David B. (apócope artístico de David Beauchard, Nimes, 1959) es uno de esos autores a los que les sienta como un guante la frase de que «no necesita demostrar nada» en el panorama de la historieta. Suya es una de las obras más importantes de la historia reciente del cómic, La ascensión del gran mal, que publicó en seis álbumes entre 1996 y 2003 (posteriormente se recopilaron en un solo libro y se rebautizó la obra con un más concreto, menos inspirado, Epiléptico). Se podría decir que en esa novela gráfica, editada en el formato que fuese, el autor francés ha entregado su trabajo más importante. Que además es una de las piedras angulares de la revolución de la novela gráfica en el siglo xxi. Y al tiempo, que Epiléptico contiene todos los rasgos autorales de David B. perfectamente madurados y eficazmente destilados. Pero la verdad es que dichos rasgos proponen un modo de ver la realidad tan excitante que desde aquel 2003 en que concluyó su saga familiar (sobre la epilepsia de su hermano), David B. no ha dejado de desarrollar su universo de un modo excitante. Diario de Italia (magníficamente editado por Impedimenta) es una nueva parada del «tren David B.», y una en absoluto menor.
De hecho, son dos paradas, pues el tomo recopila dos obras, una de 2010 y otra de 2018, que relatan para la editorial Delcourt en su colección de diarios de viajes dos periplos diferentes. Un primer libro sobre las andanzas del autor en Italia, y un segundo que recuerda un viaje a Japón. La unidad, empero, no se resiente, tan solo el mayor empleo del color en el viaje oriental y cierta querencia por la línea más pulcra en determinados pasajes sirven de rastros estilísticos diferenciadores. Por lo demás, en todo el libro encontraremos lo que David B. lleva ofreciendo tantos años: un diseño de página abrumadoramente imaginativo capaz de moverse con igual soltura en lo minimalista y en el barroquismo formal. Un dibujo dotado de gran viveza, un poco simbólico, que se apoya en cierto primitivismo. Y por supuesto, una querencia narrativa por lo onírico mezclado con la historia, los mitos, la cultura y lo biográfico. Una amalgama que hizo excitante Epiléptico y que no se agotó en aquella obra magna. Muy al contrario, lo que hace especial al Diario de Italia es esa narración torrencial que comenzando en lo prosaico (por ejemplo, toparse en Trieste con gatos callejeros) deriva hacia lo surrealista o en una suerte de imaginación infantil desatada.
En el camino (físico por distintas ciudades, mental en cada esquina descubierta, persona cruzada, conversación mantenida por David B.) de esta bitácora del mapa imaginario que todo viaje debería conformar, vamos a disfrutar de ese apasionamiento de su autor por las cosas: vamos a conocer sociedades animales secretas, a disfrutar de los entresijos del mundo editorial galo, de la especial manera de ser de los ciudadanos de Osaka, de casos policiales propios de la prensa amarilla -con amnésicas incluidas-, o de fantasmas nipones.
El mejunje entre lo surreal y lo cotidiano sería difícil de pilotar sin un sentido estricto y férreo del estilo. Por suerte, si David B. va sobrado de algo, es precisamente de estilo y personalidad. Su capacidad para encontrar el tono especial, único y bastante inimitable (pese a crear escuela, comenzando por la mismísima Marjane Satrapi en su Persépolis) hace que sus ensaladas temáticas no solo nos parezcan naturales, sino adictivas. Lo bueno es que Diario de Italia nos ha servido un plato generoso, trescientas páginas de metamorfosis dignas de la duermevela para describir la magia de todo viaje. Después de todo, cuando viajamos nos desubicamos de nuestra realidad. ¿Y no es soñar exactamente eso mismo?