En muchas ocasiones parece más que complicado, por mucho tono costumbrista que tenga la obra, que los personajes de un cómic resulten tan cotidianos en cada una de sus páginas que pensemos que podríamos encontrarlos en cualquier vuelta de esquina. Más aún cuando el tema a tratar es algo tan personal como las emociones, la sexualidad o las complicaciones familiares. Justamente por eso podríamos dejar la descripción de El beso número 8 en un simple «verosímil», pero nos encontramos ante una historia que, por suerte o por desgracia, es tan creíble que no extrañaría conocer a la vuelta de más esquinas de las que nos gustaría reconocer. Adelantando ya mi opinión sobre este volumen, el tándem que forman Crenshaw y Venable consigue llevar todo esto un paso más allá, no con un único personaje, sino con todo el reparto y a través de cada una de las viñetas.
Continuando una línea sucesoria de lo que Mariko Tamaki y Rosemary Valero- O’Connell nos presentaban unos meses antes con Laura Dean me ha vuelto a dejar, sus autoras nos presentan una historia que se sale de los cánones clásicos del drama romántico adolescente, llevándolo todo un paso más allá para situar a Mads, nuestra protagonista, en una búsqueda completa de su propia identidad. Así, aprovechan su adolescencia y el entorno que la rodea para introducir al lector un momento altamente delicado en el que sentimientos como el amor, la repulsión o la desconfianza pueden llegar a marcar la diferencia.
La historia que nos muestra Venable parte de una sencilla premisa: Mads, una joven rodeada por un entorno tradicional y religioso, empieza a sentir la necesidad de definir su sexualidad y las relaciones que mantiene con sus amistades. Si a ello le sumamos el pasado oculto de una familia aparentemente perfecta, tenemos el cocktail perfecto para un slice of life repleto de elementos que, aunque puedan parecer exagerados, no dejan de ser tan creíbles como intensos. De esta forma nos presenta una aproximación, extremadamente cauta pero empática, una edad demasiado complicada donde las fiestas, las nuevas amistades y la necesidad de intimidad juegan un papel importante para definirnos y aprender a curar las heridas de las montañas rusas emocionales que nos vengan por delante, cuestionándose sin tapujos asuntos sobre sexualidad, identidad de género, creencias religiosas e incluso lazos familiares.
Por su parte, Crenshaw hace un trabajo al dibujo digno de admirar. Sigue en cierta medida la tónica que hemos tenido con autoras como Tillie Walden en Piruetas o Emily Carroll en Cuéntalo con un dibujo monocromático, en este caso con el azul como base, para narrar una historia que, sin variedad de color, no deja de ser visualmente intensa. Todo ello delimitado por un trazado a medio camino entre Valero-O’Connell y Jen Wang que le permite jugar con fisonomías ligeramente arquetípicas para definir físicamente a personajes secundarios, y bastante más atípicas para quienes, por exceso o por defecto, se salen de la vía central, aunque sin perder jamás la expresividad por el camino. De esta manera consigue que la narrativa de Venable adquiera en ocasiones un toque humano y divertido o triste más allá de las palabras.
De esta forma El beso número 8 se convierte en la primera obra de este dúo creativo en nuestras fronteras, y, aunque ya contaban con su propio bagaje en el mercado infantil y juvenil norteamericano, llegando a acumular varias nominaciones a premios del sector entre ambas autoras, entran pisando fuerte con un drama que consigue arrancar alguna sonrisa pero que nos obliga a pensar sobre el posible daño de nuestras acciones y sobre la importancia de aceptarse a uno mismo. Pero, ante todo, nos enseña a tener paciencia con aquellos que, aunque nos quieren, tardan en asumir que a veces es mejor abrazar el pasado para poder vivir el presente.