Hay obras que funcionan siempre. Que siempre tienen razón. No importa cuándo estén escritas y dibujadas. Son historias que tocan temas universales y, por tanto, se convierten en un punto fijo de referencia al que anclarse para reflexionar sobre aspectos de nuestra propia humanidad. Estas historias, por supuesto, también sirven para hablar de nuestras miserias personales, quizás porque nuestros defectos son inmutables, no varían y se mantienen en el tiempo sin importar lo mucho que tratemos de corregirlos. Son las constantes de un teorema irrefutable enunciado con nuestra medianía despreciable como especie. Son los indicadores luminosos de nuestra bajeza, carteles de neón brillantísimos que destacan por mucho que intentemos ocultarlos avergonzados. Y, por desgracia, también funcionan siempre.
Esta máxima de inmutabilidad digna de obra maestra se cumple a rajatabla en Helter Skelter, un manga que comenzó a editarse en Japón en el año 1995 para completarse en el 2003. Este largo periplo editorial para un trabajo de trescientas veinte páginas se explica debido a un hecho traumático sufrido por la autora, un atropello perpetrado por parte de un conductor borracho que la obligó a largos años de rehabilitación impidiéndole dibujar con normalidad. Aquí, en España, el tomo ha sido publicado por Ponent Mon casi dieciséis años después, y sin perder un ápice de frescura, por supuesto.
La terrorífica historia de la joven modelo protagonista, una mujer convertida en efímero producto de la cirugía estética que vive obsesionada por el canon de belleza imposible que ella misma representa, puede servirnos a la perfección para contar la historia de cualquiera de los influencers estéticos que viven presos de sus propias fotografías publicadas en redes sociales. La inmediatez de lo digital como nuevo baremo de nuestros estatus; la esclavitud constante a la que se ven sometidos aquellos que deben mantenerse siempre activos, siempre frescos, siempre sonrientes y perfectos para no perder lo conseguido; la obsesión enfermiza por la fama que lo cubre todo, que lo trastorna todo, que consigue que los sentidos se distorsionen para ver fantasmas y espectros de una realidad viciada por lo imposible. Todo está aquí. La falsedad de la farándula, el vacío del que llega al estrellato por el camino del físico, el capitalismo más salvaje y despiadado asociado a la moda y la estética. Y todo retratado por el trazo incómodo y en apariencia casual de esta artista estratosférica llamada Kyoko Okazaki.
Hija espiritual del Grupo del 24, esa generación de mujeres que revolucionaron el manga con una nueva concepción del shojo (manga dirigido específicamente a mujeres jóvenes) y que nacieron en el año 24 del periodo Showa (1949), Okazaki posee un estilo propio tan atractivo como turbador. Bajo el aspecto descuidado, fluido y casi perezoso de su tinta, se esconde un conocimiento preciso de las normas esenciales que rigen la narrativa o la expresividad, lo que la hace formar parte del reducido grupo de talentos capaz de transmitir emociones complejas con una línea o un escorzo.
Su cómic es hilarante y terrible, tan divertido como cruel, sensual y sexualmente enfermizo. Absurdo y real a partes iguales, es un órdago que no debería funcionar pero que sorprende al recrear con realismo certero una realidad triste y cercana de forma magistral. Me es imposible no recomendar otra de sus obras editada en España también por Ponent Mon, Pink, ya que con Helter Skelter conforman un díptico sólido y muy representativo de la obra de la autora, en la que podemos apreciar muchas de las características que marcan su trayectoria artística y argumental. Muy diferente en su planteamiento, lo que en Pink era humor costumbrista con final terrible, en Helter Skelter es terror psicológico, vacío moral y psicopatía inevitable.
Por tanto, más que recomendar una obra en sí, creo necesario hacer un ejercicio de totalidad y reivindicar a una autora superlativa, fundamental y diferente. Una mangaka que maneja como nadie las emociones, lo aleatorio y cruel de la vida o las insanas vibraciones que nos convierten en monstruosas víctimas de nuestra patética ambición. Creo también imprescindible recuperarla como apuesta segura, aprovechando el espacio que esta reseña y este libro conceden para poner en valor el talento de esta mujer única y universal. Eso, y esperar con los dedos cruzados que se siga apostando por la publicación de su obra en nuestro país, una deuda a saldar en un catálogo nacional carente de muchos títulos surgidos de los lápices de grandísimos talentos femeninos venidos del país del sol naciente.