En ocasiones, quizás exageremos cuando atribuimos a un único autor o autora el peso necesario para revolucionar ciertos aspectos del mundo del cómic. Usamos términos como «precursor», «referente» y muchos otros con cierta ligereza, no lo negaré, pero lo que es evidente es que cualquier valoración sobre la importancia capital de Leiji Matsumoto (Kurume, 1938) a la hora de abrir nuevos caminos en el mundo del manga debe acudir a esas palabras de forma indiscutible. Porque Matsumoto ha aportado más al cómic japonés —e incluso al internacional— con un modesto puñado de sus títulos de los setenta de lo que cualquier autor podría soñar con toda una carrera. El cómic de ciencia ficción japonés nunca hubiera sido el mismo sin él. Ni siquiera el anime lo sería sin las propias adaptaciones de sus obras a la pequeña pantalla.
Leiji Matsumoto inició su trayectoria como au- tor completo ya en los cincuenta, zigzageando entre géneros hasta que, en los setenta, se sintió lo bastante preparado para aventurarse a crear algo realmente personal (desde el wéstern Gun Frontier hasta la serie bélica The Cockpit, ambas adaptadas también al anime). Apostaría fuerte por la ciencia ficción sin apenas darse cuenta de que su aportación al género lo revolucionaría para siempre. Durante la segunda mitad de los setenta desarrolló un universo propio a través de diversos títulos, todos imprescindibles, que sentaron unas sólidas bases que muchos otros artistas utilizarían para darle sentido a sus creaciones. Todo se inició con Space Battleship Yamato (1974), para continuar con Galaxy Express 999 (1977-1981), Capitán Harlock (1977-1979) y, obviamente, Queen Emeraldas (1978-1979).
La ciencia ficción de Matsumoto poco tenía que ver con la que se había escrito y desarrollado durante los cincuenta o los sesenta. Su universo se impregnaba de los grandes autores contemporáneos, escritores que dotaban de una profundidad filosófica y existencialista a sus obras. A partir de ahí supo tomar su propio camino, ese camino por el que hoy en día todavía le reverenciamos. Y Queen Emeraldas no solamente no es una excepción, sino que es uno de los títulos más válidos para dar fe de ello.
Publicado por la editorial Satori en dos cuidados y fantásticos volúmenes —que incluyen como extras una entrevista con el autor y varias historias inéditas autoconclusivas—, Queen Emeraldas es un cómic que debe leerse con calma, dejándose llevar por el ritmo pausado que nos marca Matsumoto incluso en los momentos de acción. El mangaka se distanciaba del frenético ritmo cinematográfico habitualmente utilizado por clásicos como Osamu Tezuka y Shōtarō Is-hinomori, quienes nos llevaban a toda velocidad de viñeta en viñeta, con la acción en el centro del huracán. Matsumoto es en ese sentido mucho más contemplativo. Hipnotiza nuestra mirada, la atrapa. Quiere que naveguemos por el espacio sin prisa, que fluyamos como esas naves espaciales que dibuja y que parecen transitar con majestuosa lentitud en un estado de ingravidez constante por la inmensidad de sus páginas teñidas de negros infinitos. Matsumoto tomó buena nota de Stanley Kubrick y de Douglas Trumbull, no cabe duda. El espacio era esto.
Queen Emeraldas es una space opera, evidente- mente, pero no debemos olvidar que también toma muchos elementos de las historias de piratas y de los wésterns crepusculares, algo que se subraya sobre todo por la aparición de algunos secundarios y de los lugares en los que Emeraldas se encuentra con ellos. Porque en manos de Matsumoto, el espacio es una suerte de mar infinito por el que los navíos piratas navegan no tanto para saquear o para enfrentarse a enemigos desalmados procedentes de galaxias lejanas, sino que lo hacen para que sus tripulantes den con el sentido de sus vidas, para que consigan huir de un mundo que no les acepta o en el que no encajan. Ahí están la propia Emeraldas, el archiconocido Capitán Harlock o ese humano llamado Hiroshi Umino, al que Emeraldas sigue de cerca a lo largo de todo el cómic como si de su ángel de la guarda se tratase. Todos ellos buscan la libertad y al mismo tiempo cargan con pesadas losas a sus espaldas que nunca acabamos de identificar del todo. En ese sentido, Emeraldas guarda rasgos de personalidad similares a los de Harlock, pero tiene muchas otras cosas que ofrecernos. Solitaria, enigmática, fuerte y con un sentido de la moral a prueba de bombas, Emeraldas es la personificación del empoderamiento de las mujeres. Tras sus inicios en el mundo del shōjo, Matsumoto había madurado lo suficiente su idea de lo que debía ser una heroína para crear un personaje de una solidez indescriptible, estilizado y magnético al mismo tiempo. Un personaje con sus luces y sus sombras, un ser casi mitológico.