Menos el intocable Tintín, no es demasiado extraño que los mitos del cómic europeo sobrevivan a sus creadores, por muy clásicos que sean. Y lo hacen a causa de diversas razones y de distintas maneras. La versión romántica es que los héroes son más grandes que la vida, pero la prosaica realidad concluye que los editores quieren rentabilizar sus propiedades. Los dos motivos no son incompatibles, de todas formas, lo que genera resultados curiosos y a menudo apetecibles. En unos casos, los nuevos autores mimetizan la forma y el contenido del original con bastante acierto, caso de Blake y Mortimer, XIII o el mismísimo Astérix. En otros, se abandonan a interpretaciones más o menos libres, normalmente innovadoras, aunque siempre respetuosas con el título del que proceden. Como el Valerian de Larcenet, el Lucky Luke de Bonhomme o el Blueberry de Sfar y Blain, por ejemplo. Dicho lo cual, cabe constatar que el celebérrimo y carismático Corto Maltés goza de ambos tratamientos. Porque dos maestros como Rubén Pellejero y Juan Díaz Canales siguen con fidelidad y pasión las huellas de Hugo Pratt, mientras que Bastien Vivés y Martin Quenehen se atreven a subir unos peldaños y sitúan al rebelde marinero apátrida en el filo del siglo XXI.
Océano negro encuentra a Corto viajando en pos de un ignoto tesoro por tierra, mar y aire, recorriendo lugares como Japón, México, Perú y la mezquita de Córdoba. Flanqueado o perseguido por personajes de diversa catadura, algunos ambivalentes y otros decididamente execrables, como ladrones, sicarios o miembros de organizaciones fascistas y hasta de la propia CIA. Incluso aparece el entrañable canalla de Rasputín. Sin que falten, por supuesto, personajes femeninos tan sensuales como resolutivos: intrépidas reporteras, inspectoras de policía, feministas psicodélicas, analistas de inteligencia e incluso una princesa india. Todo situado en el crucial año de 2001, cuando cambió el mundo, una dramática circunstancia que los autores eligieron porque los veinte años transcurridos les otorgan la necesaria perspectiva
Quenehen tiene una escasa experiencia en el mundo del cómic, pero demuestra conocer bien al personaje. Profesor de geografía e historia, es locutor de radio y columnista del Huffington Post. También director de documentales y guionista para televisión y podcasts, y en 2011 publicó el libro Días tranquilos de un maestro suburbano. De hecho, este es su segundo trabajo como guionista de historieta, después de la novela gráfica Catorce de julio, tras conocer y convencer a Vives para dibujarla.
Es cierto que en Océano negro el entorno temporal ha cambiado y está muy lejos de las primeras décadas del siglo XX que eligió Pratt para ambientar las aventuras de Corto: ahora aparecen teléfonos móviles, videocámaras, ecologistas o narcotraficantes. Pero la remodelación es solo aparente, la esencia del original está muy presente. Veamos. En el presente álbum de nuevo el personaje tiene el mundo entero como telón de fondo, sean entornos urbanos o naturales, donde se acerca a sus distintas culturas o tradiciones. La búsqueda del tesoro es ya un clásico macguffin, una quimera volátil que condiciona el comportamiento de todos los actores, pero siempre les elude a la vez que genera el misterio. También está presente el elemento esotérico, la violencia inevitable y, por supuesto, esa ironía consustancial al protagonista. El propio Corto se mueve igualmente al borde de la legalidad, solo responde a su sentido de la justicia y normalmente aborrece el autoritarismo y la prepotencia, vengan de donde vengan. Ya que su principal condicionante es, por supuesto, la libertad propia, la independencia por encima de todo: en el plano personal, sociopolítico o sentimental. Aunque no la ausencia de compromiso ético, que es muy distinto. Ello sin olvidar la intervención de féminas atractivas pero con entidad propia, tan habituales en Pratt, que aquí se enfrentan a Corto en igualdad de condiciones y a menudo tienen más seguridad en sí mismas que el voluble aventurero maltés.
En cuanto a Bastién Vivés, mantiene una sólida carrera desde 2007, pero no está ahora el dibujante de best sellers juveniles multimedia ni el minimalista artífice de corrosivas sátiras sobre temas de actualidad. No. En Océano negro se encuentra todo el virtuosismo de sus grandes obras. Es una lección de narrativa y estética ejecutada con un trazo fluido, vivaz y elegante, de figuras estilizadas, en un blanco y negro matizado por suaves grises, con la excepción de una espectacular introducción en color. Algo más sofisticado que el maestro de Rímini y con un mayor protagonismo de la pura imagen, además de una planificación lógicamente más moderna. Eso sí, Vivés también apuesta por la síntesis gráfica y emplea con sabiduría la mancha negra. Por añadidura, es un experto en expresar visualmente la sensualidad, por lo que las mujeres son terriblemente bellas aunque el protagonista masculino siga siendo sexy.
En definitiva, nuevas ideas y nuevos tiempos, pero sin duda el mismo personaje. Es decir, el mito se mantiene en pie, su encanto no se ha marchitado en absoluto. Porque, como bien se dice: todo cambia para que todo siga igual. Y, en este caso, afortunadamente.