Desde el punto de vista de la ficción, el escena- rio bélico es siempre fructífero: el ser humano sometido a situaciones tan extremas ofrece una perspectiva totalmente distinta de sí mismo, quizá más real, y eso contrasta de raíz con cualquier argumento ambientado en una situación de paz. Dentro de esas historias, no hay duda de que las que tienen lugar en la Segunda Guerra Mundial ocupan una posición destacada. La cercanía temporal y cultural y la ligazón que esta tiene con tantos países a un mismo tiempo son factores fundamentales para entender esa importancia. Pero, además, una serie de cuestiones han convertido esa confrontación en la guerra por antonomasia en la cabeza de muchas personas; una de ellas es, claro está, contar con un enemigo que cumple las condiciones adecuadas para ser señalado como la perfecta encarnación del mal. Esta guerra hace tiempo que pasó a formar parte de la cultura popular, y sus elementos identitarios (ese ejército del mal, la resistencia, el ejército de liberación) están ahí en obras de ficción de todo tipo, abiertamente o de manera metafórica. Hasta tal punto está incorporada al imaginario colectivo que seguimos sorprendiéndonos cuando nos asomamos a los complicados entresijos de una contienda que fue todo menos simple.
El guionista Julien Frey (Lagny-sur-Marne, Francia, 1977) se basa para Justin en hechos reales que parten de sus conexiones personales o familiares, como ya ha hecho más veces en su trabajo como guionista de cómic. Ya había aspectos relaciona- dos con esta misma guerra en su debut en la historieta, Un jour il viendra frapper à ta porte (con Dominique Mermoux, en 2014) y en Míchigan (con Lucas Varela, en 2017), y con otros temas bélicos ligados al pasado de Francia en la reciente Lisa et Mohamed (con Mayalen Goust, en 2021). No obstante, otro de sus focos de interés temático es el mundo del cine (al que se dedica profesionalmente como guionista), y de ese ámbito trató su primer libro con Nadar, el dibujante de la obra que nos ocupa: El cineasta (2020) recoge una investigación en primera persona sobre la figura del director Édouard Luntz, celebrado en los años sesenta y después olvidado. Con posterioridad a este Justin, Frey y Nadar han vuelto a colaborar en Fatty. Le premier roi d’Hollywood, en esta ocasión acerca del actor de cine mudo Roscoe Arbuckle.
Nadar (nombre artístico de Pep Domingo, Castelló de la Plana, 1985) había despuntado en el panorama español con su aclamada novela gráfica Papel estrujado (2013), a la que siguió El mundo a tus pies (2015). En ambos casos, como autor de guion y dibujo, se acercaba a un tipo de historias y de temáticas urbanas y contemporáneas, con un toque crítico respecto de la realidad socioeconómica de nuestros días. Desde entonces, los libros que ha publicado han sido realizados en colaboración con un guionista, e inicialmente pensados para el mercado francófono. Su estilo se ha ido adaptando a otros registros estilísticos, con un tempo narrativo y un estilo visual diferentes a los mostrados en sus obras con argumentos propios, aunque manteniendo una notable personalidad. Así, en 2018 publicó ¡Salud!, novela gráfica con guion de Philippe Thirault ambientada en la España del final del franquismo, con la que hacía su primera incursión en una ficción de tipo histórico.
En Justin (L’œil du STO, en su versión original), Julien Frey se inspira en las vivencias reales del abuelo de su mujer. Conjuntamente con Nadar, ofrece una mirada certera a la forma en que vi- vieron la guerra los ciudadanos de a pie que no estuvieron en el frente, y se basa no solo en las experiencias contadas por su protagonista, sino también en estudios documentados por historiadores. Primero, la huida al campo y el regreso a un París dominado por los alemanes, en el que muchos acabaron recurriendo al mercado negro para sobrellevar la situación. Después, las penosas peripecias vitales que sufrieron cientos de miles de franceses obligados a trabajar para la industria alemana, necesitada de fuerza de trabajo, en condiciones próximas a las de un campo de prisioneros. En el caso de Justin, a causa de una ley de reclutamiento denominada «Service du travail obligatoire». La perspectiva de los autores es naturalista; no busca añadir más drama del necesario ni dotar a la historia de aires épicos de ningún tipo. No hay héroes, sino personas comunes sometidas a situaciones extraordinarias a las que, por diversas combinaciones de suerte y habilidad, consiguieron sobrevivir. Las mismas personas que se nos muestran, en la parte final de la obra, años después de aquella época, en el momento de su jubilación.
Como ocurrió con otros muchos abuelos que tuvieron algo que ver con la guerra —con esa y con otras—, Justin no hablaba de esas experiencias con su familia. Se trataba de momentos que era mejor no recordar. En su caso, además, esos momentos habían quedado marcados por una versión oficial que prefería desentenderse de la faceta colaboracionista del país y que, en cambio, había hecho de alguna manera extensiva esa parte deshonrosa a la población que había tenido que acatar las órdenes gubernamentales y engrosar las filas del enemigo. Francia había salido victoriosa, pero a costa de haber roto las vidas de muchos de sus ciudadanos.
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