace recapacitar sobre la realidad, tu realidad: Roca ha contado que uno de los mejores y más repetidos halagos que le han dedicado sus lectores en relación a Arrugas es que, tras leer su cómic, han sentido la imperiosa necesidad de hablar con sus padres. Deberíamos tenerlo presente, puesto que puede que nuestros días o los de los más cercanos a nosotros, acaben en un lugar así donde un frío tramo de escaleras encarne nuestros temores más profundos.
No obstante, el regusto final que te deja Arrugas, una vez que te frotas los ojos porque ya es mala suerte que se te acaba de meter algo en el ojo, es positivo por ese epílogo humorístico que cierra una subtrama que se nos había pasado por alto. Pasamos del pico dramático del cómic a la sonrisa más tierna (ojo, la faceta cómica de Roca no debe ser menospreciada: echen un vistazo a su desternillante Memorias de un hombre en pijama), redundando en esa contraposición tragedia-comedia que salpica toda la obra, de una forma tan pasmosamente sencilla, con un manejo de los tiempos y el tono tan preciso, que no está al alcance de cualquiera. De cualquiera que no sea Paco Roca, quiero decir.