Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable.
Jorge Luis Borges, El Aleph
A mediados de la década de los cincuenta, Héctor Germán Oesterheld, alcanza su cúspide como guionista de historietas. El joven geólogo que en 1943 abandona su profesión para ser escritor de cuentos infantiles y que desde 1951 comienza a publicar los exitosos guiones de Bull Rocket y el Sargento Kirk para la editorial Abril, decide dar un paso al frente y fundar junto a su hermano Jorge su propia editorial: Frontera. Revistas como Hora Cero y Frontera gestarán una nueva historieta de aventuras más madura en contenidos. En este contexto, El Eternauta se convierte no solo en la obra más popular de la joven editorial, sino en la mejor muestra de esta revisión del género, acorde con los nuevos signos de los tiempos.
El hecho más llamativo radica en la localización de la obra, la Buenos Aires de la segunda mitad del siglo xx. Un carácter localista, alejado de la superficialidad. Parafraseando a Juan Sasturain, asistimos al cambio del domicilio de la aventura. Algo que revela el primer signo de identidad de una historieta latinoamericana alejada de los estereotipos hegemónicos de la cultura popular de la época. Nuestros robinsones modernos quedan varados en Vicente López, no en una isla del Pacífico; la guerra de los mundos tiene lugar en General Paz, el estadio de River o Plaza Italia, y no en Central Park y alrededores. Este proceso no es fruto de la casualidad, sino un intento consciente de reflejar, en los márgenes de la cultura popular, el modelo de independencia cultural logrado y consagrado desde comienzos del siglo xx por otra disciplina artística hermana como es la literatura. No debe extrañarnos. Primero, porque de todos es sabido el amplio conocimiento de lo literario por parte de Oesterheld, un ávido lector que difícilmente desconocería la obra de poetas inmortales como Darío, Martí, Huidobro, Guillén o Vallejo quienes, más allá de los distintos movimientos que los definen, fueron los primeros en impulsar una voz latinoamericana única. Segundo, su admiración por narradores coetáneos como Bioy Casares y Borges, impulsores de la nueva narrativa hispanoamericana a través de subgéneros populares como el policiaco, el terror o la fantasía. Su relación es directa. No en vano con Borges le unía una estrecha amistad fruto de su mutua admiración. Quién sabe si no fue durante algunas de sus frecuentes charlas (me gusta imaginar como escenario La Biblioteca Nacional Argentina, de la que Borges era director desde el año 55), cuando debatiesen la importancia de contextualizar la fantasía. Oesterheld asume el reto de trasladar esta inquietud a la historieta. Quizá por ello encontremos tantas concomitancias entre las obras magnas de ambos autores, El Aleph y El Eternauta: una Buenos Aires misteriosa, la contemplación de la eternidad en sus múltiples facetas por parte de los protagonistas, y, quizá lo más llamativo, la inclusión de ambos autores en las narraciones mediante el procedimiento de la puesta en abismo. Tanto Borges como Oesterheld sugieren así la indefinición entre realidad y ficción. Y, si para el primero esto supone dotar a la narrativa de una voz lírica que refleje el sinsentido kafkiano del universo mismo, el segundo, como un Homero del siglo xx, busca reflejar en este conflicto el valor del héroe moderno.
En consonancia con otros personajes llenos de humanidad de Frontera como Ernie Pike, Randal, Sherlock Time o Ticonderoga, Juan Salvo, su familia y amigos, se alejarán de cualquier maniqueísmo simplista. Así no solo saldará, sino que superará su deuda con su referente directo, H.G. Wells y su archiconocida Guerra de los mundos. Desde el 4 de septiembre de 1957 al 9 de septiembre del 59 en el suplemento Hora Cero Semanal, Oesterheld y Solano López presentarán en cada entrega un relato de supervivencia en el que los protagonistas mostrarán un espíritu inquebrantable. Una y otra vez, superarán sus temores y debilidades en pos del bien común. Poseer cualidades excepcionales o un sentido del honor sin tacha, es secundario. Y Oesterheld será el testigo de excepción de esta epopeya plagada de solidaridad y costumbrismo. Juan Salvo es el héroe anónimo, la persona anodina que deja de serlo cuando el destino le pone a prueba. El héroe colectivo en el que reflejarnos. ¿Alguien mejor que uno de los autores para dar verosimilitud al relato? Lejos de alcanzar la gloria, Oesterheld mostrará en la desventura del Eternauta, el ideario que necesita nuestro propio mundo: justicia social y compromiso ético. Dejar de tener fe en el ser humano es la única derrota.
De todos es sabido que con el transcurso de los años el ideario marxista de Oesterheld se radicaliza. El intelectual de mediana edad, admirador del Che y la Revolución cubana, dejará paso al anciano activista que considera que el cambio social solo puede lograrse con pasión y deseo, con la necesidad ferviente por una revolución. El héroe colectivo dará lugar al combatiente antiheróico y así nacerán: en 1969 su revisión de El Eternauta con Breccia en la que las potencias capitalistas ceden Latinoamérica al enemigo extraterrestre; y en el 76 su beligerante segunda parte, de nuevo junto a Solano López, donde la voz del Oesterheld narrador es la de un militante que asume la necesidad de la lucha armada contra el enemigo y está dispuesto a cualquier sacrificio. De nuevo, la voz del Oesterheld real se nutre de las palabras de su personaje y la frontera ficcional vuelve a caer. En cualquier caso, y al igual que la versión primigenia, no dejan de ser las diferentes respuestas de un buen hombre, de un humilde pensador, a los diversos males que asolaban su tiempo. Autor y personajes encaran un mismo dilema: luchar contra su destino o quedar a su merced.
Por desgracia, el resultado es desigual. Mientras que en el universo de ficción Juan Salvo queda atrapado en instante de retorno eterno en el que se reencuentra con sus seres queridos y el olvido, en la vida real Oesterheld y sus seres queridos solo conocerán la muerte y los vanos intentos de sus asesinos por desterrarlos de nuestra memoria.