Pero yo quisiera proponer para el futuro saber popular otra frase que, más o menos, diría así: «¡Qué fácil entra la letra, gracias a la viñeta!». ¡Vale! No tiene tanta fuerza, pero es una verdad como un templo. Esto mismo, o algo muy parecido, debió pensar Pedro Cifuentes a la hora de llevar adelante su estupenda Historia del Arte en Cómic: El mundo clásico.
El autor es profesor de la asignatura de sociales en la ESO, y un gran fan del noveno arte. El amor por ambos mundos, el cómic y la historia del arte, le ha permitido crear un producto único que va más allá de un mero cómic didáctico al uso. El propio historietista así lo revela.
La historieta se inicia con una página dedicada a Lómper, un perro que resulta ser la mascota del profesor, encarnación en viñeta del propio Pedro Cifuentes. El chucho, que hace las veces de narrador al inicio de la obra, se dirige a los lectores y explica en un globo o bocadillo la esencia del álbum con las siguientes palabras: «Este libro no es un manual ni nada por el estilo. Es un cómic que acerca el arte a los chavales. Una primera aproximación en viñetas al mundo del [arte clásico].»
Con gran inteligencia, Cifuentes intenta (y yo creo que consigue) que el primer contacto con la materia de estudio sirva para que el alumno quede seducido por el tema, facilitando de este modo el aprendizaje posterior. Para lograrlo, recurre a diversos personajes que, además de los ya citados, incluyen a toda una serie de alumnos de instituto y a algunos expertos que, a modo de cameo, hacen su aparición para explicar algún punto específico del clasicismo, entre otros: Leonardo Da Vinci, un escriba sumerio y otro egipcio, la poetisa Safo, Homero, Heródoto o Hipatia de Alejandría.
Cifuentes es consciente de que el cómic permite explicar de manera sencilla conceptos complejos, y no duda en sacar el máximo rendimiento a esta cualidad del lenguaje de la viñeta. El clasicismo es un concepto difícil, y lo más habitual es que el alumnado de Secundaria no consiga descifrarlo en toda su complejidad. Sin embargo, Cifuentes lo hace accesible y sencillo, utilizando un sinfín de recursos propios del noveno arte.
Así, emplea la técnica de los diálogos socráticos —en este caso entre el profesor o «experto», por un lado, y los alumnos, por el otro—, consiguiendo que el lector se familiarice con cuestiones fundamentales del clasicismo como por ejemplo la representación de la figura humana en la Antigüedad grecolatina y el Renacimiento, la iconografía clásica a través de los principales dioses del panteón Olímpico, o el conocimiento de los principales edificios de las diversas ciudades griegas y romanas.
El equilibrio entre diversión y aprendizaje que logra es admirable. Hay páginas enteras que contienen esquemas que podrían estar en cualquier libro de enseñanza secundaria (por ejemplo, aquellas que muestran las diferentes plantas de los templos griegos, los tipos de esculturas, o las partes de un templo). Pero la combinación de estas páginas con los personajes y sus diálogos está tan logrado que en ningún momento distrae al lector de la historia que está leyendo. Y eso es el mayor logro de este cómic, lo que lo convierte en una obra sobresaliente de la historieta, más allá de su evidente valor didáctico.
Desde siempre ha existido una cierta tradición editorial que utiliza el cómic para verter en él contenidos didácticos relacionados con la historia del arte, cuyo objetivo es dar a conocer o hacer más sencilla la asimilación de dicha materia. Entre los más antiguos, recuerdo haber leído en mi infancia diversas biografías en cómic sobre los grandes genios de la historia de la pintura publicadas por la extinta editorial Bruguera, y los cuadernillos de temática similar que pertenecían a una colección mucho más extensa centrada en los grandes personajes de la humanidad titulada Vidas ilustres, que publicaba la editorial mexicana Novaro.
Mi valoración de estas obras a día de hoy es bastante pobre, ya que, por lo general, eran incapaces de conjugar de una forma mínimamente atractiva el contenido a comunicar con aquello que es más esencial, la capacidad de narrar una historia. En algunas ocasiones estos cómics tenían unos contenidos sobre historia del arte tan exiguos, o incluso erróneos, que carecían de utilidad didáctica real; y en otras, pecaban de lo contrario, ya que la carga de contenido era tan pesada que no se trataba de un cómic, sino de un libro de texto acompañado de «dibujitos». Pedro Cifuentes consigue en su Historia del Arte en Cómic: El mundo clásico el equilibrio perfecto. En todo momento acompañamos al profesor y sus alumnos a un viaje por el mundo clásico en el que el aprendizaje es una consecuencia de la aventura, y no creo que haga falta explicar que cualquier niño prefiere vivir una aventura a hincar los codos.
Tras su lectura se hace evidente que se trata de una obra que ha sido meditada en profundidad por alguien que domina a la perfección los dos campos que la componen: la historia del arte, que la dota de contenido, y el lenguaje del cómic, que es usado sabiamente para transmitirlo. Solo me resta decir que si el resto de volúmenes de la colección dedicada a la historia del arte resultan tan brillantes como esta primera aproximación (ya está en marcha el segundo tomo dedicado al arte medieval), estaríamos hablando de una obra de primer orden para nuestro sistema educativo; y de la enésima prueba de que el cómic es uno de los lenguajes primordiales y más prometedores del siglo XXI, con aplicaciones y caminos que están aún por recorrer.