P. Mi adolescencia trans

Salir del Purgatorio

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You love bands when they’re playing hard; You want more and you want it fast. They put you down, they say I’m wrong; You tacky thing, you put them on.

 

David Bowie, «Rebel Rebel», Diamond Dogs, 1974

«¿Por qué de La Divina Comedia solo estudiamos el Infierno?». Esta pregunta, aparentemente inocente, se formula en la clase de Literatura en el primer acto de P. Mi adolescencia trans (traducción de Valentina Longo) y resume una de las claves de la obra y del didáctico y esclarecedor prólogo de Alana Portero: ¿por qué la práctica totalidad de las narrativas trans representadas por autores y autoras cisgénero optan por el enfoque sensacionalista del dolor, el sufrimiento, la violencia o la discriminación? No es que Fumettibrutti opte por la celebración, la fantasía o la dulcificación de su proceso de transición durante la adolescencia, sino que habla desde una honestidad cruda y sin remordimientos. Solo estudiamos el Infierno, pero antes de llegar a un hipotético Paraíso es necesario atravesar el Purgatorio.

P. es una persona adolescente en pleno proceso de autocuestionamiento de su identidad, no siendo siempre consciente de ello, y con una sexualidad borboteante de la cual se vale para encontrar respuestas a dicho cuestionamiento. Hasta aquí podríamos estar describiendo un sinnúmero de adolescencias, pero en el caso de P. debe añadirse a la mezcla su identidad de género: desde su asignación automática en el nacimiento hasta el momento crucial de esta obra, todos se han referido a P. como hombre (incluso ella misma, agarrándose a las trazas de identidad conocida en lugar de perderse en lo aún etéreo de la desconocida), pero cada día explora nuevas fronteras, en su apariencia y en su actitud, dentro de lo que la sociedad codifica como típica y tópicamente femenino. Este torrente de nuevas emociones y exploración llevará a P. de expresarse a través del arte, dibujando posibilidades o deseos, a hacerlo a través del exceso (alcohol, sexo y drogas), siempre en busca de una validación que dé significado al enigmático significante que es su cuerpo presente: si ahora no soy feliz siendo lo que veo y siento, seré lo que los demás ven en mí. Otra máxima frecuente en cualquier adolescencia, que en este caso adquiere una capa más de complejidad.

Hablando de la propia forma en que Fumettibrutti construye su narrativa, la deconstrucción de la identidad se puede apreciar en la propia representación de los personajes. Rostros definidos por rasgos mínimos, personajes cuyo género solo puede ser descodificado a través de prejuicios binarios que ponemos en marcha al clasificar ropa y peinados, y que precisamente juega en favor de la vivencia de P., su passing (un aspecto físico lo suficientemente ambiguo como para ser fácilmente aceptada como mujer cis sin serlo) y su progresiva objetificación sexual. Pero la deconstrucción y el punto de inflexión vital de la protagonista también es presentado por la autora a través del escenario: el instituto al que asiste se cae a pedazos, está prácticamente en ruinas y alumnado y profesorado se trasladarán a un nuevo edificio en el siguiente semestre. Tampoco parece casual que el primer espacio que se autodestruya sea el gimnasio: adiós a la educación física tal y como la conocían, como un eco de la ya evidente disforia de P.

Por otra parte, la narración visual facilita el acercamiento, la empatía y la absorción de la persona que lee, a través de una distribución en viñetas grandes (no más de cuatro y con poderosas viñetas a página completa) que se centran constantemente en los cuerpos y los rostros. La paleta de color bitonal se impregna totalmente del color amarillo de la portada, salvo en pasajes puntuales en flashback, donde Fumettibrutti opta por el morado para presentarnos momentos traumáticos (en diferente grado) del pasado. A este respecto nos da la clave una de las parejas sexuales de P. al observar sus dibujos: «¿Sueles usar mucho el morado? A lo mejor estás un poco deprimido». No obstante, esto implica que la «etapa amarilla» a la que asistimos durante la novela gráfica es una que se desliga de esa otra fase más atormentada y parece poner el punto y aparte en la primera vez que tiene relaciones con su supuesto interés amoroso. Las consecuencias de dicho encuentro en su círculo de amistades y las reacciones posteriores del beneficiado llevan a P. a otro tópico de las transiciones vitales: el corte de pelo como ruptura con lo anterior y acceso a una nueva perspectiva. Del deprimente morado al exploratorio e indefinido amarillo. Del Infierno al Purgatorio.

¿Significa esto que hay un Paraíso al otro lado? La respuesta será siempre relativa y personal, dado que este relato no deja de ser un relato, propio y subjetivo de su autora. Las realidades trans son muchas y diversas, diferentes en cada país, etnia o estrato social, y resultan inherentemente antisistema (tanto para las estructuras de poder heteropatriarcal como para los feminismos transexcluyentes). Aquí radica la importancia y la frescura de P. Mi adolescencia trans, en que Fumettibrutti (o Josephine Yole Signorelli) muestra su realidad sin plegarse a la corrección, la ejemplaridad o las expectativas. «No pone excusas, no se arrepiente de sí misma y no narra desde la sumisión», dice Portero en el prólogo; algo que supura de ese arte desdibujado, abocetado, sucio, alejado de formalismos y convencionalismos. Aunque esto no le impide lanzar un mensaje final, no tanto desde el didactismo como desde las entrañas de quien está viviendo todo el proceso con lucidez, sobre la aceptación de los cuerpos, la importancia de la autovalidación… y el derecho a la contradicción que todo esto puede acarrear. Un testimonio artístico de los que, pocas dudas caben, debería catalogarse como educativo.

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