Qué tendrá el ser humano que en todo momento nos creemos tan únicos como para pensar que nadie ha pasado antes por la circunstancia que estamos sufriendo o para afirmar con rotundidad y sin atisbo de duda que nuestras preocupaciones y angustias son las más graves que se han vivido en la historia. Aunque con el paso del tiempo tendamos a olvidar la intensidad vivida, los que ya hemos pasado por la adolescencia somos conscientes de que ese tipo de situaciones se magnifican considerablemente en esa época de la vida en la que todos andamos con la sensibilidad tan a flor de piel. Sí, hasta el punto de no llegar (o querer) reconocernos en patrones perpetuados.
Toda una superventas entre los lectores adolescentes (venga, confesad que a vosotros, los que ya no entráis en ese espectro de edad y habéis leído alguno de sus tebeos, también os encanta), Raina Telgemeier está consiguiendo lo que muy pocos: que, aun con la distancia que otorga el cumplir años, asumamos como propias y con total naturalidad las situaciones y sentimientos que recrea en sus viñetas. Unas viñetas pobladas por personajes en plena adolescencia y en las que se desarrollan desde el punto de vista de este grupo demográfico cuestiones afines a la edad y asuntos más globales.
Drama es el tercer trabajo de la autora estadounidense que ve la luz en nuestro país y en él no faltan esos dos ingredientes que ya caracterizaron tanto ¡Sonríe! como Hermanas: el buen humor y la cotidianeidad. Dos factores que, sin lugar a duda, inciden en la efectividad de sus historias y en la excelente aceptación entre los lectores, así como también la fluidez de sus narraciones y esa virtud de recubrir sus trazos, trama y personajes con una pátina bien dotada de espontaneidad, frescura y dinamismo pero carente de artificio.
Queda demostrado que la vida aporta los mejores argumentos a cualquier ficción: tan solo hay que saber tejerlos. Raina Telgemeier es muy consciente de ello y sus tebeos beben en mayor o menor medida de lo autobiográfico. Si recordáis, llevar braquets marcó su adolescencia y conocimos de primera mano la relación que mantuvo de chavala con su hermana pequeña. En esta ocasión, y aunque no la vemos corretear por las viñetas ni podamos decir que Callie, su protagonista, se considere una suerte de trasunto, ha ido construyendo decorados y personajes y planteando situaciones con base en su experiencia de adolescente cuando asistió a clases de teatro y coro.
El teatro, una de las ramas de las artes escénicas, es el elemento cohesionador que, además de dar forma a la historia, vertebra la estructura de la trama en un efectivo ejercicio de asunción de sus elementos estructurales y equiparación de género teatral e intensidad emocional subyacente. Los personajes que suben al escenario a lo largo de los ocho actos, Callie, Justin, Jesse, Liz y el resto del equipo técnico y del elenco de actores que participan en la representación del musical La Luna sobre el Misisipi, enamoran. Para esos actores, la autora crea unos papeles con los que cualquiera soñaría y sobre los que logra poner el foco en el momento preciso.
Montar una obra teatral puede soponer toda una aventura y requiere de pericia, eficacia y temple para capear cualquier asunto que pueda torcerse durante la preparación del montaje o en el momento de la puesta en escena. Callie y el resto irán viendo que también necesitarán de todas sus habilidades para desenvolverse lejos de las tablas. Porque no es en el escenario donde se presentan los verdaderos retos: se comienzan a atisbar entre bastidores, donde asumimos el rol que hemos de interpretar en esta sempiterna representación en total ausencia de apuntador o libreto que es la vida, caprichosa a la hora de repartir guiones. Y es que al mal de amores, al peso de la amistad, al escenario de batalla diario que supone el instituto o a la imborrable huella de los primeros enamoramientos, se suman otros asuntos algo complicados de manejar, como son las relaciones familiares, la responsabilidad autoimpuesta de quien asume que no debe defraudar al entorno más cercano, el esfuerzo a la hora de cumplir los sueños, el concepto de género o la identidad sexual y su aceptación.
A propósito de algo tan trivial como la representación de una obra de teatro en un instituto, Raina Telgemeier es capaz de traspasar los límites del entretenimiento y de la lectura per se, revelando su potencial no solo a la hora de jugar con la cotidianeidad, sino también en la creación de un interés que va in crescendo. Sencillez, eficacia y potencia en guiones, pero también en el apartado gráfico, demostrando verdadera destreza en la utilización de color plano y entramado de componentes icónicos, literarios y narrativos.
No. No olvidaréis aplaudir cuando baje el telón.