La República de Weimar (1918-1933) ha trascendido su condición de periodo histórico que inmediatamente precedió al advenimiento del nazismo para convertirse en una suerte de universo mítico. Una de las épocas de mayor esplendor cultural que ha dado la civilización europea coincidió también con uno de los periodos más convulsos social y políticamente del continente. Mientras Alemania recogía las cenizas de su imperio, sus ciudadanos mascaban la humillación de la derrota en la Primera Guerra Mundial. Mucho que llevarse a la boca, pero muy poco con lo que llenar el estómago justo en el momento en el que el capitalismo habría de alumbrar su primer gran reseteado global en forma de socialización de pérdidas. La tormenta perfecta esperando a descargar con toda su fuerza estaba lista.
Jason Lutes (Nueva Jersey, 1967) ha tardado más de dos décadas en retratar los últimos estertores de aquella república a la que Adolf Hitler —con la complicidad de las élites liberales— daría el tiro de gracia antes de dirigir sus cañones contra el resto del continente. Lutes, un estadounidense que jamás ha pisado Alemania, realiza el que probablemente sea uno de los ejercicios de narrativa histórica más importantes de los últimos años; y lo hace desde las páginas de un cómic. Berlín libro 3. Ciudad de luz (Astiberri, 2018) viene a completar de forma prodigiosa la trilogía iniciada por el autor hace veinticuatro años. A este volumen le han precedido dos tomos no menos brillantes—Berlín libro 1. Ciudad de piedras y Berlín libro 2. Ciudad de humo, ambos publicados también en Astiberri—, y cuya relectura se hace obligada antes incluso de acometer el colofón a esta historia.
Construye Lutes un relato coral cuyo referente está en novelas como Berlín Alexander Platz (1929), de Alfred Döblin o—incluso y salvando la geografía—, La Colmena (1951), de Camilo José Cela. Por sus páginas y viñetas —un dibujo de línea clara y realista hasta la extenuación dirige nuestra mirada con ritmo ágil y perseverante—, el autor disemina las vidas de personajes ordinarios que pueblan la ciudad durante aquel breve periodo de efervescencia cultural en todas las artes y cuya manifestación más libérrima fue su legendaria vida nocturna. También las de aquellos a los que lo anterior les estaba vedado por su propia condición en la pirámide social. Así nos encontramos con Gudrun Braun, obrera despedida por la fábrica de zepelines y madre de tres hijos, desesperada por llegar a fin de mes y cuya lucha vital encuentra acomodo en los camaradas de un Partido Comunista situado siempre bajo la sospecha de las autoridades de la República. Será su marido quien recorrerá el trayecto contrario hasta encontrar en el caladero nazi —que paradójicamente no resultaba tan sospechoso para las mismas autoridades—, el lugar donde descargar su rabia. Al lado, tres generaciones de la familia judía Schwartz, incluyendo a David, un vendedor callejero del periódico comunista AIZ, o Pola Mosse, modelo de desnudos por el día e intérprete de cabaret por la noche.
Serán estos quienes recibirán los primeros embates de un mundo agonizante; ayer como hoy, los de abajo, cuyo destino nunca es el de abrir las páginas de los libros de historia, sino sufrirla en carne propia. En este microcosmos se mueven también personajes reales a los que Lutes siempre coloca con pericia en un segundo plano: desde la legendaria Josephine Baker, el editor Carl Von Ossietzky (Premio Nobel de la Paz, que moriría en un campo de concentración nazi en 1936), el poeta Joachim Ringelnatz, a Joseph Goebbels y, por supuesto, Adolf Hitler, cuya aparición, fugaz y tenebrosa, se produce precisamente al principio y al final del último volumen de la trilogía. Es en ese 30 de enero de 1933 donde Lutes decide poner punto y final a la obra. Nuestros guías a través de este universo urbano serán el escéptico periodista Kurt Severing, reportero estrella del semanario izquierdista Die Weltbühne, de Ossietzky, y Marthe Müller, una joven que escapa de su educación burguesa en la provinciana Colonia para lanzarse a su educación sentimental —y sexual— en la capital. Su encuentro fortuito en un tren en las primeras páginas del Libro 1 será ya inolvidable.
Es en esta pluralidad de voces y perspectivas donde se encuentra la advertencia de un autor que deliberadamente elude las esvásticas nazis hasta el último volumen de la serie. Durante los dos primeros libros, las banderas nacionalsocialistas estarán presididas por círculos blancos, una omisión perversamente efectiva al hacernos ver el momento en que la gente del Berlín de finales de los años veinte aún podía autoengañarse creyendo que el fascismo nunca se haría con el poder en una sociedad culta y civilizada como aquella.
En la lectura del cómic de Lutes resuenan «las rimas de la historia» de las que hoy habla la historiadora Margaret Macmillan y ante las que convendría responder sin taparse los oídos. Es por eso que no hay en el mundo de Lutes resquicio alguno para la equidistancia. Hacia el final del Libro 2, Severing se topa con el desfile fúnebre por la muerte del nazi Horst Wessel (1 de marzo de 1930). Ante el macabro espectáculo, el periodista alcanza a desear que este sea «el primero de muchos». «Creía que eras pacifista», le inquiere su amigo Reingelnatz, a lo que Severing, borracho pero lúcido, responde: «contra la violencia, Ringelnatz, pero totalmente a favor de la intervención divina que acabe en la muerte de fascistas».