Cages es más que una historia, son varias que a su vez esconden otras muchas más en su interior. Y solo si estamos lo suficientemente atentos y tenemos un poco de suerte las podremos deshilvanar por las diferentes habitaciones de este enigmático edificio de vecinos.
Un sinuoso gato negro (alfa y omega del libro) hace las funciones de cicerone y nos presenta los diferentes habitantes de las jaulas de esta finca: el pintor, el escritor y su mujer, el músico, la portera, la vecina del papagayo, la botánica, Jeffrey, el marchante de arte, y los enigmáticos hombres de negro. Todos atienden a su función coral y responden a la importancia de su reparto con tanta vehemencia como misterio.
Cages no es un bocado fácil, es un plato complejo con diversidad de sabores que se sobreponen de manera sorprendente y arriesgada. No espere de Cages un bocadillo, ni un plato de macarrones, sin desmerecerlos espere alta cocina a riesgo de no corresponder pero con la esperanza de satisfacer a un exigente gourmet. Dicho esto interpelo al lector para que le permita alguna pequeña licencia o algún cabo suelto, que seguramente no dejarán a nadie indiferente pero que permite una complejidad necesaria.
McKean es talentoso, de eso no hay duda, forma parte de esa clase de autores inconformistas a los que no se puede atar y que gustan de galopar a su libre albedrío: como Bill Sienkiewicz, Moebius, o Bill Plympton, por citar solo a algunos de diferentes escuelas que conviven con la constante de tantear sus límites sin temor.
El autor, conocido habitualmente por combinar diferentes estilos gráficos, nos muestra aquí todo su repertorio, empezando por las portadas, continuando por los textos introductorios y acabando por definir el propio Corpus Christi del libro con collages, retoques fotográficos, y dibujos a tinta. Un dibujo a tinta plano, figurativo y bicolor (negro y gris azulado) con generosas manchas negras que recuerdan al argentino José Muñoz, sobre todo en la última etapa de Alack Sinner (Salamandra, 2017), pero que también decide dotar de volumen cuando lo considera oportuno combinando diferentes técnicas que conforman un amplio abanico de recursos: Desde aplicar rugosas pinceladas de óleo hasta directamente desenfocar las imágenes.
La estructura de la página se mantiene en 3×3 en la mayor parte del libro, pero cuando necesita explotar, la explota literalmente y se descompone con naturalidad y absoluta libertad jazzística al servicio del orden narrativo, igual que los bitonos, o los márgenes que bailan frenéticos al son de la batuta de McKean.
El autor es natural de Maidenhead (Reino Unido), un pequeño pueblo cercano a Londres desde donde su pasión por el dibujo y la ilustración le condujo a estudiar en el Berkshire College of Art and Design. Es en esta escuela donde conoce al joven guionista Neil Gaiman, con el que fragua una celebradísima amistad que le llevará a ilustrar una serie de magníficas obras: La trágica comedia o cómica tragedia de Mr. Punch (Norma, 2002); Violent cases (Planeta, 2003); Los lobos de la pared (Astiberri, 2003); El día que cambié a mi padre por dos peces de colores (Norma, 2003); Señal y ruido (Astiberri, 2008); Cabello loco (Astiberri, 2010). Mención aparte merecen sus aclamadísimas portadas para la serie Sandman (ECC Ediciones, 2013) recopiladas en un solo volumen, The Sandman Dustcovers (Norma, 2002), y las portadas de la miniserie Muerte: el alto coste de la vida (Norma, 2005).
La bibliografía de McKean se completa con la exitosa y personal reinterpretación de Batman por parte de Grant Morrison en Asilo Arkham (ECC Ediciones, 2014); y la reciente Black Dog: Los sueños de Paul Nash (ECC Ediciones, 2017), con guion propio.
Cages fue publicada originalmente entre 1990 y 1996, en diez números por parte de Tundra y Kitcken Sink Press. La esperadísima edición española llegó de parte de Norma Editorial en un majestuoso volumen recopilatorio en 1998. En 2017 nos llega una nueva y cuidada edición por parte de ECC Ediciones, con un prólogo del maravilloso Terry Gilliam, a quién podría imaginar como una proyección en el mundo del celuloide de la capacidad creativa y onírica del propio autor británico. Paralelamente McKean ha tenido diversas incursiones en el mundo del celuloide, siendo lo más reseñable un par de películas: Máscara de Cristal (Sony, 2006), y Luna (2014). Parece difícil de superar pero la capacidad creativa del autor no se acaba aquí, su profundo humanismo también se expresa mediante la música, hasta el punto de ser un notable pianista de jazz e incluso de cofundar un sello discográfico: Feral Records.
Como verán no estamos ante un creador que se aburra, más bien lo contrario, hiperactivo hasta la médula, siendo este Cages que nos ocupa su obra más personal y, me atrevería a decir, su cima. Una obra tan resplandeciente como exigente, coral y diversa, onírica y terrenal. Y en medio de todo, como siempre, el amor. Un amor reluciente y necesario que ayuda a equilibrar el torrente de emociones que se pasea por las páginas y las viñetas de este castillo, y por supuesto por sus jaulas.
Recuerdo cuando leí por primera vez Cages: en cuanto lo acabé, sentí la necesidad de volverlo a leer, y lo hice. No sé si me habrá pasado esto alguna vez más… pero recuerdo aún hasta la música que escuché mientras tanto. Y sí, era negra, muy negra, y también muy bonita.