Tengo mil palabras para decir algo sobre Watchmen, lo que es ya un verdadero cometido superheroico. Es difícil decir algo (¿nuevo?) sobre uno de los cómics más discutidos y analizados de la historia. Uno de esos tebeos que alguien que se las dé de entendido suele citar a las primeras de cambio. Algo así como Borges, pero en el terreno de las viñetas. Y a mí, lo siento, no me gusta Borges. Me gusta Watchmen, si no, no escribiría sobre él. Pero mi opinión la dejaré para el final, si queda espacio.
Watchmen no surgió de la nada, no fue la iluminación repentina del dúo formado por Alan Moore (guión) y Dave Gibbons (lápices). Una obra con afán totalizador nunca lo hace. Los cómics de superhéroes vivieron su época dorada en los treinta y cuarenta. Después no llegó el silencio pero lo que provocó el Comics Code (el sistema de autocensura de la propia industria) se le pareció bastante. El héroe era poco más que un guardián del sistema capitalista. En los sesenta y setenta, algo comienza a cambiar en los circuitos alternativos y esto tiene su pronta influencia en la industria. El negocio iba mal y había que hacer algo. Ese algo vino de la mano de un grupo de autores diferentes a los maestros considerados hoy clásicos, que buscaban una voz propia en un arte en el que se habían iniciado como lectores. También estaban quienes habían crecido leyendo cómics y querían seguir haciéndolo, pero no bajo las mismas premisas. Alan Moore era una mezcla de ambos y se propuso subvertir el mito. Lo hizo primero en Miracleman (1982-1989, originalmente Marvelman) y acabó de desarrollar este planteamiento en Watchmen (1986-1987), donde mata al padre personificado en un grupo de héroes retirados en una América distópica, gobernada, a mediados de los ochenta, por Richard Nixon y con la locura nuclear como telón de fondo. El héroe vive ahora consumido por sus fantasmas. A excepción de uno de ellos, este es un hombre y, como tal, está lleno de defectos pues es producto de la sociedad que ha contribuido a salvaguardar. Los superhéroes son una pandilla de psicópatas disfuncionales de los cuales Rorschach es, en mi opinión, el más interesante. El único que, equivocado o no, sabe cuál es el papel de los vigilantes. Moore también propuso en su obra un tratado sobre el cómic como medio; así se pueden leer las memorias de Hollis Mason y los Relatos del navío negro, la historieta de piratas (¿quién quiere leer cómics de superhéroes si estos existen de verdad?) que lee uno de los secundarios. Pero, sobre todo, Watchmen es una visión sobre el poder y el Estado.
En aquel 1986 dos títulos acompañaron a Watchmen para cambiar la historia del cómic. Maus de Spiegelman y El regreso del caballero oscuro de Miller. Si bien Maus es completamente diferente, sí pueden establecerse vínculos entre la obra que nos ocupa y la de Miller. Ambas son relecturas del superhéroe y el poder, pero la segunda, como bien apunta Pepo Pérez (Supercómic, 231-278), es justo lo contrario a la humanización de Moore. El Batman de Miller recupera «al superhéroe como arquetipo mítico, vengador, incluso demoníaco; un superhombre romántico que se enfrentaba al viejo orden caduco». En Watchmen los superhéroes son, muy al contrario que en la obra anterior, el orden caduco, la sociedad en crisis en su plena expresión.
Más allá de la apariencia, Watchmen no es un cómic de superhéroes sino un noir. Ocurre que sus personajes van disfrazados. «Un Comediante murió el viernes por la noche en Nueva York», escribe Rorschach en el diario que sirve de hilo narrativo a la historia, el monólogo de un investigador que trata de resolver un crimen, es decir, la fórmula canónica del género. A partir de ahí asistimos a una peregrinación por un mundo en descomposición sin salvación alguna: «…Y todas las putas y los políticos alzarán su vista y gritarán “sálvanos” y yo miraré hacia abajo y diré “no”». De alguna manera estas palabras explicarán la actitud contemplativa del dios azul que se pasea con los huevos al aire pero, paradójicamente, no la de quien las pronuncia. Rorschach es un criminal, un fuera de la ley deudor de la mitología del oeste americano y su leitmotiv es hacer justicia. Él es quien más se acerca al héroe clásico. Las palabras de Rorschach resonarán a lo largo de toda la historia anticipando el sacrificio maquiavélico ideado por Ozimandias: todo tiene que morir para volver a resurgir.
Me doy cuenta de que casi he llegado a las mil palabras y apenas he dicho nada. Declaro mi derrota. Acabaré confesando que el de Moore no es mi cómic preferido. Yo una vez casi muero leyendo Watchmen pues soy uno de los damnificados por la mastodóntica edición de Planeta DeAgostini. Estaba en cama. Este peligro ha sido por fin conjurado. También metafóricamente. Esto tiene que ver con la densidad de un cómic que exige mucho del lector. Alguien me dijo una vez que el tiempo no le había sentado bien. Yo no diría tanto, y menos si acostumbramos a seguir la actualidad. Pero jugándome la herejía y una vez repensado, me cuesta trabajo volver a él por placer. Por cierto, a mí sí me gustó la película de Zack Snyder. Es más, creo que es muy buena. Antes de que empiecen a pegarme tengan una cosa en cuenta. Yo me tengo por una persona normalita, muy lejos de la genialidad de Alan Moore.