Tras las dos primeras historias de Torpedo en 1981, el dibujante Álex Toth dijo «hasta aquí hemos llegado». No compartía el peculiar sentido del humor del guionista Enrique Sánchez Abulí. Qué son unas palizas a mujeres por aquí, una propuesta a un pederasta para que viole a un niño por acá, jugar al rugby con un bebé como balón, que un par de hampones degusten la leche materna directamente de donde mana, cuarto y mitad de estupro con una prostituta menor de edad o algunos asesinatos arbitrarios. Era demasiado sensible y tierno. Abulí necesitaba a un tipo duro para un cómic de duros. Llegó Jordi Bernet y juntos dieron la personalidad que caracteriza a las andanzas del asesino a sueldo Luca Torelli en la América de la Gran Depresión, consiguiendo un éxito inusitado para el cómic español gracias a sus ventas y prestigio en numerosos países.
Con una apariencia de serie negra que reúne desde el primer momento todos los tópicos sin ningún tipo de disimulo —implacables mafiosos, sicarios, burdeles, mujeres fatales, venganzas, ambientes hampones, policías corruptos, violencia, erotismo—, Torpedo, 1936 utiliza en cierto modo los lugares comunes de este género, y exageramos un poco, como un gran mcguffin que encauce lo que realmente interesa. Si el halcón maltés, en la paradigmática película de gánsteres, servía de excusa que empujaba a la acción y la evolución de los personajes, toda la atmósfera de Torpedo, 1936 y su situación en determinada época de la historia sirve de particular halcón maltés que envuelve las tramas y permite que los personajes se comporten como se comportan. Ya tenemos el pretexto, hasta el punto de que todos sus episodios empiezan de forma semejante, a modo de fórmula repetitiva, y las relaciones entre los personajes, su propio origen, sus motivaciones se suelen omitir o simplificar, porque no importan.
Lo que realmente cuenta es el humor, la transgresión, orientados fundamentalmente al sexo y la violencia entre todos y hacia todos. Curiosamente, este cómic ha pasado por ser un modelo del género negro cuando, si se piensa bien, con unos retoques, se podría trasladar a otro «universo». Hay que verlo como el gran mérito de Bernet, cuyos dibujos llenos de dinamismo y expresividad consiguen sumergir al lector en ese mundo. Ya tenemos la coartada para el «crimen».
El «crimen» lo comete Sánchez Abulí con sus chistes directos de humor negro brutal, junto a algunos juegos de palabras muy característicos, solamente comprensibles en español (desconozco cómo han solucionado esto los traductores). Entre negros anda el juego: la serie negra resulta ser el mcguffin del humor negro.
Pero entre estos negros hay cierta desigualdad. Se produce un desequilibrio entre forma y fondo. El dibujo de Bernet es extraordinario en todos los sentidos, tanto para describir la acción, como la comedia o el sexo. En comparación, el guion de Sánchez Abulí, suele ser más bien previsible, reiterativo y con un ingenio enfocado sobre todo a un público juvenil, incluso a veces roza momentos infantiloides. En ocasiones el lector puede tener la sensación de que semejante dibujo no casa bien con estos guiones y que tales trazos merecían de mayor complejidad y adultez sin dejar de lado el tono propuesto. La excelencia del dibujo no cuenta con unas historias a su altura. Curiosamente parece una constante para Bernet, pues le sucede lo mismo en su conocida serie para la revista El Jueves, Clara de Noche, en este caso con los guionistas Carlos Trillo y Eduardo Maicas. De esta manera, Torpedo, 1936 queda como una buena introducción al cómic erótico y de serie negra para alguien que empieza a leer estos temas en su adolescencia. Pero difícilmente resiste una lectura adulta mínimamente exigente, aunque sí la demande su dibujo.
En 1999, el cantante Loquillo publicaba un disco con una canción dedicada a Torpedo (en CD, en la era preinternet todavía sucedían estas cosas). En el interior del libreto mencionaba a Jordi Bernet como único creador del personaje, cuando en realidad lo inventó Sánchez Abulí que, contrariado, denunció a Loquillo, al letrista de la canción, Óscar Aibar, y al propio Bernet. Tanto Bernet como Aibar habían hecho esto desinteresadamente e incluso mandaron la letra al guionista, que dio el visto bueno aunque con ciertas reticencias. Tras la publicación del álbum y al verse apeado de la autoría se produce la demanda y el fin de la colaboración, y por tanto de Torpedo. Paradójicamente, el trabajo de Bernet es tan característico y competente que se puede decir que se apropia del personaje y lo hace suyo por encima del guionista que lo ideó. Parece que todo fue un error de imprenta, pero el error de imprenta… tenía sus motivos, nunca personales, por supuesto. Como un sicario implacable mató al padre natural para hacer peculiar justicia con el padre adoptivo. Ese error de imprenta bien pudiera ser el último personaje de Torpedo, 1936 ya fuera de sus páginas. El extraño asesino sin sueldo que acaba con todo un exitoso cómic y con su creador original.