Epiphania

Veneno a modo de cura

Epiphania

El francés Ludovic Debeurme (París, 1971) se dio a conocer con el volumen colectivo de historietas mudas Comix 2000, publicado por L’Association en 1999, y ha gozado de prestigio desde sus primeros libros. Su cómic Ludologie, por ejemplo, fue seleccionado para el Premio Revelación del Festival de Angulema en 2004. De sus trabajos en historieta, en el mercado español, solo se había editado hasta ahora la novela gráfica Lucille.

Este libro, que le valió el Premio René Goscinny de Angulema en 2006, es una ambiciosa obra larga, compuesta a partir de un aparato visual sencillo y breves capítulos, que muestra auténtica madurez y pulso autoral.

Ninguna de sus siguientes obras —ni siquiera Renée, que era declaradamente la segunda parte de Lucille y que la crítica francesa consideró uno de los títulos esenciales del año 2011— llegó a tener versión española hasta la que nos ocupa. Epiphania, publicada en tres tomos, nos descubre otra faceta del mismo autor; si bien guarda algunos puntos de contacto con Lucille, presenta otros horizontes gráficos y narrativos, aunque un gusto similar por los personajes y su interacción. La primera diferencia que se percibe tiene que ver con un parentesco estilístico con el cómic independiente americano (el Clowes de David Boring, los universos de Charles Burns). A ello contribuye también la ambientación de la historia, en un lugar que recuerda a los Estados Unidos, y un primer tramo con tonos muy oníricos, en el que, de hecho, se entremezclan sueños y realidad. La obra goza, no obstante, de una personalidad propia que enseguida se aparta de esas referencias iniciales.

Epiphania tiene, comenzando por el título y la primera portada —de clara referencia a la imaginería sacra—, un fondo que se podría denominar religioso, aunque en un sentido más relacionado con cierto tipo de panteísmo que con la tradición judeocristiana. No hay una figura mesiánica en la fábula que se nos pretende contar, aunque sí una concepción apocalíptica. Un apocalipsis entendido como revelación (al igual que puede entenderse epifanía), y como ruptura que da lugar a un nuevo comienzo, en este caso provocado por la intervención de la Naturaleza para defenderse de una humanidad que ha superado todos los límites existentes. Debeurme utiliza intencionadamente conceptos clave de la religión católica (además del título, remedos compositivos de cuadros y estampas religiosas a lo largo de la obra), pero lo hace para reflejar esa conexión con lo mítico y lo telúrico, con aquello que supera la dimensión de lo humano.

Con las formas de una novela río, Epiphania cuenta una historia fantástica en la que tres meteoritos provocan un maremoto en la Tierra; como consecuencia, la superficie queda sembrada con unos seres que nacen del suelo y son mitad humanos, mitad animales (los mixbodies o epiphanians). Su llegada provocará todo tipo de reacciones en la sociedad y en los Gobiernos. David, un músico que ha perdido a su pareja en el tsunami, se hace cargo de uno de estos seres que ha aparecido en su jardín, y le da el nombre de Koji. A partir de aquí, a través de este último, somos testigos del devenir de los epiphanians: persecuciones por una parte de la sociedad; toma de conciencia de los perseguidos y búsqueda de su propio sentido vital, que conducen a acciones violentas; reacción represiva por parte de los Gobiernos…

Fantasía apocalíptica de fondo ecológico, con tono autoral e independiente

Debeurme no busca crear una historia verosímil, pero otorga un tratamiento naturalista al comportamiento de los personajes, lo que logra una sintonía especial con el lector. Su estilo gráfico combina unos fondos y unos rostros humanos de tendencia realista (quizá lo que más recuerda al estilo de Clowes) con unas líneas generales más expresionistas, casi de caricatura en ocasiones, propias de la escena underground más genuina. De hecho, casi como contrapunto a la solemnidad que se le podría achacar al tema, la historia está repleta de iconografía pop, que llega incluso a la alusión directa a los kaiju y los mecha orienta- les en el último tramo. Ni las referencias a lo religioso ni las que se hacen a lo pop están resaltadas de ningún modo, sino orgánicamente integradas en la obra. El expresionismo es especialmente visible en las escenas de acción, en las que pone por delante la efectividad narrativa frente a determinados virtuosismos academicistas.

No se puede negar que la intención última de la historia es contarnos una fábula de tipo ecológico, más de tintes fantásticos que propiamente de ciencia ficción, pero con elementos coincidentes con el género tan en boga de la distopía en un mundo muy similar al actual. Se diría, no obstante, que el verdadero interés de Debeurme es hacer una reflexión sobre el género humano y sus complejidades. Por las cerca de cuatrocientas páginas de esta novela gráfica en tres partes hay lugar para incidir en muchos más temas que la ecología: la paternidad y los temores masculinos frente a esta; las relaciones paternofiliales y la adolescencia; la política, entendida en sentido amplio; la rebelión, el activismo y el terrorismo; las minorías, raciales y de cualquier tipo; la extranjería y la mezcla, incluso la situación de aquellos que acaban por no ser de ningún lugar porque en realidad son de varios lugares al mismo tiempo. Nos habla acerca del dualismo entre lo humano y lo animal; más que el animalismo, aquí se pone sobre la mesa hasta qué punto los epiphanians siguen siendo, ante todo y sobre todo, seres humanos con nuevas características, y acaban adoleciendo de sus mismos condicionantes, taras y defectos, a pesar de poder ser «el veneno a modo de cura» para la humanidad, como se llega a afirmar. Solo la fusión con la dimensión mítica puede llegar a cambiar eso, o por lo menos esa es la apuesta de esta obra.

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