«Las cosas existen solo si hay alguien, un interlocutor o un testigo, que nos permita recordar que alguna vez fueron ciertas».
Antonio Muñoz Molina
El madrileño Carlos Giménez (1941) es uno de los máximos responsables de la trascendencia del cómic español porque ha demostrado su capacidad en varios ámbitos de la historieta, pero además ha creado un universo y un lenguaje propios en lo artístico, en lo social y en lo humano de toda su obra, teñida de tintes autobiográficos.
En su dibujo se aprecian influencias de Chester Gould, Will Eisner, Milton Caniff o Frank Robbins, entre otros. Y en sus obras más personales destaca un realismo informal que en seguida llega a la caricatura por motivos expresionistas: como él mismo decía en una entrevista, «o dibujabas a un niño bien dibujado o dibujabas el hambre, y el hambre se dibuja desdibujando al niño».
En cuanto al relato, álbumes como Hom (1977) o Koolau el leproso (1979) demuestran su maestría como narrador visual; pero otros ofrecen, en conjunto, una interesante perspectiva histórica, política y sentimental de España, suponen uno de los más importantes corpus de cómic social y revelan la maestría del autor para narrar no solo con imágenes sino con palabras: 36-39. Malos tiempos (2007-2008), Paracuellos (1977-2003), Barrio (1977), Los profesionales (1981-2004), España Una, España Grande y España Libre (1976)… la obra de Giménez, como la de Galdós en el siglo XIX, la trilogía de Barea para las tres primeras décadas del siglo XX o la de Chirbes para las tres últimas, representa para la historia de España un receptáculo de la memoria, en este caso del franquismo, desde la posguerra hasta la transición a la democracia, pero una memoria emocional construida a base de anécdotas. Giménez se ha definido a sí mismo como un «mendigo de las anécdotas». Pero además, es un maestro del guion, como lo demuestra el virtuosismo con el que explica en Los profesionales cómo uno de los dibujantes entregaba las páginas sin entregarlas.
Los profesionales recoge en seis álbumes algunas anécdotas atribuidas a dibujantes que, como el autor, trabajaron en agencias durante los años sesenta. Otro álbum, Rambla arriba, Rambla abajo (1981), se puede considerar perteneciente a la misma serie. Según el diccionario, «profesional» es el que ejerce una profesión, el que la ejerce con capacidad y aplicación o el que practica habitualmente una actividad de la que vive.
A los personajes de Giménez no les unía la capacidad ni la aplicación ni la calidad ni la personalidad ni el estilo, solo la pasión por dibujar cómics y las condiciones en las que realizaban su trabajo, que a menudo desembocaban en historietas delirantes por falta de medios, de tiempo o de talento. Las historias que se cuentan beben de la tradición picaresca española y presentan un mundo que parece haber desaparecido entre tanta homogeneización y corrección política: gamberrismo, golfería, hambre, vagancia… pero también amistad, compañerismo… Giménez saca la parte más positiva de esa época sin dejar de lado la crítica social. Hace un retrato bastante amable de la sociedad barcelonesa de los sesenta desde las penurias de unos artistas en ciernes que apenas llegan a final de mes.
Al autor no le interesa contar su vida, quiere señalar episodios históricos, por lo general humanos y divertidos, pero también representativos del momento en el que se vivía. El protagonismo de las historias se diluye al no producirse una clara identificación entre el narrador y su álter ego histórico. La obra trasciende la individualidad y ofrece un sujeto colectivo, algo que se aprecia mejor todavía en Paracuellos.
La acumulación de anécdotas tristes, salvajes, repugnantes, políticamente incorrectas, en las que se usa la exageración como recurso humorístico, distorsiona la realidad y la torna grotesca, produciendo un efecto tragicómico. Aunque dicha incorrección en lo personal sirve de revulsivo en lo político. De ella surge luego la intención y la capacidad para luchar contra el poder establecido. La corrección política inunda las conciencias hasta que las debilita y las ahoga en el caldo uniforme de la autocensura. Y eso también acaba con la libertad, que pasa a ser un significante manido con un significado superficial, y castra la creatividad.
Muchas de las anécdotas quizá provengan de la época más loca de la empresa Selecciones Ilustradas, de Josep Toutain, al parecer entre 1959 y 1961, cuando ni siquiera trabajaba en ella Carlos Giménez. Otras son ajenas, como los míticos sablazos de Manuel Vázquez (en el cómic, Menéndez), que luego recogería la película de Óscar Aibar (El gran Vázquez, 2010). Pero la acción se sitúa en 1964, significativamente, durante la celebración de los «Veinticinco años de paz».
La campaña de los «Veinticinco años de paz» fue una de las creaciones propagandísticas de Manuel Fraga para lavar la cara al régimen dictatorial y alejarlo del tradicional discurso de cruzada mediante un tono conciliador que convenciese a españoles y extranjeros de la afabilidad y cordialidad del régimen de Franco. Con esta campaña, el franquismo se convirtió en el primer instigador del olvido: olvidar la Guerra Civil y la posguerra; pero fue un olvido impuesto por la dictadura que luego se hizo necesario para avanzar en la Transición sin ruido de sables.
Al mismo tiempo, Carlos Giménez recuperaba la memoria (sus amigos dicen que inventó la memoria histórica): primero sacó las vergüenzas de la Transición en España Una, España Grande y España Libre; luego recordó lo que la posguerra había supuesto para los pobres con las series Paracuellos y Barrio; y, más tarde, en Los profesionales, mostraría Las Ramblas «como un escaparate en el que no se puede ocultar nada, como el periódico sin censura de la ciudad, como el espejo que refleja la auténtica y a veces dolorosa imagen de lo que somos. Es el realismo crudo». O el surrealismo delirante. En general, una muestra de costumbrismo, humor y crítica social en el trabajo, y en las plazas y calles de Barcelona tomadas por la policía.
Sus cómics sociales tienen vocación de fuente histórica. Desmiente la evidente identificación de los personajes con personas reales, pero insiste en que todo lo que cuenta le sucedió a alguien. La historiografía convencional no posee la exclusividad ni la verdad del relato histórico. Los protagonistas del discurso histórico de Los profesionales son los ciudadanos, no el estamento dominante.
No hay una línea temporal, solo un conjunto de anécdotas, de recuerdos propios y ajenos, deformados, exagerados, modulados por distintas circunstancias. Y, entre los arbustos de anécdotas, destaca sobremanera el árbol del contexto. La anécdota ayuda a vincular la necesidad de derechos y libertades ciudadanas con las experiencias personales.
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[…] guardias más beneficios que si actuasen como freno. Bastantes obstáculos pone ya la vida. Entre el final de la guerra y los estertores de la dictadura, existió en aquel paraje de montaña una bella armonía entre ley y crimen. Dentro de los […]
[…] más beneficios que si actuasen como freno. Bastantes obstáculos pone ya la vida. Entre el final de la guerra y los estertores de la dictadura, existió en aquel paraje de montaña una bella armonía entre ley y crimen. Dentro de los […]
[…] con la colección de Drácula editada por Luis Gasca en Buru Lan. Allí descubrí a Maroto, Beà, Carlos Giménez o Sió, de Badalona, que es muy bueno. Esos autores me hicieron ver que el cómic no era solo […]