Riad Sattouf continua la estupenda serie autobiográfica en la que describe por entregas la infancia de un niño rubio de largos cabellos de madre francesa y padre sirio. En esta cuarta entrega de un trabajo que supone una de las mejores series autobiográficas del cómic de este siglo, el autor se libera de un pesado lastre familiar que ha arrastrado a lo largo de su vida y que seguramente habrá intuido el lector que haya tenido el placer de seguir la saga. Y lo hace de un modo conmovedor, cercano y sin perder el tono de humor que siempre ha marcado toda la trama, aunque sin eludir los pasajes más oscuros.
En este nuevo cómic, de mayor extensión que los anteriores, Sattouf nos irá encaminando hacia una dimensión más dramática, pero sin dejar tampoco de conseguir que el lector esboce una sonrisa la mayor parte de los momentos. El periodo en el que se centra la historia abarca los años que van desde 1987 a 1992, en lo que es la adolescencia del autor, un lapso de tiempo que está marcado por la fuerte tensión que se aprecia entre sus progenitores, cuyas diferencias culturales y educacionales se van manifestando cada vez más como insalvables y van abriendo entre los dos un abismo difícil de cerrar. Después de los años sirios, el joven Riad ha regresado a Francia, donde vive con su madre y sus hermanos mientras su padre es profesor universitario en Arabia Saudita, un país en el que se va sumergiendo cada vez más, por la religión, y donde se acentuará la radicalidad de su pensamiento antioccidental. El vínculo entre ambas culturas que se había logrado mantener hasta ahora, se irá resquebrajando.
Riad ha crecido, y los problemas se van incrementando, especialmente por la tensa relación que resulta totalmente evidente entre sus padres. Su día a día en Bretaña, donde se instaló la madre, no resulta demasiado sencillo. Se siente cada vez más dividido entre sus dos culturas: no llega a ser aceptado como un verdadero francés, y además es considerado como un ser extraño por sus compañeros de clase. A todo esto, se añade el notable cambio con respecto a la relación con su padre, pues la admiración y veneración que el hijo había mostrado hacia este en álbumes anteriores, se torna en una verdadera desilusión.
Sattouf vuelve a demostrar maestría para describir su pasado desde el punto de vista de la edad que tiene en cada momento, a la par que plasma las diferentes realidades de los instantes espacio temporales que le toca vivir en cada situación de la vida. En esta ocasión trata con destreza el aspecto personal que supone el paso a la adolescencia y los problemas de adaptación en el entorno escolar, junto a todo lo que concierne al entorno más cercano, en los que la situación dista mucho de poder ser definida como un remanso, todo ello sabiendo alternar los momentos alegres con los que resultan más dramáticos y oscuros. Es, sin duda, el álbum que contiene una mayor carga emocional de toda la serie, el más dramático y conmovedor para el lector. Es algo que se aprecia rápidamente, surgiendo como una consecuencia del desarrollo de la trama a lo largo de todo el trabajo previo y de la complicada situación personal por la que atraviesan los protagonistas de esta entrega.
En el apartado gráfico, Riad sigue utilizando la misma estrategia que hasta ahora, que consiste en dar a cada país un color diferente basado en sus recuerdos. Las escenas que tienen lugar en Bretaña poseen un color azulado dominante para recordar el mar, mientras que aquellas en las que la familia viaja a Siria son de un tono rosado para evocar la tierra del país natal de su padre, utilizando indistintamente flashes en verde y rojo para hacer hincapié en aspectos que quiere resaltar. La estructura de la página se mantiene fiel a las tres líneas de viñetas, en las que no abundan los detalles y donde todo el peso recae en los personajes, que llevan a la perfección, por parte del autor, todo el ritmo de la narración.
En cualquier caso, lo verdaderamente relevante de este trabajo es el dramatismo final que nos reserva el padre, que se guardará un as en la manga con un acontecimiento que el autor define como «su particular golpe de estado». Es como si, en un relato genial, a lo largo de los tres primeros trabajos, el autor nos hubiera estado marcando un camino para llegar al desenlace vital y traumático que se veía en la necesidad de narrar. Porque si en los anteriores cómics de esta serie Sattouf nos dejaba con un regusto dulce y con la sensación de que habíamos asistido alegres a la narración inocente de la vida de un niño y su familia en Francia y en varios países árabes, pudiendo aguardar pacientemente la siguiente entrega, en este último trabajo nos regala un final impactante, sacudiéndonos con un bofetón que nos deja helados y que nos hace sentir la necesidad imperiosa de conocer el desenlace. Y quizás lo más genial de todo es que consigue hacerlo manteniendo en muchas fases un permanente tono de humor, lo cual tiene un enorme mérito, dado el dramatismo que permanece latente en la totalidad del cómic. Lo que sí tenemos claro todos los que hemos leído este trabajo es que, en esta ocasión, la espera se nos hará más larga.