El difícil mañana

Mirando con esperanza un futuro sombrío

El difícil mañana

Crear una novela gráfica puede servir para aprender más sobre uno mismo o sobre los demás. Leerla también si la dibuja una autora con el talento gráfico y narrativo como el que muestra Eleanor Davis (Tucson, Arizona, 1983). Las angustias, los anhelos, las alegrías y las contradicciones junto con el amor y la ira pueden formar parte de la esencia del ser humano.

Gracias al reflejo de esas emociones y algunas más en los personajes, se nos narra una historia que acaba con- formando un mosaico rebosante de humanidad. En esta narración nadie parece ser intrínsecamente bueno ni nadie totalmente malo. Tampoco la autora parece creer tener un criterio que pueda ser intemporal y mayoritario para discernir con neutralidad sobre esa cuestión.

El difícil mañana nos habla de Hanna, una mujer que está entrando en la treintena y vive en una caravana aparcada en el bosque junto con su marido Johnny y un perro. Ella, que es judía, trabaja asistiendo a una anciana que pese a ser antisemita la considera como una amiga. En su tiempo libre lucha en el seno de un movimiento colectivo por un mundo libre de armas químicas que proteja el derecho a poder vivir en paz y libertad. La narración transcurre en un futuro muy próximo, en unos Estados Unidos de libertades menguantes que tienen como presidente a Mark Zuckerberg. Sí, hablamos del creador de Facebook. Se trata de una ocurrencia divertida, aunque tampoco podemos desear que sea una premonición certera. La omnipresencia de la red social en la novela gráfica se representa con unos drones de la compañía que vigilan a la gente desde el cielo.

La protagonista lucha con sus amigos por las libertades colectivas. Su marido, más individualista y sin trabajo, se evade colocándose y retrasando la construcción de una casa familiar. Es cariñoso con Hanna, pero sus preocupaciones y las soluciones que vislumbra a los problemas son muy diferentes a los de su compañera. Su ilusión es cultivar sus propias semillas para tener comida en caso de que todo vaya a peor. En ese país de ficción, se normalizan las coacciones del Estado sobre los individuos, se legislan leyes de autoprotección a los poderes instituidos y resplandece la brutalidad y la violencia de la represión contra los que piensan de manera alternativa. Un ejemplo sintomático de ello es la prohibición de llevar megáfonos en las manifestaciones porque la ley los considera posibles armas contundentes. Hablamos de una distopía, pero a muchos les puede parecer que lo que algunos políticos del presente llaman «democracia plena» dista mucho de serlo y que las leyes y actuaciones de los poderes públicos en algunos países apuntan en la dirección que señala la novela.

Ilusiones y miedos en tiempos poco prometedores

La estampa que retrata el libro de una izquierda pacifista, feminista, ecologista que está atenta a las desigualdades sociales es plenamente identificable en el mundo occidental. Hablamos de un movimiento que tiene esperanzas de cambio real, aunque en sus manifestaciones se cuelan algunos que no tienen ninguna fe en que el sistema se puede reformar y muestran su ira o su derecho al pataleo ejerciendo la misma violencia que puede llegar a utilizar la policía. La crítica a la represión violenta gubernamental se matiza con la presentación de una policía que no es un monstruo, sino una persona que sabe demostrar afecto y humor en algunas situaciones.

El libro, pese a ser una ficción, recoge muchas experiencias autobiográficas de la autora, lo que deja al lector con la sensación de que ha entrado en un mundo íntimo. Según la creadora, las primeras ideas para esta historia surgieron cuando vio el ascenso de Donald Trump al poder en 2016. En aquel momento sintió la necesidad de implicarse más en la vida política. Fue una época en la que también se encontró ante la dicotomía entre muerte y vida. Tenía que cuidar a su suegra gravemente enferma y al mismo tiempo empezaba a anhelar tener un hijo. Fruto de su implicación con los movimientos sociales, la artista fue arrestada en 2017 por manifestarse contra las políticas antiinmigración mantenidas por la Universidad de Georgia. En los dos años siguientes dibujaría el libro y se quedaría embarazada. Eleanor Davis por aquel entonces ya había publicado diversos libros de cómics infantiles y para adultos y había sido galardonada con dos Premios Ignatz.

En El difícil mañana, una narración fluida logra que los lectores sientan en primera persona lo que es vivir en un mundo lleno de incertidumbres. El libro, a pesar de ser una reflexión personal contra los abusos del poder, mantiene la ambigüedad necesaria y matizada para no ser considerada una obra panfletaria. Como relato gráfico destaca la belleza en el depurado trazo de la autora. La expresividad facial, la comunicación no verbal y el contorno de los cuerpos se muestran a través de unas líneas muy bellas y plenamente expresivas.

En un final con cambio de ritmo, Hanna decide pasar por encima de la suma de todos los fracasos y soslayar los miedos. La pareja no quiere tener una respuesta racional al dilema de si es un acto altruista o egoísta tener hijos viviendo en un mundo precario. El instinto humano es avanzar pese a todo e intentar obviar las situaciones angustiosas porque hay un futuro, aunque sea incierto y complejo. La autora concluye el libro con un canto a la ternura, a la esperanza y a la alegría. Es un mensaje que nos emplaza a no dejar que los males que vienen de fuera nos derroten. No parece una mala consigna.

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