Sin City

Where the streets are grey and the girls are gritty

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Sabía usted que la luz puede llegar a pesar toneladas? ¿Y que dicha luz es capaz de aplastar el alma con la misma potencia con la que lo haría un camión cargado de plomo? Los habitantes de Basin City lo saben. Los habitantes de Basin City son gente afortunada. Gente afortunada en caso de levantarse por la mañana por su propio pie, porque los residentes de ese núcleo urbano viven en el agujero más inmundo que pueda imaginarse el ser humano.

Visite Basin City. Disfrute de unas vacaciones al límite.

Sea recibido con la siempre calurosa amabilidad que desprende el tiro a bocajarro en el entrecejo y el machetazo condescendiente por la espalda. Conozca a Marv, un golem de carne, un Conan envuelto en una gabardina con el aspecto físico de una pared de ladrillos, los modales de una pared de ladrillos derrumbándose sobre una guardería y la capacidad de ser un agujero negro para las balas ajenas. Deambule por los callejones ahogados por las sombras con la inigualable sensación de sentirse feliz por seguir vivo a cada minuto que pasa, viva romances con mujeres poco recomendables de curvas eternas y labios bañados en rojo en un mundo que respira en blanco y negro. Repita una y otra vez que mataría por ella y blasfeme contra ese cobarde bastardo de color amarillo mientras cumple un encierro en prisión por un crimen que no ha cometido. Reúnase con Dwight McCarthy para compartir un viaje en su Mustang con la camaradería que une a las almas torturadas, regálese una vuelta sobre ruedas por ese Barrio Viejo dominado por la asociación de vecinos que tiene entre sus miembros a la mayor cantidad de representantes del oficio más viejo del mundo. Ponga el pie en callejuelas en las que ni siquiera la policía se plantearía patrullar. Entienda que adoptar el nihilismo como religión es mucho más fácil cuando los únicos dispuestos a dar lecciones de valores familiares son los integrantes de la mafia italiana. Haga amigos entre los ninjas, delincuentes, traicionados y malparados. Atérrese ante la agónica balada que vivirá John Hartigan descubriendo que cuando un hombre lo ha perdido todo, aún le queda alguna razón por la que luchar y seguir perdiendo. Tómese una copa entre los lamentos de la escoria más selecta en el Kadie’s ante los contoneos de las seductoras bailarinas de striptease y descubra que la palabra «sórdido» se inventó pensando exactamente en ese local. Sea consciente de una verdad incuestionable: en esta urbe la cerveza sabe peor, los antros huelen peor y lo peor que le puede ocurrir a uno es imposible de imaginar.

Sorpréndase ante la capacidad de Frank Miller para perfilar una ciudad a través de luz y oscuridad, de dotar de grandeza y entrañas a toda una urbe que solo puede definir sus aceras con un color y la ausencia de otro dando lugar a unas composiciones que asombran como estudiadas piezas de arte y golpean como un puñetazo en la cara. Probablemente no exista otra serie con la potencia visual que destila Sin City, con una fuerza que se desboca hasta salpicar la propia naturaleza de los habitantes de la ciudad contaminándolos para polarizarlos moralmente. Miller venía de escribir una secuela para Robocop, desencantado con el mundo del espectáculo y con muchas ganas de desahogarse pariendo algo sin reparar en las concesiones al público, las modas o las facilidades para la sección de marketing de la editorial. Fundó una metrópoli amoral que serviría de incubadora para multitud de historias nacidas al abrigo de la serie negra y los esputos de la furia humana. Bebió de las maravillas dibujadas por Will Eisner, Johnny Craig o Wally Wood pero también de Quentin Tarantino y Raymond Chandler. Decidió que el pulp clásico podría combinar bien con ese salvajismo de macho contemporáneo en una narración políticamente incorrecta empapada de misoginia, sudor y cerveza: Sin City era el resultado de cruzar el universo del cine noir con La jungla de cristal utilizando vestuario y maneras del BDSM. Y daba un poco igual que las diversas entregas de cuentos oscuros que formarían su legado ni siquiera alcanzaran siempre la perfección: sus clichés, tan sutiles como una hostia con reverb y ametrallados sin piedad sobre el lector, en más de una ocasión sepultaban las historias convirtiéndolas en anécdotas de exquisita presentación artística. Aunque así, el conjunto funcionaba estupendamente, como un microcosmos oscuro y jodido, pero funcionaba.

Sin City está construida con un olor fétido de color amarillo, con grandes masacres perpetradas por bandas de prostitutas, con tipos atormentados encarrilando con precisión envidiable su propia autodestrucción, con viajes de ida y vuelta al infierno, con shurikens con forma de esvástica que silban entre las aceras, con psicópatas pederastas cuyos crímenes son encubiertos por familias poderosas, con policías corruptos que disparan sobre las espaldas de sus compañeros, con ceños fruncidos en la oscuridad esperando a abalanzarse sobre la víctima, con mujeres fatales de polvos salvajes que mueren consiguiendo que otros mueran por ellas, con auténticos psicópatas, con miembros amputados por todo tipo de bestias, con la lluvia cayendo sobre los personajes con la misma frecuencia que las balas, con el odio y la rabia, con el crimen en su exponente más puro. Visite Basin City. Solo entonces descubrirá por qué sus habitantes la llaman Sin City.

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