Días más largos que longanizas

Recuerdos del futuro

diasmaslargos

Gabriel Corbera es un dibujante de vanguardia que lleva unos años realizando obras por debajo del radar, desde un fanzinerismo underground en el que el contenedor —unos pocos folios grapados, tiradas minúsculas distribuidas casi de tapadillo— está estrechamente relacionado con el contenido. Corbera es un dibujante técnicamente sobresaliente, que ha escogido seguir un camino formalista y experimental en unas historias en las que, normalmente, los relatos desafían cualquier clasicismo.

Más interesado en forzar los límites del cómic y jugar con las líneas y las composiciones, Corbera desprecia la emotividad y la vía dramática que ha transitado el medio, salvo contadas excepciones, a lo largo de su historia. En sus páginas se rastrean huellas lejanas de Jerry Moriarty, CF o Yoichi Yokoyama, tres bastiones de la vanguardia muy diferentes entre sí, pero Corbera parece ser su propio maestro, en tanto que no admite comparación con ningún otro autor pasado o presente. Es, más bien, un historietista del futuro y, por eso, quizá, sus cómics suelen estar ambientados en él.

Días más largos que longanizas —a partir de ahora, simplemente DMLQL— es su obra más larga hasta la fecha, y es también la primera que se expone a los focos de la distribución comercial en nuestro país, gracias a la edición de Fulgencio Pimentel, que viste con lujoso ropaje la modesta pero eficaz edición original de Space Face Books. En DMLQL, Corbera brutaliza su trazo, dibuja con líneas bastardas figuras sin pulir y escenarios inertes que transitan dos personajes sin nombre, dos forzudos, uno moreno y otro rubio, que se encuentran en un paraje desolado, un castillo en ruinas que recorren con la esperanza de estar alejándose de su centro y acercándose a la libertad.

Como es habitual en sus obras, este inicio in media res permite a Corbera negarnos casi toda la información de contexto. Solo podemos deducir que estamos ante un futuro posapocalíptico, un tiempo decadente y solitario, como el que parece transcurrir en anteriores cómics del autor, como Hot metal (2014). Del pasado no queda nada, solo cadáveres y estos dos fortachones que recorren los pasillos de este castillo, donde reina la muerte y la soledad, los dos grandes temas de Gabriel Corbera.

Pero lo interesante es que esos temas no se presentan de manera textual ni se subrayan a través de los diálogos —traducidos por el propio autor del inglés que suele emplear en sus obras—, sino que se transmiten de un modo eminentemente gráfico. Los personajes no necesitan decirnos cómo se sienten: lo vemos. Y por eso es importante precisar que DMLQL es un tebeo de emociones, pero no emotivo, en el que la psicología y el bagaje de los personajes, esos parámetros que a menudo son empleados para valorar el realismo de una obra, no importan apenas. Y eso incluso teniendo en cuenta que es una de las pocas historias de Corbera en la que tenemos dos personajes principales. Pero son prácticamente herméticos: tienen un serio problema de comunicación entre ellos y sus sentimientos siempre quedan sepultados bajo una pátina de complejos, vestigio de ese mundo del pasado.

El decadente paraje en el que moran los dos protagonistas de DMLQL, representado en ocasiones con perspectivas y planos más propios de un videojuego retro de rol en primera persona, no implica que Corbera alegue por la nostalgia o la añoranza del pasado. Muy al contrario, este no importa: no hay que pensar en él, porque lo único que existe es el presente. Por eso el forzudo moreno arrebata que este conservaba porque le recordaba a «las tías buenas» (pág. 33).

Es una de las escenas que de forma más evidente muestran que hay cierta ascendencia del moreno frente al rubio, como si fuera algún tipo de maestro o, al menos, alguien que sabe más del mundo que tienen que atravesar y de sus peligros. Ninguno de los dos sonríe, y sus ojos siempre parecen entrecerrados, pues no hay nada más efectivo para alejar a unos personajes y mitigar la empatía que le provocan al lector que ocultar sus ojos. Son, más bien, mecanismos necesarios en el artefacto de Corbera, dos supervivientes sobre los que pesa siempre una ominosa pulsión de muerte. De hecho, el único combate que presenciamos los enfrenta a la personificación de sus propios miedos, pues es lo único que existe en ese castillo desierto lleno de cadáveres que tal vez sea algo más que un lugar físico y esté proyectando otras cuestiones de mayor calado.

Ese algo más es lo que impregna cada página de DMLQL, uno de los trabajos más contundentes de Gabriel Corbera: la sensación de reconocimiento, la intuición de que esa historia que a muchos puede parecer incomprensible está explicando más de nosotros y de nuestro tiempo que muchas obras de intención crítica directa. La falta de esperanza y de fe, la melancolía y la certeza de que hay siempre un final inevitable.

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