Que en el centro de toda ficción están las emociones —del autor, de los personajes, del lector— es algo que todos, de forma más o menos intuitiva, tenemos bastante claro. Leemos y nos emocionamos por lo que se cuenta y por cómo se cuenta, y no hace falta ser ningún experto o crítico literario para viajar al universo de la historia y sentir que el protagonista cobra vida. O, en el caso de Cuerda de presas, las protagonistas, ya que se trata de un conjunto de once historias sobre la vida de distintas presas políticas durante los primeros años de la dictadura.
La anterior reflexión sobre la naturaleza de la ficción no es gratuita. Lo que pretendo decir es que me parece muy curioso cómo, a veces, solo somos capaces de pensar en lo artificioso de lo que tenemos delante cuando está mal construido —metaficciones aparte, claro—. Esa persona de la viñeta, esa frase que pronuncia o ese acontecimiento de su vida ha nacido de la imaginación de un artista, y aunque esté basado en hechos reales, en ningún momento ha sido, sino que, a lo sumo, pudo ser.
Pues bien, tras lo que pudieron ser las vidas de estas mujeres está la imaginación y gran trabajo documental de Jorge García, quien junto con el artista Fidel Martínez trajo a la vida este cómic. Una obra que fue editada por primera vez en 2005 por Astiberri, editorial que también se ha encargado de su reedición en tapa dura en 2017. (No abandono la reflexión inicial, en seguida volvemos con ella).
Cuerda de presas nos presenta un conjunto de historias terribles, como tantas otras que provocó la dictadura de Franco. A lo largo de las páginas conocemos a mujeres castigadas por verdaderos monstruos, vejadas mediante todo tipo de prácticas y llevadas hasta el límite en más de una ocasión. Los dibujos de Fidel, de un estilo que cambia entre historias para alejarse de la monotonía, logran a través de su corte expresionista acercarnos mucho más a las emociones de unas protagonistas que sufrieron incontables injusticias entre rejas. La atmósfera que el trazo del artista plasma en las páginas es asfixiante, lo que es todo un acierto para este tipo de relato.
Y qué decir del tono que utiliza Jorge García a la hora de dar voz a estas mujeres. Aquí no hay fuegos de artificio en busca de la lágrima fácil ni se recurre al discurso tan manido en esos tiempos de manipulación mediática. Por el contrario, nos encontramos ante testimonios que describen los acontecimientos con una frialdad sobrecogedora, distanciándose de la crueldad de lo sucedido y regalando todo el protagonismo a la propia historia. Como las voces reales en las que se inspiran, estos testimonios se encuentran en un adecuado segundo término cuya más que probable inspiración sea la economía de recursos de Evaristo, de Carlos Sampayo y Francisco Solano López. Son palabras anestesiadas de toda emocionalidad y carentes de ninguna intención que no sea relatar objetivamente lo que sucedió, y precisamente por ese motivo logran calar en nuestro corazón de forma tan arrolladora.
Y de ahí viene mi reflexión inicial. Leyendo Cuerda de presas me di cuenta de algo fundamental que, como decía, solo acostumbramos a percibir si el cómic —o la novela, o la película— está mal hecho: la Verdad que hay en él, o la falta de Verdad si no consigue su propósito. Porque la ficción puede que no sea capaz de contarnos la verdad tras un hecho histórico —no digamos ya si se trata de un relato fantástico o de ciencia ficción—, pero sí que puede aspirar a tener su propia Verdad. Y estos once relatos la tienen. Y si quieren comprobarlo, no tienen más que empezar a leerlos y sentir lo que tuve la suerte de sentir en mis propias carnes. «¿De qué se trata?», se preguntarán. Pues de algo tan sencillo que, como decía, apenas percibimos cuando leemos. Sentí que aquellas palabras eran las de esas mujeres y niños. Sentí que había vida tras ellas; que me lo contaban como si yo fuera su confidente. Sentí que allí no había Jorge ni Fidel, sino Elisa, Matilde o Martina. En definitiva, sentí. Y de eso trata todo esto, ¿no?