Tonta

Ruróboros

Jaime Hernandez Tonta Cubierta

Todo vale la pena si el alma no es pequeña. Fernando Pessoa

Con la saga de Locas, Jaime Hernandez ha construido la más compleja y profunda obra río de la historieta mundial. Una sutil narración coral de lo inefable donde el devenir de sus personajes de papel está marcado por el lento paso de los años y los confiere una verosimilitud y autenticidad como si se tratase de seres de carne y hueso. Desde 1981, y siguiendo la máxima establecida en Love and Rockets junto a su hermano Beto por la cual sus creaciones envejecerían en tiempo real, cada arruga o kilo de más, cada frustración o sonrisa de los habitantes de Hoppers es consecuencia de una cotidianidad inexorable donde la rebeldía punk de la juventud ha derivado en una madurez crepuscular. Al estilo de un Proust historietístico, el artista de Oxnard fija su mirada en lo esencial, transcendiendo la intensidad de la acción por el análisis concienzudo de sentimientos y emociones. Lo trivial se convierte en necesario como retrato de la mera existencia y testimonio de la búsqueda de su sentido.

De este modo, Maggie y Hopey, las archiconocidas protagonistas de tan magno relato, son algo más que manifestaciones líricas que recogen la evolución de Jaime Hernandez como artista y ser humano. Son su extensión. Y es por ello que no están exentas del hecho de morir. Inevitablemente el final de su historia cada día está más cercano, y quizá por eso mismo nuestro autor, aún no preparado para poner el punto final a este proyecto, ha decidido alejarse de ellas durante la breve etapa que ha culminado en el recopilatorio de Tonta. Esta obra, de difícil clasificación, renovadora y diferente, supone un giro de ciento ochenta grados en este universo tan personal. Es su intento, lúcido e inteligente, por acercarse a las generaciones presentes y futuras desde sus sesenta y pico años. Es decir, sus páginas reflejan la rebeldía del espíritu juvenil, pero ahora contemplado como algo ajeno, desde la perspectiva de quien ya siente el mundo que lo rodea extraño y desconcertante.

Así, Tonta no es concebida como un relato ajeno a este marco narrativo como su primeriza Rocky (libro de ensayo y error donde revisaba de forma desafiante la comedia adolescente en clave de ciencia ficción), pero tampoco como una coda al estilo de las desventuras de Beatriz García. Con esta secundaria de lujo —hablamos de toda una Penny Century—, Hernandez insuflaba un soplo fresco mediante su cinismo y sofisticación (ya fuera con los interminables culebrones familiares a ritmo de road movie englobados en el tomo homónimo, o mostrando su admiración por Kirby en El retorno de las Ti-Girls), aunque todo ello con cuidado de no alejarse de la continuidad de Hoppers. Ahora, Maggie y Hopey están ausentes. Vivian Solis, la hermanastra de Tonta, y Ángel, la luchadora nacida en las páginas de las Ti-Girls, son los débiles eslabones de unión con el planteamiento original.

Aunque también hay una larga lista de temas recurrentes, como la música punk, los suburbios, los bajos fondos californianos, la lucha libre… el enfoque que los caracteriza es distinto. Anoush, nuestra Tonta, como arquetipo de la adolescente del siglo XXI, carece de la pasión y la intensidad de sus predecesoras para transmitir el sempiterno desencanto generacional (la actual es presentada como conservadora, ante el creciente individualismo que provoca la sumisión a las redes sociales). Sin embargo, su bagaje emocional es de una mayor complejidad, dado que ella posee un mayor conocimiento y dominio de sus sentimientos. Por esa razón su crecimiento como personaje es perpetuo. Tonta aprenderá a no pasar a hurtadillas por las conflictivas situaciones que le toca sufrir (el drama familiar que ha separado a su familia en torno al asesinato de su padre; el desprecio con el que la tratan Vivian y sus compañeros del instituto; su decepcionante descubrimiento del sexo y del lado salvaje de la vida), en pos de la búsqueda de su propio camino.

Asistimos a la magistral configuración de su personalidad: la de alguien inocente cuya gran bondad y paciencia es puesta a prueba continuamente por quienes la rodean, fuerte y luchadora ante la adversidad, curiosa y tenaz, que nunca se da por vencida a la hora de perseguir una pista, ingenua y vivaracha, capaz de sorprenderse todavía con las cosas más sencillas. En Tonta nace toda una mujer del siglo XXI, cuyo amor por su familia desestructurada (a la misteriosa muerte de su padrastro, Al, se le suma tanto las sospechas por la muerte del padre de sus hermanastros, Ish y Violet, así como el evidente desinterés de su madre por su familia), sus amigos (la anacrónica Chata, que parece vivir en una sitcom de los cin-uenta; la misteriosa Gretchen, alias la Gorgona, que vaga por el bosque como un espíritu errante; Moses, un tipo humilde; la desubicada Gómez, en un permanente fuera de lugar) y el punk (en especial a Ooot, la banda de su deseado Eric López) la convierten en un ser único e imprescindible en la historieta actual.

En esta tragicomedia todo resulta nuevo y refrescante. Como la serpiente que se muerde la cola, el ciclo de Hoppers renace y se prepara para un futuro cambio de ciclo sin desprenderse de su pasado reciente. La lucha eterna, el esfuerzo inútil… mientras Tonta nos acompañe todo irá bien, todo tendrá sentido.

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