Si nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, cada vez que actualizamos el sistema del smartphone sentimos que el cerebro nos explota ante el azote tecnológico que produce la remota posibilidad de no acostumbrarnos a los nuevos iconos, no quisiera yo vernos a ninguno en la piel de Navis, la protagonista de Estela. Lo que ella vive sí que es un impacto tecnológico y no esas nimiedades nuestras. Para ponerle en situación, Navis es una indígena que tiene como única familia un tigre y lo más sofisticado que ha usado nunca es un cuchillo de producción propia. Un día, un convoy interespacial llamado Estela rompe su austera rutina e invade su contexto selvático obligándola a enfrentarse a extraños seres a medio camino entre cucarachas gigantes y robots.
Puestos en el lugar de Navis, es probable que si no morimos del susto, nos mate el estrés que genera tanta máquina en nuestra vida campera —no hay más que ver los sudores que nos entran a la mayoría cuando ponemos en hora el reloj del coche—. Sin embargo, ella planta cara a la maquinaria viviente con una naturalidad pasmosa, lucha contra esa sofisticada tecnología a golpe de machete y, cuando se ve acorralada, abre un profundo diálogo con el ejército atacante sobre la importancia del individuo como ser libre y único.
Pero ¿qué habilidad comunicativa puede tener una chica que se ha criado sola en medio de la selva? ¿A qué nivel de entendimiento verbal puede llegar una persona con un ser/máquina de otro planeta? Y lo más alucinante, ¿de verdad una mujer semidesnuda filosofando con un ejército de tíos?
Normal que esté catalogado como ciencia ficción. Es cierto que no es tan raro ver a un humano pelearse o negociar con una máquina, ¿quién en un momento de apuro no le ha dado una colleja a la pantalla del PC? o ¿quién no ha intentado hacer entrar en razón a una impresora rebelde? Pero no olvidemos que el caso de Navis es un poco más excepcional. Ella es una indígena. Y a ella las máquinas no solo la escuchan sino que la entienden y obedecen.
Todo esto es ciencia ficción, sí, y una locura, también. Piensen que la mayoría de nosotros nos pasamos la vida estudiando idiomas para ser capaces de poco más que pedir un café en el extranjero y ver alguna película en versión original. Sin embargo, Navis —criatura por cierto sin escolarizar—, en dos minutos pacta civilizadamente con habitantes de lenguas y especies diferentes a la suya. Un pacto cívico. En la Tierra. Planeta donde históricamente las cosas «importantes» se han resuelto con la diplomacia de los tiros.
Pues bien, Navis no solo dialoga con estos extraterrestres sino que además acaba trabajando para Estela. Allí es la encargada de ejecutar las misiones más importantes, resolver conflictos interespaciales y buscar seres humanos en otros lugares. En definitiva, Navis consigue el cargo del agente jefe del convoy. Que a la entrevista de trabajo fuese disfrazada de gogó de Pachá no tuvo nada que ver.
Compro todo esto porque, insisto, es ciencia ficción y además soy muy fan de Navis. Soy muy de ella primero porque en dos minutos consigue un puestazo dentro de Estela —una empresa con carácter masculino— ganándose a sus compañeros unánimemente. Es la nueva y además mujer, y nadie cuestiona sus méritos profesionales para estar dónde está. ¡Cuánto de esto debemos aprender en la Tierra!
En segundo lugar, soy del Navis Fan Club porque no he visto mujer más desenvuelta con la tecnología que ella. Pocas veces la vemos llamando al técnico de turno para que la ayude con la nave, y cuando esto pasa, nadie la somete a la humillante pregunta de informático jocoso que todas hemos sufrido alguna vez: «¿Estás segura de que tienes la máquina encendida, bonita?». Y tercero, y no por eso menos importante, porque los modelitos mercadilleros que le colocan los de vestuario le sientan de maravilla. Y miren que esa ropa choni que saca es difícil de llevar con dignidad. Un diez de tía, oiga.
Bromas aparte, el personaje de Navis sería muy excepcional si un ser humano así viviera entre nosotros, pero no si se mueve dentro de una space opera como es Estela. Este es un cómic comercial que recurre a clichés y arquetipos de la ciencia ficción más manida que se le venga a la cabeza, no lo vamos a negar. Sin embargo, algo tendrá la heroína sexy de Jean-David Morvan y Philippe Buchet para que las historias de Navis se convirtiesen en un best seller en Francia, España y Estados Unidos. Y no es reproche sino todo lo contrario.
Por otra parte era de esperar que la fórmula funcionase: lo salvaje de Mowgli, la sensualidad de Catwoman y la ciencia ficción argumental de Battlestar Galáctica se dan la mano en Estela. Y ¿cuál es el resultado? Una Mahatma Gandhi pibón que protagoniza historias con mensajes como la rebeldía, la libertad y la conciencia social tratados de manera fantástica.
Además, Morvan y Buchet no quisieron quedarse en las aventuras de la protagonista adulta. Fueron más allá y crearon la precuela titulada con el nombre de Navis, donde Buchet enseña con dibujos más infantiles y toscos una Navis bebé llena de virtudes. Todo muy bien tratado, eso sí, no vayan a imaginarse que hicieron un talent show con la niña al puro estilo Juan y Medio.
Estela la componen catorce capítulos de cuarenta y ocho páginas cada uno, llenos de chascos y gratas sorpresas, aventuras y desventuras, éxitos y fracasos de los personajes durante un proceso de búsqueda. Aquí se habla de encontrar especies como Navis y planetas con vida inteligente, pero puede entenderse de una forma más real: Los palos que uno se lleva hasta encontrar una persona similar a nosotros y una casa cálida y bonita donde quedarse a vivir.