De la realidad a la ficción, y viceversa

Javier Rodríguez y Roberta Vázquez

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Javier Rodríguez (Oviedo, 1972), dibujante de cómics todoterreno, estudió Artes y Oficios y se fogueó en fanzines junto a compañeros como Germán García. Luego vendría su serie Love Gun, sus colaboraciones en El Víbora, álbumes para Glénat, series para el mercado francés, antes de aterrizar en el mercado estadounidense como colorista. Después de una década larga, en 2019, Javier firma, con Mark Waid a los guiones, la miniserie Historia del Universo Marvel. Roberta Vázquez (Santiago de Compostela, 1989) estudió Bellas Artes y empezó a publicar sus fanzines en Galicia junto a Andrés Magán, Berto Fojo, Begoña García-Alén o Teresa Ferreiro, una quinta de autores y autoras que han despuntado en el cómic de vanguardia. Aterrizada en Barcelona, ha continuado con su prolífica actividad fanzinera y ha explorado el campo de la ilustración, así como ha colaborado en revistas como Cáñamo, El Jueves o Cactus. Recientemente ha visto publicado su primer cómic editorial ¡Socorro!, un contundente artefacto generacional publicado por Apa Apa Cómics. Nos reunimos con ellos en la cafetería del Museu del Disseny, en Barcelona, donde tenemos una charla amplia y variada sobre sus carreras, sus obras y sus formas de entender la profesión y el mundo del cómic.

Hay una frase que he escuchado a varios autores de cómic ya consagrados que dice que «el cómic es un arte que simplemente con un lápiz y con un papel ya puedes empezar a hacer». ¿Consideráis que es cierto? ¿Condiciona tener acceso a ciertos medios?

Roberta Vázquez: Yo estoy de acuerdo al cien por cien. No uso para nada los programas, se me da fatal el ordenador. Por eso he visto esta portada hecha en digital —señala Historia del Universo Marvel— y me he puesto a sudar (risas). Para mí es que igual me cuesta el triple que a una persona que sabe manejar un programa como es debido, el Photoshop… Pero es que no me manejo nada bien. Es como si tuviera que hacerlo todo con la izquierda. Estoy muy de acuerdo: lápiz y papel, y ya está.

Javier, te leí en una entrevista que cuando accediste a ciertas herramientas trabajabas mejor. ¿Fue cuando empezaste con Marvel?

Javier Rodríguez: Empiezo a trabajar en digital antes. Es que es curioso, porque en el tema de trabajo me metí muy rápido en lo digital porque siempre fui muy chapuzas. Lo abracé muy rápido. Pero tenía un equipo muy básico. Y aprendí a trabajar con muy poco. Para que te hagas una idea, ya estaba de colorista en Estados Unidos y no tenía tableta gráfica: coloreaba con ratón. Los primeros cómics los coloreaba con un Mac de colores, aquel iMac horrible… Pues con aquello me coloreé el Batgirl Año Uno. Pero estoy de acuerdo también: un lápiz y un papel. Si hago cómics es porque me parecía una manera muy barata de contar historias desde crío. El digital o el analógico son herramientas, cosas que tengo ahí. El cómic, lo que me mola, es lo que no se dibuja. En general me interesa más lo que no se dibuja, y menos lo que se dibuja. Tanto como lector y como creador. Me gusta ese diálogo que tienes con quien te lee y que te deja muchos huecos, muchas cosas en las que se puede proyectar. Es lo que me motiva a hacer tebeos.

¿Y a ti, Roberta? ¿Qué es lo que te lleva a hacer cómics?

RV: Para mí fue la manera más natural de comunicarme. Me gustaba leer cómics y quería hacerlo yo también. Me parece lo más fácil. Empecé escribiendo hasta que llegué a un punto donde noté que me hacían falta imágenes, y me puse a dibujar y a hacer cómic. Pero esto de pequeña ya. Al principio hacía el dibujo y escribía dos frases debajo. Luego lo fui perfeccionando.

¿Hay alguna obra que os marcara, que dijerais «esto quiero hacerlo yo»?

RV: Para mí, El Evangelio de Judas de Alberto Vázquez.

JR: No sé, en mi casa habían muchísimos cómics, porque mi padre compraba de todo. Recuerdo que cuando compró el número 1 de El Víbora me compró a mí el número 1 de Superlópez. Y te diría que me influenciaron las dos cosas. Me gustaba todo. Y había muchos cómics en mi casa, para lo que éramos nosotros, gente de barrio obrero. Venían todos los vecinos a mi casa a por cómics. Me gustaba el medio como medio de expresión, y me parecía barato para poder hacerlo. Pero bueno, lo último que me imaginaba era vivir de ello.

¿Tú también te criaste entre cómics, Roberta?

RV: Sí. Igual más entre libros de ilustración al principio. Pero a partir de Zipi y Zape, que me los compraba mi abuelo siempre, empecé a tirar de ahí. Con dieciséis o así también entré con Odio. Y Uzumaki, que me los compraba con una amiga. En mi casa igual no había más que esos cómics clásicos que te regalan de pequeño y tal. Pero en la época de instituto, con los amigos y en las bibliotecas, empecé a leer más cómics.

Me gusta porque tienes tendencia a poner tus influencias en tus cómics. Estas que dices, Odio, Uzumaki… aparecen en tu obra.

RV: Uzumaki me marcó un montón, y mira que me cuesta el manga. Dragon Head también.

JR: A mí Dragon Head me voló la cabeza cuando salió. Yo ya estaba publicando en Glénat y me los llevaba gratis. Me los leí de golpe. Tenía todo lo que me encantaba. Es como Ballard con El señor de las moscas. El tema del salmón: sucede algo que te cambia la vida y tienes que ir a la fuente.

En el aspecto formativo, Roberta, tú vienes de Bellas Artes, y tú, Javi, de Artes y Oficios. ¿Cómo ha sido vuestra experiencia? ¿Están los estudios y las carreras bien enfocadas para poder trabajar después? ¿Tienen carencias?

RV: A mí me sirvió porque conocí a autores que igual conoces, como Andrés Magán o Begoña García-Alén y más gente que hacía cómics. Y hacemos todos cosas superdistintas. Me decían «ah, esto es cómic, como lo de Andrés». Pero no tiene nada que ver lo que yo hago con lo que hace Andrés. Para mí fue un poco como no sentirme valorada: da igual lo que hiciese, no les iba a convencer. Incluso me decían «esto es para una escuela de Artes y Oficios». Tampoco me arrepiento, porque conocí a gente que me inspiró mucho, y ya por eso mereció la pena. Pero bueno, a nivel técnico no me sirvió de nada para hacer cómics.

¿Y quizás fue al revés en tu caso, Javier?

JR: Sí, aprendí mucho, sobre todo por disponer de medios. Y en la cafetería nos juntábamos con gente como Germán García, que empezaba a hacer superhéroes, y empezó con Camaleón luego, con Tess Tinieblas. Era una generación a la que nos tocó hacérnoslo nosotros mismos. Hubo una crisis en el 93 o 94 en la que no había un puto duro. Cerraban las revistas, solo quedaba El Víbora y todo te lo tenías que hacer un poco tú. Lo que nos vino bien de Artes y Oficios es que aprendimos a usar la offset. Si ibas de visita a una imprenta, conocías al tío que la llevaba, ibas luego allí, grapabas tus propios tebeos y nos hacían descuentos. A lo mejor conseguíamos cintas extra de una campaña de Navidad y así hacíamos fanzines con cosas doradas, bordadas, con cosas muy guays. Editábamos para nosotros y para otros. Claro, lo ves ahora y es un nivel muy inferior a lo que se hace actualmente. Pero aprendimos muchísimo. Y aprendimos del error. Artes y Oficios yo creo que es bueno para eso. Porque la premisa que teníamos era que teníamos que aprender el arte final de los que vienen de Bellas Artes. Éramos el currito. Recuerdo que fue una época muy guay, compaginaba dibujar con tocar la guitarra. Y tampoco tardé mucho en publicar, porque estaba muy metido en el grupo de aquellos.

¿Cómo es vuestra experiencia publicando en revistas?

JR: Yo empecé en El Víbora, el primer curro profesional que tuve en el que me pagaron. Había ido a buscar curro a Barcelona y me entrevisté con Hernán Migoya. Me dijo que tenía poco nivel, que era muy fanzinero y que currara más y tal. Pasaron dos años, estuve autopublicándome y motivándome antes de volver. Pero a El Víbora no volví porque pensaba que no les iba a gustar. Planeta sacaba una línea como de cómic americano, la línea Laberinto, y pensé que igual allí podría meter algo. A Laberinto no les moló lo que traje, pero quedé para tomar un café con Hernán y me dijo que había mejorado y que le presentase algo. Al final me cogieron uno, y ahí empecé a publicar. Me hacía mucha ilusión porque era una revista que compraba mi padre. «Mira, papá, soy profesional». Luego tuve suerte y empecé a colaborar también con El País, en el Tentaciones, a meter una ilustración por semana, y bien. No ganaba mucho pero vivía en Gijón, con lo justo. Bien. Ahí empecé a trabajar como profesional.

RV: Yo he publicado un poco en los restos de las que has dicho tú que eran increíbles (risas). Las primeras cosas que hice fue con Ediciones Valientes, que sacaban el KOVRA. Son los primeros trabajos que veo como que yo hice para alguien, aunque es un fanzine en realidad. Los primeros pagados los tengo en Cactus, que sale cada dos meses. Llevo ya cuatro años. Estuvo muy bien porque fue como mi primer trabajo pagado en el que me daban total libertad. Y a raíz de eso he tenido más trabajos de ilustración, pero tampoco me veo haciendo ilustración. No se me da muy bien, creo. También estuve en el Tentaciones, la que sacaron nueva de hace unos años, que ha vuelto a cerrar. Y en Cáñamo saco desde hace dos años uno al mes, una serie que se llama Mugre bajo el sofá.

Hay un contraste interesante entre los dos. Tú, Javier, vienes con Germán, de la época de Camaleón. Y tú, Roberta, vienes más tarde por la distancia generacional, con el tema artie. Ha cambiado el tema del fanzine. Entras con Ediciones Valientes. Son dos escuelas contrapuestas, que me interesan porque creo que hemos llegado a un punto de la historieta en el que estas dos vertientes se tocan. No sé si tenéis esa sensación.

JR: Es como todo. Cuando empecé a dibujar tebeos de superhéroes la peña no se lo podía creer porque venía de un mundo que no tenía nada que ver con los superhéroes. Nada. Sí que era lector de cómics de superhéroes, tenía referencias, lo conocía. Me fascina el rollo de cultura popular que hay detrás. Pero para el fandom era como un extraterrestre que acaba de llegar aquí. Cuando entro en redes sociales, me comentaban que si no sabía dibujar, que cómo me daban curro, que a ver si me echaban de una vez… Siempre fue así hasta hace muy poco. Cuando decías lo de los tebeos que nos marcaron, un tebeo que me alucinó cuando era chaval y hacía Artes y Oficios fue La invasión de los Elvis Zombies, en el que descubrí a Gary Panter. Aquí lo publicó Complot, que venía con un vinilo del propio autor. Creo que fue de los cómics que más me influenció en mi vida. En todo. En el lenguaje. Era un cómic muy adelantado a su tiempo. Hay cosas que alguna gente le está atribuyendo a Miller ahora, que Gary Panter tenía en ese cómic, que son veinte páginas. Es que es difícil explicároslo. Yo amo mucho el medio, me gusta su lenguaje. No es por empatizar, es que no veo fronteras. Me pasa como con la música. Perdí mucho tiempo de joven etiquetándome o estando en compartimentos como para estar ahora así. Ahora mismo estoy en otra «película», que es trabajar con franquicias, en el mainstream total. Pero la manera que tengo yo de acercarme al trabajo, la educación visual que tengo, es variopinta.

Comentaba esto porque creo que históricamente ha habido una separación muy marcada entre lo que era el underground y lo que era el mainstream, y creo que esta barrera, no sé por qué, se ha desdibujado. Mi pregunta es si sois una generación que ha roto. Hablo de vosotros, hablo de Monteys, por ejemplo. Trabajáis sin prejuicios, sin concepciones previas hechas con un mercado y con el otro, sabiendo que sois autores de cómic, y lo mismo podéis sacar un fanzine, que lo había hecho Max. Max y Gary Panter son lo mismo. Son underground, aunque estén colgados en un museo.

JR: Tengo una teoría que es que cuando haces underground es porque no te queda otra. No hay nada más guay que vivir de lo que haces. Por ser de clase obrera, tengo que trabajar todos los meses; si no, muero. Yo tengo un discurso de clase. Hay gente que no lo hace y se dedica al arte, a la creación. Porque puede vivir de ello o porque le da igual vivir en la miseria. A mí no. A mí me gusta comer y me gusta tener un techo. Entonces poder disfrutar de la profesión me mola. No sé. Muchas veces me preguntan «¿no te molaría hacer lo tuyo?». «Lo mío» es todo. Ya veo un logro estar en algo que te motiva y que eso te pague el alquiler.

Esa conciencia de clase creo que la tenemos todos. Vuestra generación, Roberta, también la tiene, ¿no?

RV: Sí, y estoy de acuerdo con lo que dice Javier. No creo que esté reñido que seas un currante con que te vaya bien. Que igual te ven de otra forma por publicar en Estados Unidos, pero te lo curras como un cabrón. Lo que decías de que se han desdibujado las barreras, yo creo que sí, que quizás antes hacías fanzines, que era algo muy subterráneo, pero luego ha cambiado a causa de Internet. Por ejemplo, María Medem es una autora que igual hace unos años se podía ver como algo más extraño o más underground y de repente la tía lo peta en Internet. No es mainstream porque no ha salido en televisión, pero ya se ha convertido en otra movida.

Todo el mundo quiere vivir de lo que dibuja o de lo que crea, es legítimo. Yo creo que esta generación nueva de gente como María Medem o Flavita Banana ya pueden vender directamente lo que hacen.

RV: Claro, para mí eso es lo ideal. Que llegue un punto en el que no tengas que recibir encargos.

O escoger los que te motiven de verdad. Hombre, ahora mismo los encargos que me entran me gustan todos. Es lo mío, les doy mi toque. Pero la idea de estar en tu casa y poder hacer tus cómics personales… sería mi sueño. Ojalá.

JR: Últimamente pienso bastante en ello. Creo que lo que cambió no es tanto un tema generacional, sino la manera de entender las narraciones y la manera de contar las historias. El cómic, como relato de historia clásico, como lenguaje para contar una historia de principio, nudo y desenlace, no es su motor. Lo más interesante del cómic es que antes la ficción era para proyectarte en ella, y ahora la ficción es representativa. Antes leías una aventura increíble y te imaginabas viviéndola. Ahora es al revés: buscas que te represente. Tiene un componente político incluso en el sentido de que ahora lo que buscamos es la representación, no la proyección. De ahí las peleas entre boomers, millenials

De hecho, esto se refleja en vuestras obras: Historia del Universo Marvel, como lo que te gustaría ser, un superhéroe, y ¡Socorro!, como representación de la generación joven actual.

JR: Haciendo Historia del Universo Marvel descubrí que una cosa que cambia en los años 60 y que empieza a introducir Marvel es este elemento representativo. De repente los superhéroes no son adanes ni dioses. Son gente imperfecta, tienen mutaciones, son científicos, son nerds, son outsiders. Eso es lo que hace diferente a Marvel de DC. Venías de una cosa hercúlea y divina de el hombre en el cielo, la mujer en la tierra, y de repente se entremezcla todo y empiezan a haber monstruos como protagonistas, científicos como buenos… Esto ya está muy metido en el mainstream, pero en los 60 hubo un cambio. Y esto pasa ahora tanto en el mainstream como en el underground.

Un tema común que tenéis los dos pero que, de nuevo, lo tratáis de forma diferente es que ambos trabajáis con universos de personajes. Tú, Javier, lo haces con un universo ajeno, con una historia detrás, y tú, Roberta, trabajas con un universo propio. ¿Cómo lo haces tú, Roberta? ¿Cómo construyes ese mundo?

RV: Estaba pensando ahora que cuando me preguntaste cómo empecé a hacer cómics y tal, me olvidé decir que siempre empiezo inventándome personajes. Me vienen cuando estoy dibujando. Lo empiezo a trabajar por ahí. Y luego comienzo a encontrar cierta lógica, lo veo muy claro. No sabría hacerte un proceso de esto porque es algo que simplemente voy improvisando, y digo «ah, pues esto es lógico que se desarrolle aquí», por ejemplo. Cuando empecé a hacer ¡Socorro! era un cómic solo sobre Peperoni Boy, la pizza, pero luego encontré lógico que estuviera rodeado de otras «comidas». Entonces es obvio que hay una conexión entre ellos, porque todos son alimentos, pero otras veces es una conexión que a mí me parece lógica, y punto.

¿Y la inspiración para los personajes y las situaciones viene de la vida real, de cosas que lees o ves?

RV: Pues hay mucho de series de animación de los 90, diría. Algunos cómics como El desquiciado mundo de los Crumbtoons, que para mí es como un referente siempre. Los Simpsons. Libros de ilustración infantiles. Odio también es una constante.

¿Y la antropomorfización, usar cosas o animales tiene un motivo concreto?

RV: No sabría decirte. Supongo que siempre que veo algo así, hecho por otra persona, me encanta, me llama muchísimo la atención y me parece superdisfrutable hacerlo yo. A veces compro cosas en los Encants y les pongo caras. También trabajo mucho así. Compro tonterías y le pongo caras luego (risas).

Es curioso, porque este es otro aspecto en el que los dos funcionáis de forma opuesta. Tú, Roberta, cuentas historias muy realistas del mundo actual pero alejándote de la realidad con el uso de personajes antropomórficos. Y tú, Javier, con el universo Marvel lo haces al revés. Coges un mundo de ficción, de aventuras de ciencia-ficción y tratas de darle un aspecto de realidad, haciendo una «enciclopedia» de este universo. Javier, ¿cómo te haces con una ficción con tantos años detrás?

JR: Mira, me pasa una cosa curiosa. Empecé a dibujar superhéroes porque primero coloreaba superhéroes. Y coloreando me pagaba el alquiler y hacía mis proyectos más personales, por decirlo de alguna manera. Y un día, un editor, el editor de la oficina de Spiderman, se enteró de que dibujaba y me preguntó si me apetecía probar. Pero él me decía de hacerlo similar a colegas míos que dibujaban superhéroes, porque mi estilo no lo veía. Me puse a dibujar un Spiderman y de repente pensé «hostia, parece que lo inventé yo». Porque es algo que lo tienes tan metido en el cerebro a nivel de icono popular…, es como si te dicen que dibujes el logo de Coca Cola. Es cultura pop. Lo tengo intravenoso. Entonces me puse, y claro que podía dibujar Spiderman. Ahora lo veo y me parece un horror. Lo primero que les mandé, comparado con lo que hago ahora, era muy underground, muy alternativo. Pero me di cuenta de que de lo que yo ofrecía no tenían tanto. Tenían mucha gente dibujando muy bien, pero poca gente que hiciera tebeos. Yo no vendo originales, no me matan los pin ups. Todo lo que trabajo es desechable, en el fondo, porque son archivos digitales. Entonces a mí me apetecía contar tebeos. Parece mentira. Gente que hiciera tebeos. Por ponerte un ejemplo, un guionista te pone una página en la que Spiderman está viajando en el tiempo. Te pone que hay un tren, un barco pirata, un dinosaurio, un túnel del tiempo… Entonces el dibujante llegaba, hacía un Spiderman bien grande y el resto de aquellos elementos en pequeño. Porque lo que vendía el original era ese Spiderman gigante. A mí eso me daba igual, no buscaba esos dibujos que, por un lado, ya están muy hechos. Me interesaba contar ese viaje en el tiempo y explicar esa sensación. Me gusta el lenguaje en sí mismo. Entonces de repente ves que es una plataforma brutal. Es como si te dejasen unos juguetes muy caros. A mí el concepto de objeto-muñeco me gusta. Cuando me vino este encargo, Historia del Universo Marvel, era como una locura. Y me di cuenta de que tenía que ser algo mezclado entre cómic e ilustración. Sobre todo, lo que quería era que tuviera sensación de movimiento. De gente andando, yendo de un lado a otro. Empieza con un génesis, que es como se manejan en Estados Unidos, con referentes religiosos pero de ninguna religión en concreto. De repente hay una creación del universo y así hasta el infinito.

De un tiempo a esta parte el diseño y la composición parecen aspectos más importantes en los cómics.

JR: Es que no sé hacer cómics de otra manera. Es que además no disfruto especialmente dibujando, así que nunca dibujo nada que no sea un cómic. Quizás una portada. No llevo una libreta con dibujos, no tomo apuntes… Quiero decir, que aprendí a dibujar porque quería hacer cómics.

Se nota que eres un autor que piensa mucho en la página. Y se nota en tus obras que miras mucho para atrás en la historia del medio para ver cómo se compone la página.

JR: Hay una cosa que es un error, que es ser tan prepotente como creer que lo estamos inventando todo. Son dos dimensiones, es una página. Hay páginas de cómic de hace cien años que son brutales en cuanto a narración, a descubrimiento de la forma, muy vanguardistas. En prensa y en el cómic americano mainstream, que luego acepta todo el mundo. Pasa que en los años cuarenta y cincuenta se tira por un «palo» determinado de técnica y de forma de resolver que es el que marca Alex Raymond, Milton Caniff y otros, y que luego lo copian todos. En Francia lo copia Moebius. Aquí lo copian otra serie de dibujantes. En Italia, Hugo Pratt. Y todo el mundo entiende que hay un canon, una manera de dibujar las figuras, que es el dibujo «de cómic». Lo cual es ridículo, porque un cómic puede ser incluso la abstracción pura de cuatro recortes. El cómic es lo que no está dibujado: es lo que hay entre una viñeta y otra y lo que tú creas en el cerebro para interconectarlas. Eso es el lenguaje del cómic. Entonces ahí nadie te dice qué tiene que haber, ni anatomía, ni perspectiva, ni nada. Pero eso se decide, en un momento concreto, en el que se dice que el lenguaje «tiene que ser así», y todo el mundo sigue eso.

RV: Yo lo intenté mucho. Tenía libros de autores americanos del estilo de «aprenda a hacer cómics con» y lo copiaba y lo copiaba. Y ya veis que no lo hice bien (risas).

¿El espacio entre viñeta y viñeta es algo que a ti también te preocupa, Roberta?

RV: Al principio me preocupaba. Ahora, como ves, no me preocupa nada. Por ejemplo, leía mucho los cómics del Peter Pan de Loisel y quería hacer algo así. Son cómics en los que te explican mucho, todo. Cómics cinematográficos. Te enseñan cómo cae una hoja y te muestran exactamente cómo se posa. Y yo al principio estaba obsesionada con hacer eso, pero acababa viendo que no lo iba a terminar en cien años si lo hacía así. Entonces empecé simplemente a centrarme más en los diálogos. (a Javier) Yo te estaba escuchando y estaba pensando «bua, qué profesional, pensando en la página, en cómo lo desarrolla todo», y para mí hay veces que estoy deseando que acabe, me pongo a rellenar, meto cosas para acabar la viñeta. Que acabe ya, no lo aguanto (risas). No sé, a mí me gusta más currarme las páginas que son dibujo, y luego lo otro… pues lo intento. Hay veces que busco más el movimiento o los escenarios, pero cuando lo hago así, se nota que está mucho mejor que otras páginas. Como vengo del fanzine, me interesan las cosas ya y ahora. Y punto.

JR: A mí me pasa igual. Si me gusta pensar lo que voy a dibujar es porque me pone nervioso estar dibujando y no saber para qué lo estoy dibujando. Me provoca una ansiedad enorme. «¿Por qué estoy haciendo este fondo si ya se sabe que está en una ciudad y ya hemos visto los edificios, las ventanas, los coches? ¿Qué hago repitiéndolo?». Por eso tiendo a sintetizar, aunque no lo parezca.

RV: En mi caso, antes lo hacía todo en blanco y negro, haciendo los entramaditos por un lado y por el otro. Y ahora es con el color, con rotuladores. Entonces, para mí estoy deseando terminar de dibujar y ponerme una peli o algo mientras hago los colores. Y como eso lo hago automático, lo disfruto muchísimo. No sé si la gente que hace mandalas lo vive así, pero es un poco este rollo (risas).

Vamos a hablar un poco de rotulación, que es otro aspecto en el que destacáis los dos. Tú, Roberta, no haces dos rótulos iguales.

RV: Me hace mucha ilusión que alguien me comente esto, gracias. Alguien por fin lo valora. Lo hago también porque lo he bebido de mis influencias. Lo he visto en Crumb. En Shelton también aunque quizás menos. Está muy en el underground americano y me gusta un montón, disfruto pensándolo y haciéndolo. Funciona de una manera muy decorativa. Ahora lo he cambiado un poco. En Mugre bajo el sofá uso seis viñetas, y la primera la dedico a la cabecera.

Y tú, Javier, también has hecho diseños interesantes para Marvel.

JR: Intento meter mis tipografías pero es muy difícil, lo tienen todo muy mecanizado. Cuando estás proponiéndolo tú, resulta que ya hay un diseñador que hizo algo. Pero sí, a mí me gusta hacer las tipos. Lo que suelo hacer es pasarle indicaciones al rotulista. Llevo muchos años haciendo tebeos, he estado en todos los campos de batalla y hay los mismos denominadores comunes. Lo único que veo de esto por encima de lo otro es que de esto puedo vivir. No tengo que diversificar tanto como antes. Pero con el resto no hago una distinción. Me di cuenta cuando hacía trabajos de ilustración, me sentía como un intruso porque nunca fui ilustrador. Lo hacía para poder hacer cómics. Veo que hice muchas chapuzas. Cambié de chip, me dije que no iba a hacer nada más así. O lo hago todo igual o no lo hago. Y lo aplico de verdad a todo. Le aplico el mismo amor a esto de Marvel que a una colaboración que hice con el sindicato de Comisiones Obreras de Asturias.

Ahora que Roberta comentaba también el tema del color, tú empezaste teniendo un caché como colorista. Hiciste una clase magistral sobre color en el podcast de Pictopía. Es un tema que te preocupa.

JR: Bueno, cuando estuve de colorista y empecé a dibujar, como las tarifas son independientes, cobraba más de colorista que de dibujante. De hecho, vivía mejor de colorista, claro. El color es un elemento plástico más. Considero que está en el mismo terreno que el dibujo. En el momento que introduces color, estás dibujando. Forma parte de la imagen. Tú sales a la calle y ves las cosas en color, no piensas «¿cómo sería esto en blanco y negro?». Lo que sí puedes hacer es que si está muy nublado y está todo gris, decir «qué triste está todo». O al contrario: si entra el sol por la ventana y ves unos rojos y unos azules, piensas «qué alegría». Es la percepción que tienes trabajando con el cómic en color. Y si estás trabajando con el blanco y negro te puedes meter en un terreno de texturas, lo que decía Roberta antes. Ahora, cuando hay un colorista aparte, lo hace muy pictórico todo. La tecnología lo que permite es dibujar mucho. Y el colorista también dibuja.

Y tú, Roberta, cuando empiezas con el color, cambias, ¿no?

RV: Me sigue gustando mucho el blanco y negro. Pero ya no lo hago así: voy más rápido, y a la gente le gusta más. Como que les entra más por los ojos. Mi editor quiere que me pase al digital y que haga más rápido las cosas. Pero para mí también es superdivertido el rollo de investigar en temas de color. Vale, es como muy básico en realidad, toda la cuestión de los colores complementarios. Pero sigo pensando que es algo infinito, y me encanta leer sobre eso y probar cosas nuevas. Probar con los terciarios. Tengo unas rueditas con las que trabajo y voy probando. Soy muy friki de eso. Es como que siento que no sé nada todavía y que tengo mucho que aprender. Y es algo que ahora disfruto. Antes era como que intentaba pintar las cosas como son. El árbol tiene estos colores en la realidad y tienes que pintarlo así. Y me he dado cuenta de que es muchísimo más potente tirar por métodos más «científicos» de tomar un color, que sabes que viene de este otro y que va bien con este otro, y no ponerme a pensar cómo son las cosas. De hecho, estaba mirando los tebeos de Javi y, por ejemplo, hay una escena que es toda lila y de repente aparece este azul aquí. Me encanta, me explota la cabeza. Yo estoy ahí.

¿Cómo son los feedbacks con vuestros lectores? ¿Qué os comentan de vuestras obras?

RV: A mí me suelen decir «es cien por cien mi vida». Es como que se sienten muy identificados. Esto con los comentarios positivos. Cuando es algo malo… La peor crítica me la hizo un amigo que era del que más esperaba su opinión, porque sabía que me iba a dejar hecha mierda. Fue Pablo Taladro (risas). Me dijo que no estaban nada bien definidos los personajes. Y era de lo que estaba más orgullosa. Entonces ahora estoy obsesionada con que sean aún más definidos y mejorarlos muchísimo. Estoy pillada con eso. Pero por lo general tengo suerte. Me escribió más gente para decirme «qué bien» que «qué mal». Pero cuando Pablo me dice que algo no está bien, no se suele equivocar tampoco. Yo me fío de su opinión. Intento no tomármelo demasiado en serio, pero me afecta bastante.

Y tú, Javier ¿cómo lo llevas? A ti quizás te toca más el fandom más salvaje.

JR: Sí, en Estados Unidos hay un fandom muy salvaje que yo desconocía y me pilló muy de sorpresa cuando empecé, porque era muy agresivo en las redes sociales. Había gente que te insultaba y eso. Claro, tengo la ventaja de que cuando empecé a trabajar en el mainstream yo ya era muy mayor, me pilló de vueltas. Y en general la gente es muy agradecida, muy maja. Y me encanta. Una de las cosas por las que hago tebeos es para que haya feedback con los lectores. Lo que me motiva es que haya una respuesta.

¿Leéis crítica de cómics? ¿Creéis que se hace buena crítica? Además de las reseñas, ¿deberían divulgar sobre otros temas como la situación de los autores, la precariedad…?

JR: La crítica es imprescindible. Los otros temas no sé si es trabajo de la crítica tratarlos. Es otro tipo de trabajo o estudio. Tú ves Las Meninas y no piensas en esos temas. Es interesante, y forma parte de la historia, pero cuando estás viendo un cuadro no estás pensando si el artista pasaba hambre.

RV: Eso es más trabajo del historiador.

JR: O del estudio. Lo que comenta antes de la precariedad está bien tratarlo, pero no quiero que mis tebeos vendan más o menos porque yo sea más o menos precario. Esa es mi vida.

RV: Claro, tampoco quiero que piensen que estoy comiendo solo arroz.

JR: Claro, la obra va caminando solita, va haciendo sus cositas. Me gusta eso. De hecho, creo que tenemos todos una sobreexposición brutal que dará cosas nuevas e interesantes, pero tampoco hace falta tanta exposición. Lo importante es que el tebeo se mueva. Entonces a mí la crítica me ayuda porque tengo muy poco tiempo para leer tebeos. Y sí quiero seleccionar. Muchos se quejan de que la crítica solo escribe «de qué va» el tebeo. ¡A mí ya me sirve! (risas). Últimamente las opiniones me dan un poco igual, me gusta más encontrarme con algo que me motive a leer la obra.

¿Notas una tendencia a que el fandom en este país es más mestizo, como que pesca de Historia de Universo Marvel, pero también de un cómic de Roberta u otros, que el fandom tiende más a ir al Graf…?

JR: En 1995 lo último que se me ocurría decir era que me molaban Dire Straits porque me corrían a gorrazos. Estaba en un ambiente en el que se escuchaba Sonic Youth, My bloody Valentine. Ahora a la gente le da igual. Un chaval puede comentar que vio lo de la Superbowl y estar en el Graf en un puesto de fanzines. La polarización está en la política. Pero en el mundo de la creación no veo a la gente polarizada como lo era generacionalmente cuando yo era chaval. O estabas en la Rockdelux o estabas en el Ruta 66 o… Eran peleas de patio de colegio.

RV: Os estoy escuchando y estaba pensando en qué relax que ya se la sude eso a todo el mundo, y a mí también. Yo soy fan de Operación Triunfo. Y me la suda todo. Y eso no significa que mi músico favorito no pueda ser Billy Childish. Es que cuando empecé a escuchar música así, estaba superorgullosa, pero que nadie se entere de que con doce años me escribí «Bustamante» en la cara. Ahora ya me da igual, me parece bien contarlo.

JR: Claro. ¿Qué más da? Ese debate que había antes tan metido en la cultura pop, de la que formaba parte los tebeos, ahora se ha ido hacia la política. Es una cosa muy llamativa que en los noventa a la gente le daba igual. El rollo de la generación X era un nihilismo total. Te daba igual la política y todos podíamos discutir acaloradamente de nada, pero lo polarizado estaba en tu consumo, en tus gustos. Ahora es totalmente al revés. El discurso político es casi religioso. Rollo «eso no se puede tocar». Y, en cambio, en cultura popular hablas de un desinhibido que para alguien que creció en los noventa es inconcebible.

RV: Yo con el tema político también era supernihilista, hasta que empecé a currar en una tienda y ahí sí que me cambió todo y me puse al día con la política. Claro, es muy fácil que te resbale todo cuando no tienes que pelear por un sueldo que te llegue para tus necesidades básicas. Creo que también es un aspecto muy de juventud el desinterés por la política. Pero como ahora estamos todos jodidos, todo el rato, la gente también se implica más, creo.

¿Cómo veis toda la cuestión de los premios al cómic y becas en España? ¿Os habéis presentado a alguna beca o concurso?

RV: No, yo paso de todo. Es como que las veces que he intentado presentarme a un concurso de cómic o algo así ha sido una pérdida de tiempo. Me he estresado muchísimo intentando hacer algo que se adapte a lo que creo que esperan de mí. Entonces no acaba siendo algo mío. Acaba saliendo mal. Tampoco me gusta rellenar papeles. En fin, tiro por otro lado. Prefiero invertir tiempo en hacer un fanzine mío, imprimirlo, venderlo y sacar pasta de ahí, antes que presentarme a una beca. De premios no sé, creo que no estoy en un rollo como para que me den ningún premio. Pero si me lo dan, lo cojo encantada (risas). No sé, es que no me he visto en la situación tampoco.

JR: Creo que no es tanto eso, sino que tendría que haber un modelo público de profesionales que seleccionen a quién darlo. No tener tú que estar buscando. No sé, igual es un poco soviético del tipo de montar un comité de gente que considera que tu obra merece ser apoyada y no vas a estar pasando hambre. Y se entrega una pasta. Y que no vaya nadie a mendigar.

Me interesa mucho esto de hacer como una sindicación de autores y que colegiadamente den ayudas para la creación.

JR: Claro, que consideren proyectos y que sean rotativos. Creo que para las empresas, la industria del automóvil, funciona así. Dan ayudas para evitar que la Renault se vaya a otro país. Pues para la creación, igual. Que nadie tenga que andar yendo a pedir limosna.

RV: Es que eso es un proceso agotador. Que luego igual no sacas ningún provecho de eso, y has perdido un montón de tiempo y energía.

JR: Y te coloca en una situación inferior, como pidiendo a un poder superior. Cuando, en teoría, si es un sistema público…

En Francia existen las ayudas a la creación.

JR: Y a editores. A los editores se les pone dinero a disposición para que puedan editar a autores.

De hecho, lo cuantificaba José Serrano, de La Guía del Cómic. Con una ayuda que se da a una producción audiovisual, de un millón de euros, ¿cuántas ayudas de quince mil euros te pueden salir? Para distintos dibujantes, autores y autoras. Para que puedan vivir y crear tranquilamente. Pues es esto: en vez de premios, que a lo mejor lo único que hacen es adelantarte derechos, lo que puedas cobrar por ventas.

JR: Ya, sí. Mucha gente a lo mejor no lo sabe, pero lo que cobramos son adelantos de ventas. El mundo editorial en general. Ojo, que no tengo nada en contra de los premios. Hablo de mi situación, de mi experiencia. Que de repente te señalen. También es cierto que para mucha gente ese es el canal de publicidad, la forma de llegar a las obras. Leer los cómics premiados.

Los dos venís de fuera a vivir a Barcelona como ciudad que recoge el mundo del cómic, y me gustaría saber cuál es vuestra experiencia. ¿Es realmente Barcelona aglutinadora de este sector? ¿Qué habéis encontrado aquí que no haya en otro sitio?

RV: Creo que sí aglutina, pero por el tema de ser una ciudad grande. Igual en Madrid también hay mucha gente que se dedica al cómic. Yo tenía una imagen de Barcelona vinculada al cómic por el Salón, ¡y no he ido nunca! Es un poco absurdo, pero me mudé por eso. Y la verdad es que a nivel de autoedición hay un montón de eventos. Además estás cerca de Valencia, que también hay cosas. Para mí, tiene sentido. Y que mis amigos de aquí sean al mismo tiempo autores que admiro, es un lujo total. Igual toda esa gente se ha mudado aquí con esa idea en mente, y compartes eso con ellos.

JR: Yo me mudé en 2001 y en ese momento Barcelona era la capital del cómic, sin duda. Porque era donde estaban las editoriales más grandes, la tradición más antigua e históricamente todo lo que era cómic, quitando cuatro cosas que estaban en Madrid y en Valencia. Alguno podrá discrepar, pero para mí el epicentro sí que era Barcelona. Pero en 2008 la crisis se lo carga todo. Personalmente veo la demolición. Y una cosa que me llamó la atención es que la respuesta de la gente, igual por supervivencia, fue fingir que eso no pasó. Y lo que veo es que hay un mundo que se creó, un mundo después de 2008, de precariedad absoluta, y la gente finge que no es verdad. Antes había otras tarifas, otros precios, otro modelo…

Pero eso afectó a nivel general, no solo al mundo del cómic.

JR: Sí, sí. 2008, 2009… Cae una bomba nuclear y aquí de la noche a la mañana desaparece un establishment. Antes tú ibas a un sitio donde te daban tanto por una ilustración y esa gente desaparece, pero el resto del mundo se comporta como si no hubieran desaparecido. En ese momento entran las redes, que sirven para mantener el ego y te reconfortan la parte de recepción. Cuando vine aquí publicaba en muchos sitios, colaboraba con mil cosas.

RV: A mí me han hablado de esa época, pero por entonces ya estaba empezando a estudiar y me comí este mojón, nada más. Es como ahora cuando dicen que va a volver una crisis, y digo «ah, ¿pero se terminó la otra?». Yo estoy cobrando mierdas todo el día.

JR: Creo que lo que se acabó fue la disposición de crédito. Dinero nunca hubo, lo que había era crédito. La gente podía pedir dinero prestado para editar. A partir de 2008 no. Eso es lo que vi. Y la gente se comporta como si eso no hubiese pasado.

RV: No sé. A mí, por lo que me cuentan, llevas un conjunto de un montón de ilustraciones y te pagan quinientos euros y piensas que has tenido la potra del siglo, y antes quizás te pagaban eso mismo por una ilustración. Yo, los curros más grandes que tenía antes quizás eran de más de mil quinientos euros. Y eso es lo más que puedo cobrar ahora… ¡haciendo un libro! Es una locura. Estoy mal de la cabeza dedicándome a esto, en realidad.

Y algunos pueden pensar que vivís de likes.

RV: Parece que la gente dé por hecho que cuantos más likes tienes, más dinero tienes. Hice una charla con Rocío Quillahuaman sobre precariedad y vamos a hacer otra sobre eso pronto. Nos han llamado del Animac en Lleida.

¿Y cómo se acostumbra uno a vivir con recursos limitados?

RV: Buf, no sé. Es que por un lado creo que puedo vivir muy bien con muy poco. La gente no sé cómo se administra la pasta. Con mi peor sueldo de dependienta vivía «a todo tren». Entonces ahora es como que hay meses que me va mejor y puedo llevar una vida normal, y otros en los que no salgo en todo el mes y miro el precio de todo. No sé. Digo que vivo en precario y también pienso «¿de qué me quejo? Tengo un techo y un Mac». En fin. No me compro caprichos, me lo gasto todo en el material. Es como que tengo otras prioridades ahora y me voy manejando con la pasta que tenga ese mes. O no.

Me sorprende que no haya una revolución, que no salga la gente a la calle.

RV: Personalmente, me parece que ser conformista es también una manera de supervivencia. A mí me dicen que pida más por mis trabajos. Si me dicen «solo tengo esto, te puedo pagar esta cantidad», yo les digo que si me pudieran pagar un poco más, mejor. Pero tampoco me puedo permitir no coger ese trabajo. Me estoy dejando la piel dos días en una página para que me paguen cincuenta euros, menos el quince por ciento, y me quedan cuarenta y dos con cinco pu-tos-eu-ros… Pero si es un encargo fijo que tengo, lo hago. ¿Qué voy a hacer?

JR: Yo no pude vivir de los cómics hasta que empecé a colorear tebeos de superhéroes. Antes malvivía de ello. Estos trabajos creativos son así. Y en el mundo de la música y en la literatura, igual. Entiendo que una sociedad avanzada es aquella que se puede permitir invertir en eso, igual que invierte en sanidad o en otras cosas. ¿Por qué no invertir en cultura? Está demostrado que somos mejores como especie cuando tenemos acceso al arte.

RV: Hombre, es entretenimiento, que creo que es la parte buena de la vida de todo el mundo. Poder desconectar del curro y disfrutar de una peli, una serie, un libro, un cómic, un disco. Vale, obviamente no es igual de esencial que comer, pero lo necesitas para estar bien de la cabeza. Entonces ¿por qué está tan abajo si es lo que la gente consume todos los días?

JR: En mi opinión, el lenguaje del cómic tiene un futuro muy potente porque la educación cada vez se está centrando más en lo visual. En el cole de mi hija dieron una charla que me gustó sobre matemáticas que se basa en calcular visualmente. En referencia al cómic, nosotros tenemos un educación visual mucho más sofisticada. Tenemos el background de un siglo veinte riquísimo en lo que es cultura pop que ya lo estamos metiendo en las obras. Ya vemos una cantidad de información detrás. Por eso cuando coges cómic de los años cuarenta con tanto texto, la gente se queja de que duraban mucho. No, no duraban mucho. Es que tenían que explicarlo para gente con una cultura visual más corta. Tenían que explicar más lo que estaba pasando. Porque es que la gente no tenía la cultura tan potente como la de ahora. Y en esto, los cómics para mí son la vanguardia. Están muy «donde tienen que estar» para todo. Para explicar la epidemia del coronavirus en China, pues igual el cómic es un medio de puta madre para explicar a la gente cómo tiene que asearse, como se hizo en África en mogollón de ocasiones. Ahora mismo lo que tenemos a nivel de cultura visual para crear historias a mí me parece una maravilla. Y lo más guay de todo es que precisamente es barato. Es algo que no es caro de producir.

Vamos a encarrilar el final de la entrevista. Hacednos un resumen breve de vuestro 2019.

(Risas al unísono).

RV: Te lo resumiría como uno de los peores años de mi vida pero que está dando paso a uno que espero que sea de los mejores. Y me quedo tan ancha. De momento, todo el esfuerzo y lo mal que lo pasé para hacer ¡Socorro! veo que está dando sus frutos. Así que guay.

JR: Pues en mi caso, en 2019 hice Historia del Universo Marvel, que es un trabajo que fue muy ambicioso, que estaba programado para ocho meses y me llevó un año. Y… fue un buen año. Aprendí muchísimo. Me quité prejuicios. Leí muchos tebeos a los que no me habría acercado como lector casual, y al tener que leerlos descubrí cosas interesantes. Descubrí también inquietudes de la generación que iba por debajo de la mía. Y de cosas que desconocía totalmente y de las que aprendí mucho. Y poco más. Un año bueno. Me dio un poco de pena que el trabajo me quitara vida familiar, eso sí.

¿Qué obras habéis leído en 2019 que os han gustado? ¿Qué autores y autoras destacaríais?

RV: Mis cómics de 2019 serían La sangre extraña de Sergi Puyol, El mal camino de Simon Hanselmann y Los sentimientos del príncipe Carlos de Liv Strömquist. También fanzines como Stoned Selected Club de Jorge Parras y Camille Vannier versus el mundo: volumen uno. Guisantes hijos de puta de Camille Vannier.

JR: Yo, para hacer Historia del Universo Marvel, me leí ochenta años de tebeos de todos los pelajes. Ya te digo, aprendí mucho. Me obligué a leer de todo sobre superhéroes de Marvel completamente. Al margen de Marvel, lo que más me gustó es lo de Olivier Schrauwen. Me parece de lo más potente, pero con diferencia, de lo que se está haciendo ahora. Está como en otra liga. Luego os recomendaría cosas de amigos. Todo lo que están haciendo ahora, están en su mejor momento. Monteys lo que está haciendo ahora es lo mejor. Lo de ¡Universo! me parece impresionante. Se pondrá en valor cuando pase el tiempo. Tiene cosas ahí que te vuelan la cabeza. Ciencia-ficción de la buena. Marcos Martín, igual. En lo creativo, creo que es un momento cojonudo.

Para terminar: ¿cómo veis 2020?

RV: Guay. Es la primera vez en mucho tiempo que tengo trabajo por hacer y estoy tranquila. Entonces, estoy feliz. Creo que era necesario que hiciera ¡Socorro! para que la gente me tomase un poco en serio.

Entonces ¿hacer un cómic funciona bien para visibilizar al autor y abrir otras puertas?

RV: Sí, yo eso lo notaba. Algún crítico me lo decía. «Haz un cómic». Y es que siento que ya he hecho cientos y cientos de páginas. Vale, hay gente que ha hecho miles. Es como que he hecho muchísimos fanzines y tenía que hacerlo así. También llegas a más gente. Me preguntan si tengo algo más hecho. Van a alguna librería a preguntar, y si tienen mis fanzines los compran.

¿Y tú, Javier? No sé si puedes contar si estás en algún proyecto estando en Marvel.

JR: Sí, sí. Estoy en un proyecto guay, con un guionista guay de los que están allí. Bien. Va a ser muy psicodélico, de metalenguaje. Va a ser un cómic curioso.

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