Cuando su marido, Iván, trabajador sanitario, se contagió de la covid-19 al inicio de la pandemia en España, el dibujante catalán David Ramírez (Tortosa, 1974) sufrió una espiral de miedos, de incertidumbre y de angustias. Aquella montaña rusa vital y emocional estuvo coronada por el pavor a perder a su pareja, ingresada muy grave en el Hospital del Mar de Barcelona.
Pero también abonada por el temor a contagiarse o a pasar el bicho al resto de la familia, por las incógnitas y por las constantes noticias sobre una enfermedad desconocida y por la constatación de estar viviendo una situación insólita para uno mismo y para el planeta entero.
Sin embargo, Ramírez halló la forma, sugerida por su propia pareja, de exorcizar aquellos días duros volcando en viñetas su autobiográfica cotidianidad, que, una vez pasado el peligro y con Iván de regreso al hogar (aunque con secuelas), se decidió a ir compartiendo cual serial por entregas en sus cuentas de Twitter e Instagram (@davidramirezros).
Mientras el autor lucha contra ese monstruo que ha entrado en sus vidas, que él dibuja grande y negro, difícil era no caer en la sensiblería o el dramatismo. Pero Ramírez bordó el reto con nota sin dejar de conmover y de tocar la fibra al lector, desnudándose emocionalmente, transfiriéndole sus sentimientos, sus dudas, su desconcierto, su soledad, su bloqueo laboral, haciéndole partícipe también de las pequeñas alegrías, llevándole de la lagrimilla a la sonrisa, del miedo a la esperanza. Lo logró recurriendo a un cóctel de acertadas y numerosas dosis de humor, de ternura y de cercanía. Así sorteó un momento vital y emocional dramático con el que la mayoría podía identificarse en aquellos días extraños y pueden seguir haciéndolo en tiempos aún inciertos. Esa identificación, el saber crear esa empatía con cualquier tipo de lectores, que se veían retratados o que, sin darse cuenta, se ponían en la piel de cualquiera de los personajes (el propio autor, su pareja, su familia…), es quizá una de las claves de la obra, un terreno que Ramírez pisa con naturalidad.
Con humor, ternura y naturalidad, David Ramírez nos hace sentir su miedo y ansiedad pero también sus alegrías y esperanzas
Porque con este COnviVienDo 19 días, fogueado en el mundo virtual de las redes para ser reunido y remozado a finales de 2020 en un volumen con extras, siguió Ramírez la fórmula de Tal cual (Norma Editorial), un entrañable y amable libro de simpáticos gags vivenciales y costumbristas donde sin pudor contaba manías, inseguridades, su cotidianidad con su pareja y su familia o su adicción al dulce. El cómic llegaba a librerías en las semanas del primer confinamiento, cuando el coronavirus ya había entrado en la casa del dibujante y, sin pretenderlo, era un fresco de la vida prepandemia con los mismos personajes, ajenos a lo que estaba por llegar.
Ramírez, que hasta Tal cual se venía prodigando en trabajos para el público infantil, como Mini- Monsters y Dinokid o la serie televisiva Momonsters, pero también para adultos, como Sexo raro o B3, de estética manga, se sumó así en el fatídico 2020 a otros autores que también sintieron la necesidad de llevar al cómic la excepcional situación que nos trajo el bicho. Unos lo hicieron también desde la experiencia autobiográfica, como Miguel Gallardo, quien en Algo extraño me pasó camino de casa relataba cómo era operado de un tumor cerebral y cómo al salir del hospital se encontró un mundo confinado. Otros lo trataron desde la ironía y la furia, como Max en su suerte de panfleto indignado Manifiestamente anormal. Víctor Coyote también usó Instagram para compartir su diario en formato de tiras prendadas de humor y un punto de mala leche que luego reuniría en Días de alarma. Mientras, Álvaro Ortiz creaba también un serial en pleno confinamiento con entregas tan esperadas como las de COnviVienDo 19 días: El Murciélago sale a por birras, una parodia loca y gamberra de Batman.
Las redes marcan el formato de las viñetas, mayoritariamente cuadradas. Pero Ramírez sabe romperlas, relacionarlas, moverlas y hacerlas crecer a página entera o doble página si la narración lo requiere. Y, a pesar del desenlace real ya conocido a estas alturas, consigue mantener la tensión argumental, en parte porque el miedo a la muerte y a la enfermedad se ha hecho demasiado presente y compartido.
Sin pretenderlo, el cómic contiene implícito un agradecimiento a los sanitarios y una guía de los protocolos que hay que seguir ante un positivo y de cómo comportarse responsablemente en una pandemia, pero también lanza un mensaje para navegantes: no hay que confiarse y no hay que perderle el respeto a un virus que mata y que puede contagiar a cualquiera, incluso si se es joven, se está en buena forma y no se tienen factores de riesgo ni patologías previas.