Dice el refrán que nunca es tarde si la dicha es buena, y un título como Banana Fish bien merecía la espera. Panini se ha decidido a editar en España el manga de culto de Akimi Yoshida, 35 años después del inicio de su publicación en Japón en la revista Bessatsu Shōjo Comic (Shōgakukan). Durante nueve años (1985-1994) y en un total de 19 tomos recopilatorios, la por entonces joven mangaka —ahora sexagenaria— narró las trágicas aventuras de Ash Lynx, un brillante y temerario adolescente, líder de una conflictiva banda en los barrios de Nueva York, y Eiji Okumura, el joven asistente de un periodista japonés, que viaja a Estados Unidos para realizar un reportaje sobre las violentas pandillas callejeras que pueblan la ciudad que nunca duerme. El curioso nombre de la obra —y que constituye, a su vez, uno de los grandes misterios durante los primeros volúmenes, «¿Qué es banana fish?»— es un homenaje al relato de Salinger de 1948, A Perfect Day for Bananafish (Un día perfecto para el pez plátano); un animal que, en la mitología salingeriana, es considerado un heraldo de infortunio.
Banana Fish es uno de esos títulos de la década de los ochenta que todo aficionado al manga conoce pero pocos han leído. Es una obra atípica, que debe gran parte de su estatus de culto a su elaborada historia y brillante narrativa, pero también a su difícil encaje dentro del —a menudo— rígido sistema de demografías que gobierna el mundo editorial japonés. El manga de Yoshida fue publicado en una revista shojo (y así lo categoriza Panini), pero con tintes de shonen —por el tipo de humor, o el modo en el que usa diferentes recursos gráficos como las líneas cinéticas o las grandes onomatopeyas— y que por su contenido adulto y escabroso (violencia explícita, abusos y pederastia, lenguaje malsonante o el consumo de drogas) y sus ejes temáticos (un thriller de acción centrado en el mundo del crimen, la mafia y las conspiraciones gubernamentales) está más próxima a lo que habitualmente se espera de un seinen. Sin embargo, la mitología que envuelve a la obra se debe, sobre todo, a la controvertida relación entre los dos personajes protagonistas, que provocó que en ocasiones se calificase erróneamente como un manga yaoi, por el subtexto sutilmente homoerótico. Lo cierto es que Banana Fish es un drama que sigue muchos de los patrones clásicos del género BL (boys love): dos efebos, con trasfondos personales y culturales opuestos y aparentemente irreconciliables, inmersos en una historia que solo puede terminar en tragedia. Sin embargo, el romance se insinúa, no se explicita, y —al contrario de lo que suele suceder en ese tipo de publicaciones— jamás eclipsa a la historia principal.
Yoshida bebe mucho de la estética de Akira (1982-1990). El dibujo es, por momentos, demasiado rígido, y carece del virtuosismo técnico o de los fondos meticulosos y profusamente decorados de ese gran manga, pero tanto el diseño de personajes como el uso de las líneas cinéticas recuerda, con frecuencia, a la obra cumbre de Katsuhiro Ōtomo. Además, a medida que el manga avanza, los diseños se vuelven más esbeltos y, con ello, más acordes a lo que cabía esperar de un título shojo de la década de los 80.
Recientemente adaptada a un anime de gran calidad (2018), Banana Fish está disponible en todo el mundo gracias a una gran plataforma de streaming (Prime Video). Es frecuente ver cómo algunas series de manga adquieren una gran popularidad a raíz de su adaptación a anime y su consecuente difusión internacional, especialmente cuando se trata de títulos mainstream dirigidos a un público juvenil. Sin embargo, el caso de Banana Fish vuelve a ser atípico por el hecho de que esta versión llegue después de tres décadas, permitiendo que goce de una segunda juventud y —especialmente— alcance a un nuevo público. Banana Fish es una obra que, a pesar del tiempo, se siente fresca y actual, gracias a su capacidad para diluir etiquetas, por abordar temas duros y sórdidos con elegancia y sin caer en clichés, pero, sobre todo, por lo rotundo de su historia y personajes, y la singular dinámica interpersonal que surge entre el intrépido Ash y el romántico Eiji.