«Yo creo que, originariamente, el cerebro de una persona es como un pequeño ático vacío en el que hay que meter el mobiliario que uno prefiera. Las gentes necias amontonan todo los que encuentran a mano, y así resulta que no queda espacio en él para los conocimientos que podrían serle útiles o, en el mejor de los casos, esos conocimientos se encuentran tan revueltos con otra montonera de cosas que les resulta difícil dar con ellos. Pues bien, el artesano hábil tiene muchísimo cuidado con lo que mete en el ático del cerebro.
Solo admite en el mismo las herramientas que pueden ayudarle a realizar su labor; pero de estas sí que tiene un gran surtido, y lo guarda en el orden más perfecto. Es un error el creer que la pequeña habitación tiene paredes elásticas y que puede ensancharse indefinidamente. Créame, llega un momento en que cada conocimiento nuevo que se agrega supone el olvido de algo que ya se conocía».
Este largo párrafo del capítulo segundo de Estudio en Escarlata, el primer relato publicado de Sherlock Holmes, sirve al protagonista para explicarle al Dr. Watson su teoría de cómo funciona el cerebro humano. Una teoría que tiene unas fuertes raíces en la frenología, corriente seudocientífica muy de moda en la época en la que se publicó el relato, pero que, sobre todo, demuestra una clara concepción espacial de los procesos mentales por parte de Sir Arthur Conan Doyle. Existe, por tanto, una concepción visual en el proceso deductivo del famoso detective de Baker Street que se extiende a otros aspectos fundamentales de la obra, como pue- den ser la resolución de las aventuras en diferentes entornos geográficos, tanto de la ciudad de Londres, emplazamiento de la mayoría de los casos, como de otros lugares, como el páramo de Devonshire en El sabueso de los Baskerville.
Esta concepción visual es uno de los elementos más atractivos del personaje y, quizás, una de las causas de su éxito, ya que le diferencia de otros detectives anteriores y posteriores. Un éxito que ha supuesto que en sus más de 130 años de vida no solo haya sido protagonista de muchas otras obras literarias ajenas a la obra original (los conocidos como pastiches, en contraposición con el canon, que es como se conoce el trabajo de Conan Doyle), sino que haya sido adaptado a otros medios, como el teatro, el cine o, como en el caso que nos ocupa, al cómic. Las traslaciones a este último medio son muy numerosas e incluyen tanto adaptaciones del canon como pastiches literarios y obras creadas originalmente para las viñetas. Teniendo en cuenta que el cómic es un medio predominantemente visual, que diría Groensteen, podría parecer que algunos de los autores de esas numerosas obras habrían aprovechado las características del lenguaje de la historieta para poner en imágenes ese proceso deductivo que describe Conan Doyle en sus obras de forma tan gráfica. Sin embargo, en la mayor parte de los cómics dedicados al personaje predomina, desde el punto de vista visual, el elemento de la acción sobre el de la deducción, quedando esta reducida a una explicación textual (es decir, a través de los globos de diálogo) que, gráficamente, se limita a mostrar al protagonista exponiendo sus conclusiones, incluyendo, en ocasiones, algún inserto a una imagen del relato que muestra los datos en los que se basan las deducciones que se exponen a través del texto.
La originalidad de la propuesta de En la cabeza de Sherlock Holmes es que utiliza la potencialidad visual del cómic para plasmar de forma gráfica todos esos elementos que ya estaban presentes en la obra original. Todos los ingredientes que son claves en el proceso deductivo, desde la compartimentación de la cabeza del personaje hasta las conexiones mentales que le llevan a resolver los diferentes problemas a los que se enfrenta, se muestran en esta obra utilizando diferentes recursos propios del lenguaje del cómic, desde composiciones de página ciertamente origina- les hasta transiciones de página y de viñetas que ayudan a ilustrar esa conexión mental que es clave en el proceso deductivo. Todo ello de tal manera que no se busca solo la espectacularidad, sino también la efectividad narrativa. Evidentemente, esta preponderancia del proceso deductivo (ya indicada desde el propio título) no supone que el elemento de la acción (que también es importante dentro de la idiosincrasia del personaje) esté ausente y, de nuevo, en este caso, se plantea de una forma visual que incluye otras cuestiones, como la distribución geográfica de los lugares que son clave para la resolución del misterio, en correspondencia con la riqueza de las descripciones presentes en el canon original.
Por este motivo, los lectores que sean amantes del personaje de Sherlock Holmes y, a su vez, del cómic como medio y de sus posibilidades narrativas, están ante una obra que les permite satisfacer sus dos pasiones de una manera que no se había realizado antes en el medio de la historieta. De una forma, como se ha comentado, predominantemente visual, aplicada a algunas características de la obra original que, aunque inicialmente tenían una concepción espacial o gráfica, nunca antes se habían mostrado de esta manera, con un uso pleno de las potencialidades del lenguaje del cómic. Esta es la mayor originalidad de Cyril Lieron En la cabeza de Sherlock Holmes y lo que hace recomendable su lectura.