Sobre el cómic portugués

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Resulta extraño lo separado que el cómic español vive del portugués. En ocasiones lo más cercano nos es lo más desconocido.

Y resulta especialmente curioso que dos realidades con una evolución histórica paralela hayan vivido, vivan de hecho, de espaldas una a la otra. Son pocos los cómics portugueses publicados en nuestro país, cuyas estanterías están conquistadas por títulos norteamericanos, japoneses y franco-belgas, y, si ya deja poco espacio para las obras de autores españoles, para cómics de mercados del extrarradio comercial las baldas son exiguas.

Ha habido dos títulos que han atraído cierta atención en las últimas décadas. En 2002 destacó La peor banda del mundo, del portugués José Carlos Fernandes, publicado por la editorial de origen brasileño Devir en lo que fue un intento de asalto al mercado peninsular que duró desde 2002 hasta 2006 (a partir de esa fecha se centró en juegos de mesa y aledaños). La peor banda del mundo fue reeditada por Astiberri 11 años después.

Ya en 2021 Norma publicó en español La balada de Sophie (que en 2023 llegó a su tercera edición), del guionista portugués Filipe Melo y el dibujante argentino Juan Cavia. Caso curioso porque en Portugal la publicó la editorial Companhia das Letras, pero la edición española traduce la edición norteamericana a cargo de IDW Publishing. Algo muy parecido a lo que sucede con muchos autores españoles que ven cómo sus obras llegan a España tras pasar por el mercado norteamericano o francés.

Ambos cómics han conseguido que al menos por un breve periodo de tiempo los ojos del sector editorial español y de numerosos lectores de nuestro país hayan posado en el cómic del país vecino. Si en el caso de La peor banda del mundo fue una atención efímera, con La balada de Sophie está aún por ver si el interés despertado es más permanente.

Pero centrémonos un poco al menos en la Historia del Cómic portugués, donde también veremos similitudes con la de nuestra historieta. A este respecto en los ochenta y dentro de la colección teórica Historia de los Cómics editada por Toutain se dedicó el número 44 a los tebeos en lengua portuguesa, compartiendo cuadernillo la historieta portuguesa y brasileña. Este número fue el primer acercamiento teórico destacable al cómic portugués desde España.

En este breve repaso a la historieta portuguesa la primera parada obligada es Raphael Bordalo Pinheiro, que vivió desde 1846 a 1905 y que es considerado el padre del cómic portugués. Sin embargo, en las múltiples reseñas, incluso en el museo dedicado a su figura afincado en Lisboa, se le destaca como ceramista, ilustrador o caricaturista, pero no como historietista. Esa visión del cómic como el último de la fila de las artes es uno de los puntos en común entre las historietas portuguesas y españolas. Bordalo creó el primer gran personaje salido de las viñetas portuguesas, Zé Povinho, un arquetipo del portugués humilde de mediados del XIX y que aún hoy permanece en la memoria colectiva del país luso. Zé Povinho vio la luz en 1875 en la revista A Lanterna Magica. Con Bordalo Pinheiro, Portugal incorporó el cómic dentro de su producción artística y cultural.

Ya en el siglo XX Portugal vivió la que fue la dictadura más larga de Europa Occidental, el llamado Estado Novo. Desde 1926 a 1974 sufrió un régimen militar de estilo tradicionalista y católico con no pocas similitudes con el que Franco acabó imponiendo en España a partir de 1939.

En este periodo destacó la revista O Mosquito, que se publicó entre 1936 y 1953, centrada en el público infantil y con un discurso muy suave, de entretenimiento blando. Por el otro lado se podían encontrar ediciones de material norteamericano a cargo de la editorial Mundo de Aventuras, que estuvo publicando desde 1949 a 1965. Entre 1947 y 1951 en su primera época y entre 1957 y 1965 en su segunda época, aunque con un tono más infantilizado, estuvo publicándose la revista Camarada, que cercana al estilo franco-belga fue lo más cercano que se estuvo en el país vecino de crear un estilo propio de cómic. Curiosamente, esta revista estuvo editada por el propio gobierno portugués a través de la Mocidade Portuguesa, algo parecido a las juventudes de la Falange.

Como no podía ser de otra manera en una dictadura, la censura no tardó en llegar. Preocupado por el supuesto bienestar moral de los infantes y atento al daño que las viñetas podían provocar en esas mentes en formación, el Estado Novo puso su atención en primer lugar, cual Fraga censurando a Superman, en los cómics importados, especialmente en las obras norteamericanas, brasileñas y francesas. Se puso en marcha una especie de campaña para deslegitimar estos cómics, buscando destacar la baja moral de estas viñetas. Y al mismo tiempo que se atacaba a estas obras se apoyaban las publicaciones cercanas al ideario tradicionalista católico del régimen, especialmente a las ediciones de Mocidade Portuguesa, como la revista ya citada Camarada.

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Tal como sucedería en España algunos años más tarde, con el fin de la dictadura llegó una explosión de libertad al país que invadió también al cómic. Esta ruptura formal tuvo su mejor plasmación en la revista Visão, que entre abril de 1975 y abril del siguiente año dio a luz 12 números en los que el cómic portugués contemporáneo tuvo un protagonismo casi absoluto, de hecho el subtítulo de la revista era «Hacia un nuevo cómic portugués». Autores como Victor Mesquita, Pedro Massano, Isabel Lobinho, Carlos Barradas, Zé Paulo o Manuel Pedro asumieron el protagonismo de la revista y abrieron el cómic portugués a los nuevos vientos creativos que soplaban en el sector en Europa, principalmente desde Francia.

Los ochenta y buena parte de los años noventa estuvieron marcados por la preeminencia casi absoluta de dos grandes sellos editoriales, Líber y Asa. La primera editorial publicaba exclusivamente obra europea, grandes clásicos por un lado como Astérix o Lucky Luke y grandes nombres del cómic europeo de aquellos años como Jean Giraud, Enki Bilal o Hugo Pratt. Asa en cambio sí que publicaba a autores portugueses pero con una preeminencia temática de lo histórico y con poco espacio para autores jóvenes, con el cómic francobelga también con gran protagonismo en su catálogo, con Tintín de estrella. Hoy en día ambas editoriales siguen teniendo un gran protagonismo en el mercado del cómic portugués. El álbum francobelga fue el gran formato de esta época. En estos años los fanzines fueron el refugio de los jóvenes autores portugueses, que de forma muy parecida a lo que se estaba viviendo en España, con la preeminencia de material extranjero copando las estanterías, tenían grandes dificultades para encontrar hueco editorial. Aun así, a finales de los años noventa surgen nombres como Pedro Nora, André Carrilho, Nuno Saraiva, Ana Cortesão, António Jorge Gonçalves, David Soares, João Fazenda, José Carlos Fernandes, Filipe Abranches, Pedro Brito, Isabel Carvalho, Janus, Luis Lázaro o Miguel Rocha, entre otros.

Frente a esta cuasi dictadura de lo extranjero, el Salón del cómic de Porto y la Bedeteca de Lisboa actuaron como revulsivo del cómic portugués, tanto por dar a los autores y autoras lusos el protagonismo que el mercado les negaba como por ofrecer nuevas formas de entender el cómic, al traer autores de otras sensibilidades, editoriales y creativas, como Adrian Tomine, Seth, Joe Sacco, Roberta Gregorio o Julie Doucet, con los ejemplos de editoriales como Fantagraphics o L’Association. Esto ayudó a los autores portugueses a abrirse a nuevos formatos y a nuevos temas.

Este camino eclosionó a principios del nuevo siglo y gracias a nuevas editoriales como Chili Com Carne, Polvo, Balei Azul, Associação, Imán, Witloof o Nova Comix, los autores portugueses consiguen hacerse un pequeño hueco en el mercado luso y generar una eclosión del cómic portugués, que como señalaba al principio de este artículo, llegó a España con la obra La peor banda del mundo de José Carlos Fernandes. Aun así, el peso del material extranjero seguía, y sigue, siendo abrumador.

Esta eclosión de editoriales y autores creó una cierta sensación de euforia dentro del sector, parecía que los autores portugueses iban a conquistar tanto una parte significativa del mercado nacional como hacerse un hueco en otros mercados como el franco-belga o el español. La realidad es que pese a los intentos en ambos sentidos, el desarrollo nacional e internacional de los autores portugueses no llegó a cuajar del todo y no se cumplieron las expectativas. Aun así, sí que se consiguió crear un hueco en el mercado nacional para los autores locales, pequeño pero relativamente estable.

En los últimos años el sector del cómic portugués vive una efervescencia creativa, heredera en buena medida de los esfuerzos de la primera década del siglo XXI. Aun así la dependencia del mercado de las obras extranjeras, principalmente franco-belga, sigue siendo una losa para el desarrollo profesional de los autores lusos. Como señala Pedro Moura en un artículo sobre la escena actual portuguesa para el número 65 de la revista Kuti, la gran mayoría de autores portugueses actuales tiene que compaginar su labor historietística con otros trabajos como el diseño, la ilustración o la animación principalmente para poder subsistir. Autoras como Cátia Serräo o Sara Boiça y autores como Pedro Burgos, Rui Moura o Rodolfo Mariano son algunos ejemplos. Fruto de esta efervescencia creativa es la presencia de autores portugueses tanto en el mercado franco-belga como en el estadounidense. Tanto Pedro Burgos como Cátia Serräo tienen obra publicada en Francia, Filipe Andrade es un autor destacado en los Estados Unidos y el guionista Filipe Melo, que ha convertido su obra junto al dibujante argentino Juan Cavia, La balada de Sophie, en un best seller, tanto en Estados Unidos (con varias nominaciones a los Eisner incluidas) como en Francia y también en España.

Se podrían decir muchas cosas más sobre el cómic portugués y citar a muchos más autores interesantes, pero el espacio se acaba, y para cerrar este breve texto quiero volver a resaltar el paralelismo entre el sector portugués y el español. Hemos tenido una trayectoria histórica similar a grandes rasgos y tenemos un presente que también presenta muchas similitudes, principalmente el excesivo protagonismo en el mercado de obras de otros países, el empuje artístico de los autores y autoras de ambos países, con un notable peso a nivel internacional, sobre todo teniendo en cuenta que industrialmente ambos países están atrofiados por el peso de la importación editorial. Sería deseable un acercamiento ibérico en torno al cómic, podemos generar sinergias entre ambos mercados que fortalezcan la producción nacional cada uno y fortalecer la presencia internacional de los creadores peninsulares.

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